Otros artículos | El peso de las ideas: la ideología jacksoniana en la política exterior de Donald Trump

Revista CIDOB d'Afers Internacionals, 141
Data de publicació: 12/2025
Autor:
Sonsoles Dieste-Muñoz
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Sonsoles Dieste-Muñoz, profesora asociada del área de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, Universidad de Burgos. sdieste@ubu.es ORCID:https://orcid.org/0000-0003-4406-8683 

La vuelta de Donald Trump en 2025 reaviva interrogantes sobre el rumbo que tomará la política exterior estadounidense. Este artículo parte de la premisa de que las creencias de los líderes son relevantes para entender la política exterior de los estados. Así, desgrana las principales ideologías de política exterior en Estados Unidos e identifica las dimensiones clave en torno a las que dichas ideologías se posicionan. Mediante el análisis sistemático de los discursos de Trump –realizados durante su campaña electoral y su primer mandato (2017-2021)– se concluye su adscripción a la ideología jacksoniana. Esta categorización constituye una herramienta extremadamente valiosa para comprender el papel actual de Estados Unidos como principal potencia global y su impacto en las dinámicas del sistema internacional, además de iluminar las lógicas detrás de acciones que, de otro modo, podrían parecer incoherentes.

Introducción: la importancia de la ideología en política exterior 

El 20 de enero de 2025, Donald Trump asumió la Presidencia de Estados Unidos por segunda vez. Su victoria electoral ha suscitado incertidumbre a nivel internacional, derivada en parte de la relativa incomprensión y aparente impredecibilidad de su política exterior. La llegada de un nuevo presidente a la Casa Blanca siempre es doblemente importante: por un lado, impacta en la vida de las personas que habitan el propio país; por el otro, al ser Estados Unidos la primera potencia a escala internacional, la política exterior que adopte tendrá repercusiones en todo el globo. 

Aunque desde ciertas perspectivas los estados suelen tratarse como entidades políticas unitarias y cerradas (Waltz, 1979; Mearsheimer, 2001), en la práctica no son los propios estados quienes hacen política, sino que son «los gobiernos, a través de sus dirigentes, la que la hacen» (Schweller, 2004: 170). Además, hay que señalar que, aunque un Estado está constreñido por su posición relativa en el sistema internacional (Waltz, 1979) no está determinado por esta, ya que, dentro de todas las potenciales acciones, este tiene agencia para elegir unas políticas u otras (Ripsman et al., 2016). Así, se torna relevante comprender quién es la persona que está al frente del Estado; quién, en primera instancia, marcará la línea estratégica de su política exterior y, en última instancia, decidirá el curso a seguir.

Fue Jervis (1976) quien señaló la importancia de los sesgos de los líderes políticos en la formulación de la política exterior. Dichos líderes filtran la realidad, determinando «a qué prestan atención; qué es lo que ignoran; y cómo entienden las señales, la información y los eventos» (Ripsman et al., 2016: 63). En esta línea, los valores, creencias y formas de ver el mundo de los tomadores de decisiones (policy makers) van a influir en gran medida en la política exterior que decidan implementar. Como señala Vaïsse (2010a: 13-14), «aunque las fuerzas materiales también son cruciales para la implementación de políticas, las ideas, conceptos y representaciones que moldean las percepciones e interpretaciones del mundo juegan un papel esencial en la formulación de políticas». Esta visión del mundo, las gafas a través de las cuales los líderes interpretan la realidad internacional, es lo que aquí denominamos «ideología política» (Freeden, 2003). Si la ideología nos ayuda a navegar la complejidad del mundo y reducirla a parámetros comprensibles, ello es especialmente importante en política exterior, ya que «se puede argumentar que ningún contexto es más complejo que el panorama al que se enfrenta el tomador de decisiones de política exterior, donde la incertidumbre es la norma» (Callaghan et al., 2019: 1). En este sentido, Byman (2001) y Pollack hablan de la necesidad de «recuperar al estadista»; y en referencia a estos, Gries (2014: 29) apunta que: «si vamos a volver a recuperar al estadista en el estudio de la política exterior (…) la ideología debe ser central en ese proyecto».

De esta forma, conocer la ideología en política exterior de Donald Trump adquiere relevancia para comprender el comportamiento de Estados Unidos en el ámbito internacional, y proporciona bases para navegar en el actual sistema internacional, sumido en un interregno. Para analizar esta realidad, este artículo se divide en tres partes. En primer lugar, analiza las ideologías principales en la política exterior estadounidense e identifica sus elementos diferenciales. En segundo lugar, para encuadrar ideológicamente a Donald Trump, realiza un examen de sus discursos, en los que el presidente presenta sus líneas maestras, posiciones y formas de ver el mundo; en resumen, indaga en los espacios donde se puede entrever su ideología. El análisis se circunscribe a los discursos pronunciados tanto en su candidatura a la primera Presidencia, como una vez al frente de la Casa Blanca en el período 2017-2021, concretamente, a aquellos centrados en materia de política exterior y de seguridad y defensa. Por último, concluye estableciendo la adscripción de Trump a la ideología jacksoniana.

Las ideologías en Estados Unidos sobre política exterior 

En ausencia de clasificaciones definitivas, la literatura menciona de manera dispersa –y sin organización sistemática– tres corrientes ideológicas presentes en la política estadounidense desde la Guerra Fría: los liberales, los realistas y los neoconservadores. Según Tovar (2018), tras la llegada de Trump al poder en 2017, también puede incluirse el jacksonianismo (véase también Mead, 2001).

En este punto, conviene aclarar la diferencia entre teoría e ideología. La teoría, a grandes rasgos, trata de explicar las lógicas y mecanismos causales que operan en la política internacional, mientras que la ideología es la asunción de estos postulados en el arte de gobernar, es decir, en este caso es la elaboración de la política exterior y, sobre todo, de la gran estrategia, la forma de comprender el mundo. Como señala Heywood (2021: 267), «la ideología constituye el vínculo vital entre la teoría y la práctica en la política», ya que «las plumas académicas dejan marcas en las mentes de los estadistas con resultados profundos para la política» (Keohane y Nye, 2012: 4). Como señalan Gries y Yam (2020:136), las ideologías «son descriptivas y prescriptivas, moldean poderosamente tanto el mundo que percibimos como el orden mundial que deseamos». En este sentido, las teorías se centrarán generalmente más en lo primero (descripción), aunque no tienen por qué estar totalmente desprovistas de lo segundo (prescripción); mientras que las ideologías suelen tener una gran dosis de lo segundo (prescripción), aunque se inspirarán en lo primero (descripción). No son lo mismo, pero son ámbitos porosos e interconectados

La ideología liberal 

Este grupo ideológico se denomina de distintas formas: liberales intervencionistas, (Mearsheimer, 2018), liberales institucionalistas (Rolf, 2021; Mearsheimer, 2018; Walt, 2018), liberales internacionalistas (Cha, 2016), wilsonianos (Mead, 2001; Smith, 2008) o, simplemente, liberales (Smith, 2008; Cha y Seo, 2018). 

Esta diversidad terminológica es síntoma de una característica fundamental que encontramos en esta ideología: su construcción sobre tres pilares interconectados. El primer pilar se refiere a la idea de exportar la democracia liberal. Como herederos del wilsonianismo, sus teóricos plantean el objetivo de hacer del mundo un lugar «seguro para la democracia» (Wilson, 1917). De esta aspiración emana la teoría de la paz democrática (Doyle, 1983), que sostiene que las democracias liberales no se declaran la guerra entre sí, por lo que un mundo plagado de democracias liberales sería un mundo pacífico (Owen, 1994). El segundo pilar es la importancia del multilateralismo y las instituciones internacionales. Al respecto, se plantea que la existencia de instituciones compartidas que dictan las normas que deben regir las relaciones entre estados promueve la cooperación y el respeto a sus restricciones (Keohane, 1984; Ikenberry, 2001), disminuyendo el conflicto. El tercer pilar es la asunción de las capacidades pacificadoras de la interdependencia económica, relacionada con la teoría de la interdependencia compleja (Keohane y Nye, 2012). Se considera que la creación de redes económicas reduce el riesgo de entrar en conflicto armado: el libre comercio lleva a la paz porque genera intereses mutuos, lo que disuade a los estados de resolver las disputas de forma violenta; para ambas partes, los costos de entrar en guerra superan los beneficios (Copeland, 2014). 

Cabe señalar que esta ideología está impregnada de mesianismo, ya que parte de la idea de que Estados Unidos es una nación distinta, con una misión, como dijo Madeleine Albright: una «nación indispensable» (US Department of State, 1998). Estados Unidos tendría un papel único que desempeñar en la creación y gestión del orden liberal (Walt, 2018); este orden sería una fórmula para la paz global al frente del cual estaría Estados Unidos, es la denominada hegemonía liberal. En el liberalismo «hay un supuesto optimista (…) de que los estados pueden superar restricciones y cooperar para resolver dilemas de seguridad, perseguir acciones colectivas y crear un sistema abierto y estable» (Ikenberry, 2009: 72). Las personas adscritas a esta ideología creen, por lo tanto, en la perfectibilidad significativa del sistema internacional.

La ideología realista

Sobre la ideología realista no hay tanto escrito como de las otras tres, su existencia aparece de forma dispersa en la literatura (Cha y Seo, 2018; Deudney y Meiser, 2012; Dodge, 2012; McCormick, 2017; Mead, 2001; Schmidt y Williams, 2008; Vaïsse, 2010a). Para las personas adscritas a esta ideología, la política exterior debe estar basada en la protección de los intereses nacionales. En este sentido, el poder es central, pues sin él no se disuade a otros estados de la agresión ni se pueden defender los propios intereses. Las personas enmarcadas en la ideología realista optan por la diplomacia, considerando el uso de la fuerza como el último recurso para relacionarse en la arena internacional: «los instrumentos no militares deben ser revividos y actualizados», ya que «la diplomacia es un instrumento indispensable del poder nacional» (Gates, 2020). Pero se asume también que, aunque el poder duro no debe emplearse más que para la defensa, es importante poseerlo en alto grado. Según su visión, las palabras no son útiles si no hay tanques para defenderlas.

Se relaciona con esta ideología el concepto de prudencia: se reconoce que la anarquía internacional permite la agresión de los estados fuertes contra los débiles, pero también que «surgen problemas cuando los estados exageran los peligros externos, juzgan mal las prioridades o se embarcan en aventuras extranjeras insensatas» (Walt, 2008: 26). Igualmente, se reconoce que los estados tienen sus propios intereses a los que conviene ser sensibles para conseguir la propia seguridad y evitar conflictos (Mearsheimer, 2001), así como que «para que se produzcan avances reales» en las relaciones entre estados «debe establecerse un clima de confianza» (Baker, 1991/1992).

Desde esta perspectiva, aunque la democracia y los derechos humanos son objetivos moralmente buenos, deben circunscribirse al marco de lo «posible» dada la competencia por el poder. Entienden que dichos objetivos «no deben cegar a Washington ante la realidad de que los intereses nacionales estadounidenses a veces exigen que se colabore  con gobiernos represivos y no representativos» (Gates, 2023). Consideran el multilateralismo una herramienta útil, pero insuficiente, para frenar a los estados poderosos o para suprimir la anarquía internacional (Mearsheimer, 1994/1995). Los líderes insertados en esta ideología «son pesimistas respecto a las perspectivas de una mejora drástica en la situación de la política internacional» (Schmidt y Williams, 2008: 193) 

La ideología neoconservadora

La ideología neoconservadora ha sido ampliamente estudiada (Vaïsse, 2010a y 2010b; Iglesias Cavicchioli, 2016; Schmidt y Williams, 2008). Se pueden distinguir tres edades del neoconservadurismo1 y, en este trabajo, nos centraremos en la tercera (Vaïsse, 2010a). 

Este grupo tiene una ascendencia teórica común con los liberales: el wilsonianismo (Smith, 2008), que las convierte en ideologías mellizas. Hay cinco características fundamentales del neoconservadurismo: «internacionalismo, primacía, unilateralismo, militarismo y democracia» (Vaïsse, 2010b: 3). El internacionalismo, la primacía y la democracia serían elementos compartidos con el liberalismo, aunque la segunda solo parcialmente; mientras que el unilateralismo y el militarismo no se compartirían. 

Respecto a la «democracia» y al «internacionalismo», basándose en la tesis de la paz democrática, los neoconservadores sostienen que «la promoción de la democracia es un componente vital de la gran estrategia estadounidense» (Schmidt, 2012: 16); así, «cuanto más activo sea el papel de Estados Unidos en ampliar la “zona democrática de paz” (…) mayor será la seguridad de Estados Unidos y del resto del mundo» (Vaïsse, 2010a: 233-234). Esta afirmación se relaciona con su fuerte apoyo a Israel, «en parte una consecuencia del apego personal de muchos neoconservadores al Estado judío», ya que muchos son parte de la comunidad judía, «pero más ampliamente por la insistencia en defender la democracia» (ibídem: 236), al creer que la existencia de una democracia en Oriente Medio es un valor estratégico clave paraEstados Unidos.

En cuanto a la «primacía», los liberales la entienden como un medio para lograr un mundo pacífico y globalmente integrado, en el marco de una suerte de aldea global como horizonte; mientras que los neoconservadores ponen el acento en el interés nacional de Estados Unidos y la expansión de la democracia a su servicio (Kagan y Kristol, 2000). De esta forma, para los primeros, es un medio hacia una integración global bajo instituciones compartidas y, para los segundos, sería tanto un medio como un fin. Además, los neoconservadores tienen también una concepción mesiánica del rol de Estados Unidos, al categorizarlo como un «imperio benevolente» (Kagan y Kristol, 2000). Desde esta perspectiva, el uso de la fuerza es central (Halper y Clarke, 2004), en este sentido, el neoconservadurismo es necesariamente militarist. La idea de que las democracias no se declaran la guerra entre ellas, dota a los neoconservadores de «un imperativo moral kantiano que argumenta que, cuando fuera factible, se debe promover tal cambio»; así, defienden la «promoción agresiva de la democracia liberal proestadounidense en todo el mundo» (Dorrien, 2004: 17). Esta necesidad moral se resume en la siguiente frase: «una superpotencia tímida representa un peligro mayor para el orden mundial actual que diez Serbias juntas» (Kagan, 1995), donde la idea wilsoniana de expansión de la democracia va unida a la del empleo de la fuerza militar en su consecución. En su perspectiva, la diplomacia es apaciguamiento, «las llamadas “lecciones de Múnich”2 constituyen un referente moral permanente en la visión neoconservadora de las relaciones internacionales» (Iglesias Cavicchioli, 2016: 43). Estas diferencias marcan el militarismo implícito en el neoconservadurismo en contraste con el liberalismo.

Finalmente, el neoconservadurismo está caracterizado por la «unilateralidad». Sus partidarios creen «que una agenda liberal se podría avanzar mejor a través de los esfuerzos unilaterales de Washington» (Mead, 2001: 2). En su opinión, organizaciones «como Naciones Unidas no poseen ni legitimidad moral ni democrática, ni tienen la fuerza necesaria para asegurar el orden mundial y defender la libertad» (Vaïsse, 2010a: 12). Al no creer en la capacidad de las instituciones multilaterales y defender a su vez la necesidad de democratizar el mundo, el empleo de la fuerza orientada en última instancia al cambio de régimen será el único medio para garantizar los propios intereses. 

La tercera edad del neoconservadurismo es optimista respecto a la naturaleza del orden internacional, ya que cree que debe (y puede) hacer ingeniería social para modificar el carácter violento y ofensivo de los países no democráticos (Muravchick, 2008).

La ideología jacksoniana

Para este grupo ideológico, Estados Unidos es «el Estado-nación del pueblo estadounidense, y su principal negocio está en casa» (Mead, 2016). Entiende que el propósito del Gobierno es proteger los estándares de vida de la «comunidad popular» estadounidense, por lo que defiende políticas proteccionistas (Cha, 2016: 86). En su discurso, encontramos un populismo unido a la desconfianza de las élites, es decir, un «populismo antiestablishment» (Mead, 2011: 33).

Los jacksonianos apoyan únicamente intervenciones en política exterior que tengan una relación directa con los intereses nacionales (ibídem, 2001); así, para ganar el apoyo de este grupo ante la necesidad de una intervención, esta «debe ser presentada como una amenaza directa a los intereses fundamentales de Estados Unidos» (Clarke y Ricketts, 2017: 21). Sus partidarios no creen «en la reforma mundial a través del derecho internacional, el multilateralismo y las intervenciones humanitarias» (Cha, 2016: 86), y son escépticos «sobre la capacidad de Estados Unidos para crear un orden mundial liberal» (Mead, 2011: 35). Por lo tanto, la política exterior orientada de este modo se ve como una traición a la «comunidad popular» y una dejación de funciones (ibídem, 2001: 245). Este grupo cree que cada comunidad tiene unos valores, intereses y alma común, y dada la «brecha moral entre la «comunidad popular» y el resto del mundo, y dado que se cree que los otros países del mundo tienen sentimientos patrióticos y comunales propios (…) los jacksonianos creen que la vida internacional es y seguirá siendo violenta y anárquica» (ibídem).

Estos elementos hacen que los jacksonianos consideren la multilateralidad como una limitación a la hora de ejercer la defensa de los intereses nacionales (ibídem). También los lleva a apoyar la necesidad de tener un ejército fuerte para poner en práctica cualquier política necesaria para proteger a la nación, como «guerras preventivas» (ibídem: 246); «esto explica su apoyo (…) a un gran presupuesto militar a pesar del escepticismo general de la escuela hacia el poder federal» (Rolf, 2021: 666). No contemplan una mesura en el empleo de la fuerza y entienden que, en la guerra, se deben usar todos los recursos hasta la victoria total, «cualquier otra cosa es apaciguamiento, que es tan deshonroso como inútil» (Mead, 2001: 250-251); y consideran «la expresión “guerra limitada” un oxímoron» (ibídem: 254). Asimismo, tienen un código de honor en la vida internacional, «aquellos que violan el código (…) pierden su protección y no merecen más consideración que las ratas» (ibídem: 246). Esto lleva a la distinción entre enemigos «honorables» y «deshonorables» (ibídem: 251-252); «una vez que los adversarios se definen como una “nación enemiga” (…), se vuelve extremadamente difícil para la opinión jacksoniana apoyar los esfuerzos de normalización» (Clarke y Ricketts, 2017: 20).

Mead (2016) señala que «apoyan a Israel casi por instinto». En parte por su vínculo con el evangelismo (ibídem, 2006), pero también porque «admiran el coraje y la autosuficiencia de Israel y no creen que los gobiernos árabes sean aliados de confianza»; además, señala que «el aumento de la influencia política jacksoniana en Estados Unidos conducirá a un mayor apoyo en Washington para el Estado judío» (ibídem, 2011). 

Aunque cada una de las cuatro ideologías tiene elementos en común con las demás, cada una presenta una visión de las relaciones internacionales marcadas por unos presupuestos básicos que las definen y diferencian. En la tabla 1 se recogen las principales diferencias y similitudes de estas ideologías.

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La ideología en política exterior de Donald Trump 

Interés nacional, mesianismo y construcción de un orden internacional 

Trump señala que su política exterior se basa «en un realismo basado en principios guiados por [sus] intereses nacionales vitales y arraigado en [sus] valores eternos» (Trump, 2017j). Recoge la idea de que Estados Unidos no debe involucrarse en cuestiones sin un impacto claro y directo para sus intereses: «a los aliados que se preguntan qué clase de amigo será Estados Unidos (…) se trata de un liderazgo estadounidense basado en intereses vitales de seguridad que compartimos con nuestros aliados de todo el mundo» (Trump, 2017a). Asimismo, señala la involucración de Estados Unidos en cuestiones sin relación directa con sus intereses nacionales como una suerte de dejación de funciones y traición a los estadounidenses: «durante muchas décadas, (…) hemos subvencionado a los ejércitos de otros países mientras se permitía el triste agotamiento de nuestras Fuerzas Armadas. Hemos defendido las fronteras de otras naciones mientras nos negamos a defender las nuestras» (Trump, 2016a). 

Trump rechaza gran parte del legado en política exterior. Sus críticas incluyen la participación de Estados Unidos en distintos conflictos alrededor del globo desde el final de la Guerra Fría: «a medida que pasaba el tiempo, nuestra política exterior comenzó a tener cada vez menos sentido. La lógica fue reemplazada por la insensatez y la arrogancia, y esto condujo a un desastre tras otro en la política exterior. Pasamos de los errores en Irak a Egipto, a Libia, a la línea adquirida del presidente Obama en la arena de Siria» (Trump, 2016a). También cuestiona las intervenciones destinadas a exportar el modelo político y económico estadounidense: «ya no utilizaremos el poderío militar estadounidense para construir democracias en tierras lejanas, ni para intentar reconstruir otros países a nuestra imagen» (Trump, 2017e). Y los intentos de cambios de régimen y de construcción nacional (nation building): «nos estamos alejando del negocio de la nation building» (Trump, 2016a). 

A su juicio, la defensa de los intereses de los estadounidenses debe hacerse a través del proteccionismo. En 2017 decía: «Abraham Lincoln, advirtió que “el abandono de la política proteccionista por parte del Gobierno estadounidense producirá necesidad y ruina entre nuestro pueblo” (…) es hora de que prestemos atención a su consejo y a sus palabras» (Trump, 2017a). Esta postura le llevó a criticar duramente a la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la que decía: «ha acogido a países que no han respetado sus principios (…) la OMC no nos ha tratado de manera justa» (Trump, 2017i). Su estrategia comercial se centró en reformular su relación con otros estados, especialmente con China –«la diferencia más importante en el nuevo enfoque de Estados Unidos en materia de comercio se refiere a nuestra relación con China» (Trump, 2019b)–, frente a la que llevó a cabo durante su mandato una guerra comercial. Plantea que el proteccionismo es una vía para recuperar puestos de trabajo perdidos y denuncia la progresiva bajada de barreras arancelarias a la entrada de productos extranjeros como una desprotección a los estándares de vida de la clase media estadounidense: «me comprometo a no firmar nunca ningún acuerdo comercial que perjudique a nuestros trabajadores o que disminuya nuestra libertad e independencia. (…) Vamos a hacer cumplir todas las violaciones comerciales, incluso mediante el uso de impuestos y aranceles» (Trump, 2016b). Por ejemplo, sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), decía que «ha sido un desastre total para Estados Unidos y ha vaciado a nuestros estados de nuestra manufactura y nuestros empleos» (Trump, 2016a).

Paz mundial e instituciones internacionales 

Trump tiene una visión relativamente pesimista de la naturaleza de las relaciones internacionales, basada en la idea de que los estados deben actuar de forma egoísta para evitar que otros saquen ventaja. Así, afirmaba: «felicito a los líderes de otros países por haber logrado, de manera tan absurda, acuerdos comerciales que fueron tan buenos para sus países y tan malos para Estados Unidos» (Trump, 2018b). Su pesimismo está informado también por una dimensión normativa. Según Trump, el mundo está y debe estar compuesto por estados-nación: «el Estado-nación sigue siendo el mejor vehículo para elevar la condición humana» (Trump, 2017f); y cada uno de ellos tiene una cultura homogénea y diferencias irreductibles. En consecuencia, rechaza cualquier intento de trascender las lógicas estatales: «cada nación representada en este salón tiene una historia, una cultura y un patrimonio preciados que vale la pena defender y celebrar, y que nos dan nuestro potencial y nuestra fuerza singulares. El mundo libre debe aceptar sus fundamentos nacionales y no debe intentar borrarlos ni reemplazarlos» (Trump, 2019b). Desde este doble prisma, se plantea que los estados tendrán lógicas de suma cero y estarán en constante competición por imponer sus intereses particulares; así, decía que «siempre voy a poner a Estados Unidos en primer lugar, del mismo modo que espero que todos ustedes en esta sala pongan a sus países en primer lugar» (Trump, 2017i). Ello, a su entender, es inevitable y casi una ley natural más allá de las tensiones derivadas de la estructura anárquica del sistema.

Dependiendo del momento, su retórica fue más o menos confrontativa. En su tercer discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas decía que «durante décadas, el sistema de comercio internacional ha sido fácilmente explotado por naciones que actuaban de muy mala fe» (Trump, 2019b). Con el tiempo, fue adoptando un discurso más beligerante hacia China, denunciando que «durante décadas, nos han estafado», y hablando en términos de suma cero y belicistas: «la larga y lenta rendición ha terminado porque hoy y todos los días estamos poniendo a Estados Unidos en primer lugar» (Trump, 2020b). Su visión del mundo rechaza a las organizaciones internacionales, a las que considera una amenaza para la soberanía; representan una suerte de intervencionismo ilegítimo, cuyas normas impiden el libre desenvolvimiento de los Estados en la consecución de sus intereses individuales. 

Poniendo como ejemplo de referencia a Naciones Unidas, hablaba de su «absoluta debilidad e incompetencia» y de que «no son amigas de la democracia, ni de la libertad, ni siquiera de los Estados Unidos» (Begley, 2016). Ante la propia organización, decía que «no puede haber sustituto para las naciones fuertes, soberanas e independientes» (Trump, 2017f), o que «el globalismo ejerció una influencia religiosa sobre los líderes del pasado, obligándolos a ignorar sus propios intereses nacionales» (Trump, 2019b). En su rechazo a las organizaciones internacionales se aprecia una retórica populista y antiestablishment que trufa todo su discurso, comprimido en esta frase: «ya no entregaremos a este país ni a su gente a la falsa canción del globalismo» (Trump, 2016a). 

Unilateralidad / multilateralidad 

Trump también defiende la actuación unilateral de Estados Unidos; prefiere establecer relaciones bilaterales en lugar de multilaterales y regirse por normas establecidas por organizaciones internacionales.Esta posición se comprime en la frase: «forjaremos asociaciones con quienes comparten nuestros objetivos y haremos de los intereses comunes una causa común» (Trump, 2017j). Pese a que en su discurso señale que «Estados Unidos siempre será un gran amigo del mundo, y especialmente de sus aliados» (Trump, 2017f), plantea un cambio sustancial en la gestión y posición de las alianzas en su política exterior. Las orienta hacia una lógica inestable y puntual, condicionada al beneficio inmediato, señala que «ya no pueden aprovecharse de nosotros ni aceptar acuerdos multilaterales en los que Estados Unidos no reciba nada a cambio» (Trump, 2017f). Yendo un poco más allá de los discursos, se observa cómo explícitamente dijo que Estados Unidos ya no iba a proteger necesariamente a sus aliados y que había que establecer condiciones, o alentando a Rusia a invadir Europa, haciendo tambalear todas sus alianzas (Sanger y Haberman, 2016; Nussey, 2019; Condon, 2016; Trump, 2017d). Entiende que los compromisos son una limitación a la defensa de sus intereses, que obligan a Estados Unidos a involucrarse en asuntos ajenos y desviar recursos de problemas internos. En este sentido, señala que «hemos defendido las fronteras de otras naciones mientras que hemos dejado las nuestras abiertas (…). Y hemos gastado miles de millones de dólares en el extranjero, mientras que la infraestructura en nuestro país se ha derrumbado de forma terrible» (Trump, 2017a). En su apuesta en política exterior, Estados Unidos no tiene aliados permanentes ni compromisos a largo plazo, sino socios en momentos concretos derivados de intereses compartidos de forma puntual, con una excepción:  el Estado de Israel. 

Uso de la fuerza, valor del soft power y de la diplomacia

Trump presenta una visión del poder que se reduce al poder duro (hard power), enfatizando la importancia nuclear de la fuerza en su política exterior: «cualquiera que dude de la fuerza o la determinación de Estados Unidos debería mirar hacia nuestro pasado, y ya no dudará de él. (…) No nos dejaremos intimidar. (…) Ahora es el momento de la fuerza» (Trump, 2017g); y entiende que la fuerza militar es el eje central. Consecuentemente, reivindica la construcción de un ejército más fuerte: «nuestro Ejército pronto será el más fuerte de su historia» (Trump, 2017f), y aboga por la modernización y expansión nuclear como medida disuasoria: «como parte de nuestra defensa, debemos modernizar y reconstruir nuestro arsenal nuclear (…) hacerlo tan fuerte y poderoso que disuada cualquier acto de agresión» (Trump, 2018a). Prefiere medios coercitivos para imponer sus intereses, prescindiendo de otras vías como la diplomacia: «la experiencia pasada nos ha enseñado que la complacencia y las concesiones solo invitan a la agresión y la provocación» (Trump, 2018a). 

Acorde a estas ideas, defiende la imprevisibilidad de Estados Unidos como parte de su estrategia: «los enemigos de Estados Unidos nunca deben conocer nuestros planes ni creer que pueden esperar a que nos vayamos. No diré cuándo vamos a atacar, pero atacaremos» (Trump, 2017e), y la idea de victoria total: «cuando Estados Unidos envía a sus guerreros a la batalla, debemos asegurarnos de que tengan todas las armas para aplicar una fuerza rápida, decisiva y abrumadora. Nuestras tropas lucharán para ganar» (ibídem). Especialmente con los países etiquetados como enemigos, Trump defiende la importancia de imponerse mediante poder duro y se aprecia una gran beligerancia en su discurso. 

Sobre Corea del Norte afirmó que había «interpretado la moderación anterior de Estados Unidos como debilidad» y advirtió que «Estados Unidos no busca el conflicto ni la confrontación, pero nunca huiremos de ellos»,amenazando con que «la historia está llena de regímenes que han puesto a prueba de forma insensata la determinación de Estados Unidos» (Trump, 2017j). Respecto a China, Obama ya la identificaba como su mayor competidor estratégico, pero no empleaba la retórica confrontativa que se ha señalado más arriba. Esta lógica se reflejó también con Irán, en referencia al acuerdo nuclear del que Estados Unidos se salió bajo la Administración Trump. Este afirmó que era la prueba de que Obama«se inclina ante nuestros enemigos» (Trump, 2016a), por lo que cambió la política del diálogo a la de la confrontación: «la historia ha demostrado que cuanto más tiempo ignoramos una amenaza, más peligrosa se vuelve (…)» (Trump, 2017h); además, tildó al régimen iraní como «fanático (…) extremista (…) radical» y, por lo tanto, no susceptible de entablar vías de solución política pacífica. Descartóasí cualquier medida de distensión, volviendo a una estrategia de máxima presión e insinuando su apoyo a un posible cambio de régimen: «pedimos a todas las naciones (…) que apoyen al pueblo de Irán en su lucha por recuperar su destino religioso y justo» (Trump, 2018c). 

Los valores como principio rector en la política exterior

Su discurso está marcado por nociones de honor y la humillación: «nuestros ciudadanos no solo han sufrido desastres internos, sino que también han vivido humillaciones internacionales una y otra vez» (Trump, 2016b). Plantea que su posición en el mundo ha sido degradada y debe restaurarse mediante la fuerza: «debemos hacer que Estados Unidos vuelva a ser fuerte; que vuelva a ser respetado, y que vuelva a ser grande» (Trump, 2016a).

Trump distingue entre enemigos negociables y enemigos permanentes: «tenemos que tener una visión clara de los grupos que nunca serán otra cosa que enemigos» (Trump, 2016a) y, frente a ellos, está justificado el empleo de todo tipo de acciones y el despliegue de la fuerza militar, sin restricción. Su discurso sobre los grupos terroristas ilustra esta perspectiva: «debemos ser claros: los terroristas no son simplemente criminales. Son combatientes enemigos ilegales» (Trump, 2018a).Rechaza medidas garantistas y reafirma una postura de mano dura: «en el pasado, hemos cometido la tontería de liberar a cientos de terroristas peligrosos (…) acabo de firmar una orden que ordena al secretario Mattis que reexamine nuestra política de detención militar y que mantenga abiertas las instalaciones de detención de la bahía de Guantánamo» (Trump, 2018a). Esta concepción de enemigos deshonrosos, frente a los que cabe todo, se explicitó aún más en algunas declaraciones del presidente, más allá de sus discursos oficiales, en las que defendió el uso de torturas como el watter boarding (Johnson, 2016; Belvedere, 2016; TIME, 2016) o el asesinato de civiles, como los familiares de los terroristas (LoBianco, 2015). 

La peculiaridad del Estado de Israel 

El discurso de Trump sobre Israel rompe con su enfoque general. En el mismo discurso donde critica a sus aliados por no hacerse cargo de su propia seguridad, señala que Israel es «nuestro gran amigo y la única democracia verdadera en Oriente Medio» (Trump, 2016a). Habla de una alianza «inquebrantable con el Estado de Israel» (Trump, 2017a y 2019c; Begley, 2016), estableciendo una suerte de hermanamiento especial y asumiendo su protección como un elemento prioritario de Estados Unidos. Así, afirma que «como todo el mundo sabe, he hecho mucho por Israel: trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén; reconocer los Altos del Golán y, francamente, quizá lo más importante, salir del terrible acuerdo nuclear con Irán» (Trump, 2019a).

Esto se entiende cuando vemos que vincula los intereses de Estados Unidos a los de Israel: «enviaremos una señal clara de que no hay distancia entre Estados Unidos y (…) el Estado de Israel (…) el vínculo entre Estados Unidos e Israel es absoluta y totalmente inquebrantable» (Begley, 2016). Alude a una unidad casi identitaria: «Estados Unidos e Israel están entrelazados por la historia, la herencia y los corazones de nuestros pueblos» (Trump, 2019c); y asume como misión propia generar apoyo doméstico a Israel, subrayando que «tenemos que conseguir que la gente de nuestro país, de este país, ame más a Israel» (ibídem). Trump apoya la idea de un Estado mononacional y étnico: «[los palestinos] deben sentarse a la mesa dispuestos a aceptar que Israel es un Estado judío y que existirá siempre como tal» (Begley, 2016). Así, defiende sus políticas coloniales: «Permítanme ser claro (…) vetaré cualquier intento de Naciones Unidos de imponer su voluntad sobre el Estado judío» (ibídem).

Identificación del marco ideológico

En la retórica de Donald Trump observamos una fuerte crítica sobre las políticas exteriores basadas en argumentos wilsonianos –relacionados con la democratización o exportación del modelo estadounidense–, al considerarlas una suerte de dejación de funciones del Gobierno. Ello lo aparta de las ideologías más impregnadas de mesianismo, como el liberalismo o el neoconservadurismo, las cuales quedan automáticamente excluidas. Son el realismo y el jacksonianismo las dos posibles alternativas ideológicas que se mantienen. Más aún, Trump considera las políticas wilsonianas como una suerte de dejación de funciones de los líderes, una traición a los estadounidenses. Esta posición claramente podría relacionarse con el jacksonianismo y su discurso populista, sin embargo, no puede entenderse como un elemento que forme parte de la ideología realista, ya que esta última ideología no estaría en contra de que Estados Unidos se involucrara en la esfera internacional per se, sino que sería contraria a que lo hiciera ignorando la política de poder y sus implicaciones a corto y a largo plazo. Además, a diferencia del jacksonianismo, en ningún caso se podría considerar la lógica populista como un elemento consustancial al realismo. 

La ideología realista carece de este elemento moral que consideraría a involucración estadounidense en escenarios ajenos como una traición al pueblo, ya que no tiene una postura aislacionista por principio. Dentro del realismo cabría una justificación que planteara la moralidad de intervenir a nivel internacional y de emplear el poder propio para mejorar la vida de otras personas. La cuestión es que este posicionamiento siempre se vería equilibrado y, en ocasiones, en contradicción con elementos relacionados con la competencia por el poder, que a juicio de alguien con ideología realista sería necesario contemplar, lo que, en ocasiones, llevaría a la imposición del pragmatismo.

La forma de ver el mundo de Trump con cierto pesimismo, que motiva en parte su idea de conflictividad inevitable en el ámbito internacional y su preferencia por el incremento constante del poder estadounidense (en especial, el militar), bien podría encuadrarse dentro del realismo –en su vertiente ofensiva, entendido de una forma restrictiva–. Ello explicaría su negativa a cualquier involucración en la esfera internacional fuera de los límites claramente definidos como de interés nacional. Sin embargo, su posición pesimista no está motivada únicamente por la consciencia de la anarquía internacional, sino que vendría derivada de una comprensión esencialista del sistema internacional que vería compuesto por estados-nación homogéneos destinados a competir por sus comunidades populares y, en consecuencia, chocar. Lo mismo sucede con las organizaciones internacionales, a las que Trump critica por considerarlas inherentemente negativas. Esta posición no puede enmarcarse en el realismo, desde cuya óptica se entendería que, aunque estas no son una solución definitiva a la conflictividad internacional, sí que pueden tener efectos positivos y son útiles como espacios para practicar la diplomacia, aunque no sean una solución genuina y definitiva.

Sin embargo, dentro del jacksonianismo encontramos un elemento moral ligado al rechazo a las organizaciones internacionales que también emana del discurso de Trump: la idea de que cualquier límite supranacional es una violación de la soberanía de Estados Unidos, un límite inaceptable para la consecución de sus intereses. En este sentido, funciona la misma lógica de la unilateralidad, propia tanto del jacksonianismo como del neoconservadurismo –ya descartado–, en su comprensión de las alianzas, a las que cuestiona y debilita de forma constante en su discurso. Una posición realista vería como positivas las alianzas, debido a la importancia del concepto de equilibrio de poder en esta corriente, que no descartaría la actuación unilateral si fuera necesario, pero tampoco la reclamaría como algo preferible. En lo relativo al uso de la fuerza, la relevancia que da Trump al refuerzo militar de Estados Unidos, y su preferencia por su uso (y la amenaza del uso) frente a otros métodos, son elementos que encajan dentro del jacksonianismo. Estas posiciones, en cambio, desde una óptica realista se verían como políticas imprudentes y generadoras de incertidumbre en los rivales del sistema internacional, relacionándolas con el desencadenamiento de conflictos. 

Lo mismo sucede respecto a la visión de Donald Trump sobre cómo gestionar la divergencia de intereses entre estados. Mientras que él habla en términos de suma cero, la ideología realista plantearía que la mejor opción es tener en cuenta los intereses de otros estados y encontrar acuerdos mutuamente aceptables mediante la vía diplomática, en aras de evitar que una de las partes acuda al empleo de la fuerza en un cálculo de coste-beneficio. Trump entiende que las divergencias de intereses están destinadas a resolverse mediante la imposición; los estados están destinados a chocar porque tratan de sacar el máximo beneficio a costa del otro y, por ello, Estados Unidos debe ser capaz de imponerse. Desde una perspectiva realista, en cambio, se reconoce la posibilidad de chocar y de acudir al empleo de la fuerza, por lo que, para evitarlo, se plantean alternativas que amortigüen esta posibilidad. En sus discursos, Trump amenaza con el empleo de la fuerza y reivindica posturas maximalistas, elementos que, por lo explicado, tampoco se podrían encuadrar dentro del pensamiento realista, ya que contradirían su principio de prudencia. Esto se acentúa cuando se refiere a países identificados como enemigos.

Todos estos elementos: el rechazo inherente a intervenir en el exterior excepto ante amenazas directas a su concepción del interés nacional; el aislacionismo y proteccionismo; el rechazo por principio a las organizaciones internacionales; la unilateralidad; el populismo; el pesimismo antropológico derivado no solo de una visión anárquica del sistema internacional, sino también de un nacionalismo étnico; la importancia otorgada al empleo de la fuerza militar sobre otros medios, y el incondicional apoyo a Israel, permiten encuadrar a Trump en el espectro de la ideología jacksoniana. Al respecto, cabe apuntar que el propio Trump alude a Andrew Jackson como referente político, por ejemplo, en su discurso conmemorativo del 250 aniversario del nacimiento de este, decía: «me pregunto por qué siguen hablando de Trump y Jackson, Jackson y Trump. Ah, conozco esa sensación, Andrew», y tras relatar la oposición que tuvo Jackson por parte del establishment y una serie de políticas que adoptó, termina diciendo «eso suena muy familiar. Esperen a ver lo que va a pasar muy pronto, amigos» (Trump, 2017c). El hecho de que identifique su política con la de Jackson no demuestra por sí mismo el jacksonianismo del presidente, pero sí que apuntala la conclusión obtenida en este análisis.

A modo de conclusión

Este trabajo parte de la constatación de que los líderes políticos son el canal a través del que los estados actúan en el sistema internacional y, por lo tanto, un elemento clave para entender la respuesta de los estados ante los estímulos del sistema internacional. En este marco, se subraya la importancia de las ideologías que, más allá de ser simples conjuntos de ideas, funcionan como mapas cognitivos que orientan las decisiones de los líderes.

Estas ideologías no operan en el vacío, sino que interactúan con la estructura del sistema internacional, la cual condiciona al Estado permitiendo un mayor o menor margen de acción para la influencia de elementos domésticos como la ideología. Sin embargo, la relación funciona igualmente de forma inversa: generalmente, ante una situación dada, se extiende un abanico de potenciales acciones definido en gran medida por la visión del mundo de la persona al frente del Estado, lo que puede amplificar dinámicas de cooperación o conflicto. Por ejemplo, la preferencia de Trump por el aislacionismo ha debilitado las alianzas y reavivado el debate acerca de la autonomía estratégica europea; su visión acerca de la naturaleza de las relaciones entre estados le ha llevado a amplificar la competición con China; y su rechazo a las organizaciones internacionales y las constricciones supranacionales, junto con su apoyo a Israel, han sido determinante en los últimos desarrollos del conflicto palestino-israelí, incluyendo lo sucedido desde el 7 de octubre de 2023. Todas estas decisiones tienen potenciales impactos en la estructura del sistema internacional. 

En este sentido, la inclusión de Donald Trump en el espectro de la ideología jacksoniana es de especial importancia, sobre todo si se considera que está al frente de la primera potencia en el sistema internacional y, por tanto, es la que influye en mayor medida en las dinámicas globales. Esta categorización enriquece la capacidad de análisis, permite anticipar patrones de comportamiento que, de otro modo, podrían percibirse erráticos o incoherentes, y provee de herramientas al resto de actores del sistema internacional a la hora de relacionarse con la gran potencia mientras tenga este líder al frente. Este artículo parte de la premisa de que la visión del mundo que tienen los líderes influye en sus prioridades estratégicas y delimita las acciones posibles del Estado. En el caso de Trump, la exaltación del interés nacional definido de forma «estrecha», el rechazo a la multilateralidad, o la preferencia del uso de la fuerza son políticas coherentes con su marco ideológico, es decir, no son simples decisiones tácticas. Es previsible que esto siga siendo así en su segundo mandato, por lo que este trabajo aporta una herramienta de gran utilidad para comprender y navegar la política internacional en los próximos años.

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Notas:

1- La primera edad del neoconservadurismo nace en los años sesenta del siglo pasado entre demócratas desencantados con el giro progresista de su partido, defensores de Vietnam y críticos del relativismo moral. La segunda edad, que vira hacia el partido republicano, se consolida en los setenta y ochenta, con un marcado acento anticomunista, el rechazo a la distensión con la Unión Soviética y el apoyo a Ronald Reagan. La tercera edad, desde mediados de los noventa, se integra plenamente en el Partido Republicano y se define por su fuerte énfasis en la política exterior intervencionista y la exportación de la democracia.

2- Estas lecciones hacen referencia al aprendizaje derivado del Acuerdo de Múnich (1938): las concesiones a Adolf Hitler que se hicieron entonces no llevaron a su apaciguamiento, sino que obtuvieron como resultado un mayor expansionismo alemán que terminó derivando en la Segunda Guerra Mundial.

Palabras clave: Estados Unidos, política exterior, ideologías de política exterior, Donald Trump, ideología jacksoniana, análisis de discurso, tradiciones de política exterior

Cómo citar este artículo: Dieste-Muñoz, Sonsoles. «El peso de las ideas: la ideología jacksoniana en la política exterior de Donald Trump». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 141 (diciembre de 2025), p. 161-184. DOI: doi.org/10.24241/rcai.2025.141.3.161

Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 141
Cuatrimestral (septiembre-diciembre 2025)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2025.141.3.161

Fecha de recepción: 13.03.25 ; Fecha de aceptación: 14.07.25