Reconocimiento de Palestina: un gesto vacío en tiempos de genocidio

Opinión CIDOB nº 845
Manifestación con banderas de palestina
Publication date: 09/2025
Author:
Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB
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Sin lugar a dudas, el reconocimiento de Palestina por parte de distintos gobiernos occidentales es necesario. Pero que dicho reconocimiento llegue en medio de un genocidio y sin ir acompañado de sanciones ni de costes reales para Israel pone en cuestión la sinceridad del gesto. En lugar de convertirse en una palanca política para frenar la masacre, corre el riesgo de ser un regalo envenenado: tranquiliza las conciencias en Occidente mientras deja a los palestinos exactamente dónde estaban, bajo las bombas, el asedio y la colonización.

«No podemos esperar más». Así justificó el presidente francés Emmanuel Macron, junto a Canadá, Malta, Reino Unido y Portugal, la necesidad de reconocer el Estado palestino ante la Asamblea General de Naciones Unidas. En menos de un año, ya son diez los países occidentales que han dado este paso. Para algunos, la carrera de fondo diplomática en Oriente Próximo exige tomar decisiones irreversibles como esta. Para otros, la urgencia es detener la masacre en Gaza antes de plantearse el reconocimiento del Estado palestino, un tema que hoy no es prioridad ni para los palestinos ni para los israelíes. Ambas explicaciones no son incompatibles, pero se vuelven contradictorias si la decisión de reconocer el Estado palestino se limita a un gesto simbólico sin consecuencias reales para Israel. 

En los últimos meses, diplomáticos británicos, canadienses y franceses habían enmarcado este reconocimiento no solo como un deber moral hacia un pueblo que reclama autodeterminación, sino incluso como una forma de represalia contra Israel. «Si no cambia su conducta, reconoceremos a Palestina», rezaban los titulares. En julio, el primer ministro británico Keir Starmer lo dijo claramente: reconocería al Estado palestino «a menos que Israel adoptara medidas sustantivas para poner fin a la situación atroz en Gaza, acordara un alto el fuego y se comprometiese con una paz sostenible que reviva la solución de dos Estados». Pero, la pregunta no es por qué reconocer a Palestina: esa respuesta está dada hace tiempo. La pregunta incómoda es: ¿por qué ahora, tras dos años de conflicto y más de 65.000 muertos? 

Desde el punto de vista jurídico, el reconocimiento de Palestina por otro Estado es puramente declarativo. La Convención de Montevideo (1933) define un Estado por cuatro criterios: gobierno efectivo, territorio definido, población y capacidad de relacionarse con otros Estados. Palestina carece de los tres primeros. Es más, Israel ha multiplicado las medidas para hacer inviable cualquier Estado palestino. Por un lado, avanza en su ofensiva terrestre en la ciudad de Gaza con el objetivo de expulsar a los palestinos de la Franja. Por otro, acelera la colonización de Cisjordania, donde ya viven más de 700.00 colonos. En julio, el Parlamento israelí votó una moción no vinculante que propone la anexión de Cisjordania mientras que el gobierno acaba de aprobar la construcción del macroproyecto de asentamientos E1 que separará la Cisjordania ocupada de Jerusalén Este.

En este contexto, el reconocimiento no cambia nada sobre el terreno. No detiene los bombardeos, no abre corredores humanitarios, no frena la expansión de los asentamientos en Cisjordania. Sí permite, en cambio, a los gobiernos occidentales afirmar que han actuado, que «han hecho algo» ante el horror. Sin embargo, más allá de los anuncios políticos, la respuesta ante el genocidio sigue centrada sobre el terreno en una «crisis humanitaria» en la que lo prioritario es permitir la entrada de ayuda, sin contemplar sanciones a Israel por sus crímenes de guerra. Así, los líderes occidentales se sienten liberados de cualquier obligación de ejercer presión real sobre el gobierno de Benjamín Netanyahu: no impone costes tangibles, ni exige rendición de cuentas, ni aplica sanciones si no detiene la guerra, el asedio y la colonización. 

El resultado es un doble movimiento perverso. Por un lado, ofrece un lavado de cara a los líderes occidentales: podrán proclamar que son solidarios con el pueblo palestino y que cumplieron con un deber moral largamente postergado. Por otro, traslada la carga de la prueba a los palestinos, a quienes se pedirá demostrar que son dignos de este reconocimiento. 

Mientras tanto, lo esencial permanece intocable: Israel no paga coste alguno por sus crímenes de guerra. Es más, medidas simbólicas como esta pueden alimentar la radicalización de la sociedad israelí. Por un lado, lejos de sentirse acorralado, la respuesta del gobierno de Netanyahu es reafirmarse en su proyecto mesiánico, convencido de que el mundo está en su contra. Por su parte, la oposición, aunque critique al primer ministro, es muy probable que acabe cerrando filas, porque la hostilidad hacia la idea de un Estado palestino, que ya impregnaba a la sociedad israelí antes del 7 de octubre, se ha convertido en dogma.

Por todo ello, reconocer a Palestina hoy, sin imponer costes reales a Israel, no es un paso hacia la justicia sino un gesto que enmascara la inacción. Mientras la respuesta internacional no se traduzca en sanciones, presión diplomática y rendición de cuentas, los anuncios políticos seguirán siendo una coartada para Occidente y una condena para los palestinos, atrapados entre las bombas y las promesas vacías.

Palabras clave: Palestina, Israel, reconocimiento, genocidio, Oriente Próximo, Estado palestino, Gaza, Cisjordania, crisis humanitaria

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