América Latina. Cuarenta años después

Qüestions CIDOB, núm. 26
Anna Ayuso, Investigadora Principal, CIDOB, entrevistada por Oleguer Sarsanedas
Hugo Chávez ha muerto cuarenta años después que Salvador Allende, y América Latina es, hoy, muy diferente de como se la imaginaban aquellos que apoyaban a las dictaduras militares de la Operación Cóndor.
Al menos, de entrada, es una América Latina mayoritariamente guiada por una «nueva izquierda» que gana inapelablemente en las urnas y que, una vez en el gobierno, se ocupa de los que nunca nadie se había ocupado antes, luchando contra la pobreza y permitiendo que ejerzan como ciudadanos. También es una América Latina que, excepcionalmente desde las independencias, puede desarrollar (desafiando las instituciones y los poderes mundiales) unas relaciones internacionales autónomas, libre de injerencias. Una América Latina que ejerce la independencia, de hecho, y que se ha convertido en referente para el avance emancipador de los últimos años —de Bolivia a Ecuador, de Venezuela a Brasil o a Argentina.
Pero han tenido que pasar cuarenta años en los que se han sucedido episodios durísimos: las guerrillas, la represión y los desaparecidos en Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil (años setenta y ochenta); el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza, el triunfo sandinista y la organización de la Contra en Nicaragua (1979-1990); el asesinato del arzobispo Óscar Romero y la guerra civil en El Salvador (1980-1992); la continuación y exacerbación de la guerra civil en Guatemala (1960-1996)...
Aunque el retorno a la democracia fue concediendo espacios políticos a las fuerzas de la izquierda moderada, la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999 y la de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de Brasil en 2002 fueron determinantes. El giro hacia a la izquierda se convirtió en una tendencia continental que el New York Times bautizó como «Marea Rosa», para significar que no era una izquierda tan roja como la anterior. En un reportaje de la BBC de 2005 se afirmaba que en América Latina, tres de cada cuatro habitantes vivían en países gobernados por «presidentes izquierdosos» escogidos en los seis años precedentes. Un elemento común de la política de estos países era la clara ruptura con el «Consenso de Washington» —es decir, según la BBC, con «la agenda de apertura de mercados y de privatizaciones impulsada por los Estados Unidos desde principios de los años noventa». Una izquierda democrática, en cualquier caso, que accedía al poder con mayorías incuestionables. A las victorias de Chávez y Lula da Silva se fueron añadiendo las de Tabaré Vázquez en Uruguay y Martín Torrijos en Panamá (2004), así como las de Evo Morales en Bolivia (2006), Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador y Álvaro Colom en Guatemala (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008) y Ollanta Humala en Perú (2011).
A pesar de las diferencias de los proyectos políticos en cada país, esta nueva izquierda, dice Anna Ayuso, es fruto de la revuelta contra el statu quo instaurado después de los regímenes autoritarios, porque la transición democrática se hizo a medias.
>¿A medias?
>Se hizo en un momento de crisis, cuando estos países estaban atenazados por la deuda externa. Fue una transición acompañada de políticas de ajuste estructural —con todo el coste social que éstas comportan. La nueva izquierda emergió como expresión de un sector social que se había desvinculado de las antiguas revoluciones/luchas armadas, al que las oligarquías (que copaban las instituciones) no dejaban salida. La democratización les había dado el voto, pero no la expresión política. Los partidos establecidos no les representaban. En los países con una cierta institucionalidad (Brasil, Argentina, Colombia), el sistema de partidos pudo canalizar a estos votantes, a menudo hacia nuevas formaciones. En otros países, surgieron outsiders de toda clase —de Fujimori a Chávez. El segundo factor que explica el aumento de la izquierda en América Latina es la oposición a las consecuencias de las políticas económicas de ajuste (el empobrecimiento de la población), no solo por parte de los sectores más vulnerables, sino también de las clases medias-bajas. En unos países en los que los índices de pobreza han rozado el 50%, la gran fuerza de esta izquierda es la de la gente «olvidada», que los demás no han representado nunca —no han sabido o no han querido.
>¿Se podría hablar, pues, de un electorado cautivo?
>En cierto modo. La gran pregunta es si, a medida que la gente acceda a la clase media, tendrán el mismo comportamiento político que hasta ahora.
>¿Qué alianzas ha tejido, desde el poder, esta nueva izquierda?
>Se han producido alianzas significativas: con los militares (que han dejado de verse como golpistas o como opción de gobierno, para ejercer su papel de garantes de la institucionalidad, al margen de la política) y con una parte de la burguesía (con resultados diversos: en Brasil, Lula consiguió moderar a los caciques rurales; en Venezuela, en cambio, el sector caciquil es, con la burguesía tradicional, el más castigado por la revolución bolivariana). Pero lo más significativo es la emergencia de una nueva burguesía (conocida como boliburgesía o chavurgesía en Venezuela), muy clientelar e inserida en el poder. En Venezuela, la alianza tiene tres patas: los militares, los movimientos sociales (clientelares: distribuyen subvenciones) junto con los funcionarios (cuyo número se ha duplicado con Chávez), y un sector de la burguesía que se ha reinventado, se ha vuelto también clientelar y se ha beneficiado de las expropiaciones (gestión de empresas de capital mixto). Estos son elementos comunes a todos los países gobernados por la «nueva izquierda» —también en Argentina de los Kirchner. Como en el caso del peronismo, prestarán apoyo electoral a quien reconozcan como líder, venga del sector que venga.
>¿Y la población indígena?
>Depende mucho de los países. En Bolivia el sector indigenista es absolutamente determinante. En Ecuador, en cambio, el movimiento quedó desprestigiado por el apoyo que había prestado a Lucio Gutiérrez (nacido en la región Amazónica) y se encuentra muy dividido. En Brasil, a su vez, se circunscribe a determinadas zonas del país y sus relaciones con el Gobierno no son del todo fluidas.
>¿Y quién tiene frente a ella esta nueva izquierda? ¿Quién es la oposición?
>En Bolivia, Ecuador y Venezuela, la oposición tiene un pasado nefasto. Existen recuerdos muy recientes de los excesos de una burguesía corrupta, que acaparaba todo el poder, no repartía riqueza, y que, por contra, provocaba mucha inestabilidad porque no daba respuesta a los problemas reales de la mayoría de la población. Por otro lado, intentos golpistas como el de Venezuela (2002) y hechos como la destitución de los legítimos presidentes de Honduras (2009) y Paraguay (2012) han ayudado poco. La oposición está muy fragmentada y una buena parte es inmovilista (quiere mantener el statu quo) y con poca visión de país (no desea transformaciones al estilo de Brasil). El de la oposición de derechas es un pecado original: sus orígenes son las oligarquías extractivistas, que no necesitan ciudadanos sino sirvientes. Y choca con el hecho de que la gente ya no quiere volver a atrás, a épocas en las que, por ejemplo, en Argentina se pasaba hambre a pesar de ser un gran productor agrícola. Los sectores más moderados tienen difícil abrirse espacios en un clima de polarización y división.
>¿Cuáles son hoy los grandes temas? ¿La economía? ¿La seguridad de la región? ¿La calidad de la democracia? ¿Las relaciones globales?
>El gran tema es la sostenibilidad económica del modelo. A los países con muchos recursos primarios a precios altos y con fuerte demanda en los mercados les es más fácil contentar a un sector suficiente de la población para conseguir mayorías. Ahora bien: si caen los precios o la demanda, cae todo. Depende mucho de cada caso: en Brasil (con industria, diversificación económica y mercado interno), el riesgo es menor; en Venezuela (monodependiente del petróleo), es elevado; en Ecuador, el pragmatismo de Rafael Correa (expropiaciones controladas, iniciativas de diversificación) choca con la oposición de la población indígena a la ampliación de las industrias extractivas. El otro gran tema es la seguridad en la región. En estos momentos, preocupa mucho la situación en Centroamérica, México, Colombia, Venezuela y hasta en Brasil, vinculada al narcotráfico y agravada por la inoperancia de los cuerpos de seguridad (ya sea por corrupción o por ineptitud) y la impunidad de los acusados (debido al funcionamiento deficiente de un sistema judicial sin garantías de independencia). El tercer gran tema es la deriva autoritaria/institucional de quienes ahora controlan el poder (tanto como la antigua oligarquía, pero repartiendo más): una tendencia hacia romper el equilibrio de los poderes tradicionales (judicatura, sindicatos, parlamento), anular los contrapoderes (medios de comunicación) y ampliar el sector clientelar. Si se eliminan los mecanismos de control del poder, se obtiene un sistema autoritario: una democracia plebiscitaria, refrendada en las elecciones, en que todas las decisiones las toma el líder (o los integrantes de su sector). Esto no ocurre en Brasil o en Chile, donde el sistema de partidos actúa de contrapoder. Finalmente, existe el tema de la dimensión global de la región. El gran «delito» de Chávez (y por lo que se le recordará en América Latina y en todo el mundo) es su desafío no solo al statu quo local, sino también al mundial, con iniciativas de integración regional, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), de creación de instituciones financieras al margen del FMI y el Banco Mundial, y de desarrollo y coordinación con otros países de unas relaciones internacionales autónomas. No ha sido casual la presencia de tantos presidentes, de todo el mundo, a su entierro. Hoy América Latina quiere controlar su destino y afirma su soberanía —dicho de otra manera, no quiere que nadie le diga qué debe hacer. La presencia de los presidentes de la región en Caracas fue un acto de afirmación y, al mismo tiempo, un toque de atención a propios y extraños: encabezados por Dilma Rousseff, expresaron su compromiso con este legado y también su voluntad de acompañar el proceso de Venezuela (estamos con vosotros, pero atención: las elecciones deben ser limpias y las líneas rojas no pueden venir de fuera). El papel de Brasil, con una gran credibilidad internacional y regional, es muy importante.
>¿Estabilidad, entonces?
>Sí, siempre que los sectores opositores no pierdan la cabeza al ver que, no se sabe hasta cuándo, tienen pocas expectativas de ejercer el poder. Por parte de los Estados Unidos, mientras tenga asegurado el negocio del petróleo, la Administración Obama se abstendrá de intervenir directamente. No le preocupa tanto la ideología, prefiere que haya estabilidad en la región y ampliar mercado. El papel de China, como principal factor de crecimiento para muchos países de la región, también es determinante.