Reseña de libros | Las autocracias electorales: el modelo político de la ola reaccionaria
Forti, Steven. Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales. Akal, 2024, 344 págs.
Sanahuja, José Antonio y Stefanoni, Pablo (eds.). Extremas derechas y democracia: perspectivas iberoamericanas. Fundación Carolina, 2023, 195 págs.
El auge global de la extrema derecha no puede entenderse solo como un sobresalto cultural o una oscilación coyuntural del electorado. Su rasgo definitorio es programático: la formulación de un modelo de gobierno alternativo a la democracia liberal, la autocracia electoral, que conserva elecciones y rituales de representación mientras erosiona derechos, pluralismo y contrapesos. Este es el hilo conductor de las obras reseñadas. Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales de Steven Forti ofrece la arquitectura conceptual: la autocratización electiva como forma dominante del autoritarismo del siglo xxi. Extremas derechas y democracia: perspectivas iberoamericanas de José Antonio Sanahuja y Pablo Stefanoni, aporta el mapa empírico de cómo esa propuesta se traduce en prácticas de poder, discursos y alianzas transnacionales.
Ambos trabajos comparten la tesis de que la llamada «ola reaccionaria» no se limita a capitalizar malestares sociales, sino que propone una redefinición de la democracia: de régimen liberal de derechos y límites a plebiscitarismo de mayoría moral, donde la victoria electoral se convierte en licencia para gobernar sin contrapesos. Leída así, la ola ultra no es un antisistema, sino un sistema alternativo que busca normalizar la democracia iliberal como horizonte de gobernabilidad. Este desplazamiento, de la reacción al proyecto, estructura la lectura de ambas obras.
La derecha radical contemporánea se articula en torno al nativismo, el autoritarismo y el populismo. Pero su singularidad actual reside en transformar tensiones sociales difusas en una propuesta institucional coherente. Forti describe este tránsito del malestar a la autocratización; Sanahuja y Stefanoni muestran su despliegue en contextos iberoamericanos y su conexión con la ola global.
En el plano cultural, la «reacción cultural» expresa el rechazo al pluralismo posmaterialista. Sectores sociales que perciben amenazado su estatus –varones, clases medias tradicionales, grupos religiosos– demandan restauración moral y autoridad. En el plano económico, la globalización y la desindustrialización generaron perdedores visibles, pero también ansiedad de estatus y miedo al declive. Estas percepciones se traducen en la búsqueda de protección institucional y en la idealización de un Estado fuerte y excluyente.
A ello se suma una dimensión territorial: las «geografías del descontento», regiones percibidas como abandonadas por las élites globales, donde la extrema derecha canaliza un resentimiento que combina identidad local, nacionalismo y rechazo a la globalización. Finalmente, el vector mediático y emocional cierra el círculo. La desintermediación digital convierte el espacio público en una arena plebiscitaria donde el liderazgo se mide en intensidad emocional más que en deliberación.
El resultado es una síntesis entre reacción cultural, inseguridad económica, resentimiento territorial y comunicación polarizada que desemboca en una propuesta política: democracia sin liberalismo, o autocracia electoral. En el modelo descrito por Forti, las elecciones persisten, pero su función cambia: dejan de ser un mecanismo de control para convertirse en un dispositivo de legitimación de una mayoría que se declara moralmente homogénea. Sanahuja y Stefanoni destacan la transnacionalización de esta lógica, articulada en foros y redes que promueven la sustitución de la arquitectura liberal por una ingeniería de hegemonía ejecutiva, mediática y judicial.
La ola reaccionaria no es mera protesta: es propuesta. Su horizonte no es la restauración del pasado, sino la creación de un orden posliberal en el que la soberanía se ejerce sin límites. Las causas del auge explican así no solo la demanda social de autoridad, sino también la oferta política que la canaliza: un modelo de gobernabilidad mayoritaria y excluyente que se legitima en las urnas.
El punto de llegada de este proceso es el modelo de autocracia electoral. Forti la define como una democracia que conserva sus procedimientos mientras pierde su sustancia. Las elecciones continúan, pero las condiciones de competencia se degradan; los contrapesos liberales se neutralizan; el pluralismo se reinterpreta como amenaza. No hay ruptura, sino mutación: una autocratización electiva que convierte la legitimidad popular en fundamento de un poder concentrado.
Hungría representa el ejemplo paradigmático. Desde 2010, Viktor Orbán ha instaurado un régimen que él mismo denomina «democracia iliberal». El partido Fidesz ha subordinado el poder judicial, controlado los medios y rediseñado las reglas para garantizar su hegemonía. La mayoría electoral se transforma en mandato absoluto y el pueblo en comunidad excluyente.
En la India, Narendra Modi encarna una versión religiosa de esta dinámica. La ideología del Hindutva redefine la nación en clave étnico-religiosa y erosiona el secularismo fundacional del Estado. La oposición existe, pero carece de condiciones para competir en igualdad. En Israel, las reformas impulsadas por Benjamin Netanyahu buscan limitar la independencia judicial y consolidar un control político sobre las instituciones, legitimado por la retórica de la seguridad nacional. En Estados Unidos, el trumpismo mostró que incluso las democracias más consolidadas pueden aproximarse al autoritarismo competitivo. La deslegitimación de las elecciones de 2020 y el ataque a los medios de comunicación ilustran una concepción plebiscitaria del poder, donde la lealtad sustituye al control institucional.
En todos los casos, el patrón es similar: deterioro de las instituciones liberales y consolidación de un régimen en el que la mayoría gobierna sin límites. Se advierte que las democracias mueren cuando los vencedores dejan de aceptar los límites de su victoria. Las autocracias electorales, al convertir el principio de la mayoría en poder ilimitado, disuelven la esencia del constitucionalismo democrático.
La novedad de esta forma de autoritarismo reside en su apariencia de normalidad. A diferencia de los regímenes totalitarios del siglo xx, no necesitan suprimir las elecciones ni recurrir a la violencia abierta. Su fuerza proviene de la captura de instituciones, la manipulación informativa y la resignificación simbólica de la democracia como mandato moral. Forti llama a este fenómeno «democracia vaciada»: un sistema donde el pueblo vota, pero el poder no responde. Sanahuja y Stefanoni muestran que este modelo se ha legitimado globalmente y que su influencia se extiende a América Latina, donde liderazgos como los de Jair Bolsonaro o Javier Milei reinterpretan su lógica bajo claves locales.
Las autocracias electorales son, en suma, la propuesta institucional de la ola reaccionaria: regímenes de obediencia consentida que administran la democracia como simulacro. Su atractivo radica en ofrecer certidumbre en un mundo percibido como caótico. Pero su expansión revela que el conflicto político actual no se libra entre democracia y dictadura, sino entre dos concepciones de democracia: una liberal y pluralista, y otra iliberal y plebiscitaria.
Leídas en conjunto, las obras de Forti y de Sanahuja y Stefanoni componen un diagnóstico lúcido del agotamiento de la democracia liberal. Forti aporta el marco teórico: la autocracia electoral como forma dominante del nuevo autoritarismo. Sanahuja y Stefanoni lo complementan con evidencia empírica y un enfoque transnacional que vincula Europa y América Latina. Ambos coinciden en que el desafío actual no es la irrupción del autoritarismo, sino su legitimación democrática.
El valor de Forti reside en identificar la sutileza del proceso: las democracias se extinguen votando. Su lectura gramsciana y su atención a la comunicación digital explican cómo el autoritarismo se reinventa sin abandonar el lenguaje democrático. Sanahuja y Stefanoni, por su parte, amplían el foco al subrayar la dimensión moral y religiosa de la ola reaccionaria, su capacidad para convertir el malestar en identidad.
No obstante, ambos comparten una limitación: diagnostican con precisión el problema, pero dejan abierta la cuestión de la respuesta. Si la democracia liberal está siendo vaciada desde dentro, ¿cómo recuperar su legitimidad sin caer en el decisionismo que combate? Tal vez la tarea pendiente no sea defender el liberalismo, sino reinventarlo.
La ola reaccionaria no es un episodio, sino un proyecto que ha logrado articular una visión coherente del orden y de la autoridad. Su éxito no se mide solo en votos, sino en su capacidad para reconfigurar el sentido mismo de la democracia. Frente a ello, Forti y Sanahuja y Stefanoni nos recuerdan que el reto contemporáneo no es resistir el autoritarismo, sino impedir que la democracia se convierta en su coartada.
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 141. pp. 194-196
Cuatrimestral (septiembre-diciembre 2025)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X