Apuntes | Las potencias medias y el nuevo orden económico en un mundo fragmentado
Las rivalidades entre las grandes potencias están sacudiendo la economía mundial, pero el destino de la economía depende cada vez menos de las acciones de Washington o de Beijing, y más de las de los países «intermedios». En una época de guerras comerciales entre Estados Unidos y China y de fragmentación geopolítica general, las potencias intermedias tienen la creciente responsabilidad de amortiguar esas rivalidades, estabilizar cadenas de suministro frágiles y promover marcos de cooperación cuando las superpotencias no lo hacen. Lo hacen mediante la multialineación (implicando a todas las partes de forma pragmática), el emprendimiento institucional (forjando nuevas coaliciones y normas) y a través de la conectividad estratégica (construyendo vínculos que mantienen el flujo comercial).
En lugar de un único hegemon que dicte las condiciones, lo que está surgiendo es un orden económico multipolar más distribuido, que las potencias intermedias están construyendo silenciosamente mediante acuerdos comerciales, de infraestructuras y diplomáticos. Estos países ejercen una influencia moderadora precisamente porque no son superpotencias: al negarse a encajar en el eje binario Estados Unidos-China, impiden que un bloque imponga su voluntad a todos los demás. Operan en los espacios grises, manteniendo relaciones con todas las partes: un enfoque de «alineación múltiple». En este entorno, el dominio del poder duro ya no basta para garantizar la influencia. Los tanques y los misiles no pueden garantizar el acceso a rutas comerciales ni a recursos críticos. Los flujos económicos, la legitimidad y el control de los puntos de estrangulamiento son igualmente importantes, lo que recuerda que los oleoductos y los ferrocarriles pueden tener tanta importancia estratégica como los ejércitos.
Kazajstán: puente euroasiático
Este país, encajonado entre sus gigantescos vecinos, Rusia y China, ha caminado durante mucho tiempo en la cuerda floja pero últimamente ha convertido ese equilibrio en una oportunidad. Desde la invasión rusa de Ucrania, Kazajstán ha acelerado sus esfuerzos por diversificar su dependencia de las rutas logísticas y comerciales rusas, posicionándose en el proceso como un puente euroasiático vital. La iniciativa emblemática ha sido el «Corredor Medio» transcaspiano, una ruta de tránsito que discurre de este a oeste desde China a través de Asia Central, cruza el mar Caspio, atraviesa el Cáucaso (Azerbaiyán y Georgia) y llega hasta Turquía y Europa. Kazajstán, por su parte, está ampliando la capacidad ferroviaria en su tramo de la ruta –tendido de nuevas vías, mejora de los puertos en el Caspio y racionalización de las aduanas– para gestionar el creciente flujo de mercancías.
Esta estrategia ya está dando sus frutos. Con el desvío de la carga ferroviaria china de Rusia, el tráfico ferroviario de Kazajstán se disparó, lo que generó tasas de tránsito e inversiones. La política «multivectorial» más amplia del país, consistente en implicar a todos los socios, es evidente: los funcionarios kazajos cooperan con China en proyectos de la Franja y la Ruta, se coordinan con Azerbaiyán, Georgia y Turquía en la gestión de los corredores y mantiene consultas con la Unión Europea sobre normas y financiación. De hecho, Europa ha apoyado esta ruta en el marco de su búsqueda de líneas de suministro más seguras. La iniciativa «Global Gateway» de la UE (un plan de conectividad concebido como respuesta a la Franja y la Ruta) considera ahora el Corredor Medio como un proyecto de referencia, y Kazajstán se ha adherido con entusiasmo. Cuando España ocupó la presidencia rotatoria de la UE a finales de 2023, Madrid hizo de Asia Central una prioridad de su política exterior, centrándose en potenciar la capacidad del Corredor Medio como arteria este-oeste.
Al mismo tiempo, Kazajstán ha mantenido una diplomacia equilibrada con todas las grandes potencias: una delicada danza de multialineamiento. Sigue formalmente aliada con Rusia a través de bloques económicos y de seguridad, pero Astana ha dejado clara su postura independiente respecto de la guerra de Ucrania (declinando reconocer las anexiones rusas y haciendo un llamamiento al diálogo). El gobierno del presidente Kasym-Zhomart Tokáyev también ha dado la bienvenida a los inversores occidentales y asiáticos que huyen del mercado ruso, ofreciendo a Kazajstán como una alternativa estable. Y las relaciones con China se siguen intensificando en el plano económico, aunque Kazajstán también evita convertirse en vasallo de Beijing. El arte consiste en mantener todas las puertas abiertas. Se trata de política de tránsito en acción: al desarrollar rutas alternativas, Kazajstán se dota de opciones y elementos de negociación. En plena tormenta, Kazajstán ha podido crear algo de espacio estratégico. Lejos de ser un espectador pasivo, esta potencia intermedia ha aprovechado la crisis para impulsar una visión de una Eurasia conectada y multipolar en la que ningún gigante lleva la voz cantante.
España: centro de conectividad
En el otro extremo de la masa continental euroasiática, España ha adoptado una estrategia similar a la de las potencias intermedias, convirtiendo su situación geográfica y sus alianzas en una ventaja. Pensemos en el papel de España en la seguridad energética de Europa en plenas turbulencias bélicas y durante la pandemia. España cuenta con la mayor red de terminales de gas natural licuado (GNL) de Europa y ha sido un punto de entrada fundamental para el gas no ruso. Cuando en 2022 los gasoductos rusos redujeron drásticamente el suministro de gas a Europa, los puertos españoles fueron clave para descargar el gas de sustitución procedente de fuentes como Estados Unidos y el norte de África. Los dirigentes españoles presionaron para ampliar las conexiones por gasoducto de la península Ibérica al resto de Europa, reconociendo que quien controla la infraestructura de tránsito puede hacer o romper la resiliencia del suministro continental. Este impulso a un nuevo interconector de gas (que ahora evoluciona hacia un proyecto de gasoducto de hidrógeno) pone de manifiesto que España es consciente de que la conectividad es poder: una potencia intermedia puede ganar influencia aportando la infraestructura de la que dependen otras.
Durante su Presidencia de la UE en 2023, Madrid se propuso reforzar los lazos de la UE con América Latina y Asia Central, regiones en las que las afinidades históricas y lingüísticas de España (en el caso de la primera) y sus nuevos intereses estratégicos (en el caso de la segunda) le confieren una credibilidad única. Al abogar por una cumbre UE-Asia Central e impulsar la inversión en las conexiones de transporte transeurásicas, España contribuyó a garantizar que la respuesta de la UE a una economía mundial fragmentada no fuera simplemente replegarse sobre sí misma o aferrarse a Estados Unidos, sino interactuar con una coalición más amplia de socios.
De hecho, uno de los acontecimientos más interesantes ha sido la creciente asociación entre España y Kazajstán. A primera vista, estos dos países tenían una interacción limitada. Pero a medida que Kazajstán ha ido adquiriendo importancia estratégica, España ha ido estrechando sus lazos económicos e incluso de seguridad con el país. Ambos estados mantienen una Asociación Estratégica desde 2010, y el comercio se ha disparado en los últimos años. En 2022, el comercio bilateral superó los 3.000 millones de dólares, alimentando con petróleo kazajo a las industrias españolas y aumentando las inversiones en Kazajstán por parte de las empresas españolas (desde el fabricante ferroviario Talgo hasta las compañías de energías renovables). Decenas de empresas españolas operan ahora en Kazajstán, construyendo desde trenes de alta velocidad (Talgo ayudó a modernizar los ferrocarriles kazajos) hasta plantas de fertilizantes y parques eólicos.
Al desempeñar este papel de puente, España ha impulsado su perfil. Demuestra que incluso un país que no ocupa el primer lugar en cuanto a poderío militar o económico puede ejercer una enorme influencia conectando a otros. Tanto como anfitrión de las conversaciones entre líderes latinoamericanos y de la UE o como defensor de las infraestructuras que unen el Mediterráneo con el Caspio, Madrid ha asumido el papel de convocante y conector, lo que refuerza la legitimidad de España, considerada un país que construye en lugar de dividir.
Configurar el nuevo orden
Los esfuerzos de Kazajstán y España son microcosmos de un fenómeno más amplio: el auge del activismo de las potencias intermedias en el sistema económico internacional. Demuestran que cuando el liderazgo tradicional de las grandes potencias flaquea o se vuelve demasiado interesado, otros pueden dar un paso al frente para liderar por derecho propio, y lo harán. Pero estos esfuerzos, por importantes que sean, siguen siendo en gran medida ad hoc y paralelos. El siguiente paso es la coordinación: potencias intermedias que colaboren conscientemente para amplificar su impacto. Eso podría significar que Kazajstán y España colaboraran para alinear el Corredor Medio con las redes de transporte europeas, o que copatrocinaran iniciativas internacionales en materia de seguridad de la cadena de suministro y la transición energética.
El punto clave es que las potencias intermedias no deben conformarse con reaccionar ante un orden en proceso de cambio o, peor aún, replegarse en el aislamiento. Tienen la oportunidad –incluso la obligación– de configurar el nuevo orden económico de manera proactiva. Aunando su influencia, pueden establecer normas para las tecnologías emergentes, garantizar que las rutas comerciales sigan siendo abiertas e inclusivas y defender los principios de equidad y multipolaridad en las instituciones mundiales. En muchos sentidos, están mejor posicionadas para hacerlo que cualquier superpotencia: tienen los números, la legitimidad regional y, a menudo, la autoridad moral que nace de no ser percibidas como hegemónicas.
Vivimos tiempos en los que ninguna capital tiene todas las respuestas para la gobernanza económica mundial. Por eso es tan importante que las capitales «centrales» den un paso al frente juntas. Mediante una diplomacia inteligente, la creación de redes y el enfoque en la cooperación práctica, las potencias intermedias pueden evitar que el mundo derive hacia bloques rivales que pidan a los países más pequeños que se limiten a optar por un bando. Pueden demostrar que el pragmatismo no es sinónimo de impotencia, sino que puede tener principios y ser dinámico, forjando un camino hacia la estabilidad allí donde fracasan los grandes enfrentamientos ideológicos. En un mundo fragmentado, lo intermedio puede resistir. Depende de las potencias intermedias asegurarse de que así sea.