Torre Pacheco: un cóctel molotov anunciado

Este artículo se publicó previamente en el diario ARA.
A mediados de julio de 2025, tras la agresión de un vecino por parte de un joven de origen marroquí en Torre Pacheco, se desencadenaron varios días de altercados xenófobos que en gran parte fueron alentados desde las redes sociales por grupos de extrema derecha llegados desde diferentes puntos de España. Mientras que la mayor parte de análisis han puesto el foco en la responsabilidad e impunidad con la que actúan estos grupos, este artículo argumenta que hay que ir más allá, prestando atención a una combinación de elementos inflamables que venían anunciándose desde hacía tiempo y que también están presentes en el contexto local.
La «cacería» de inmigrantes en Torre Pacheco es un ejemplo más de los efectos monstruosos de los discursos de odio promovidos por la extrema derecha y alimentados por las redes sociales. Los casos se multiplican en toda Europa: solo en los últimos meses, se han vivido altercados xenófobos de carácter extremadamente violento en Reino Unido, Irlanda, Francia, Alemania e Italia. Pero sería un error pensar que todo es culpa de la extrema derecha. Torre Pacheco es el efecto de un cóctel molotov elaborado a fuego lento.
El primer ingrediente inflamable de este cóctel es de tipo económico. Con la creación, en los años noventa, de un mercado único europeo, Torre Pacheco se convirtió en la capital de la economía agroindustrial exportadora del Campo de Cartagena. El éxito de las frutas y las hortalizas made in Spain, que también incluye a Almería y Huelva, genera beneficios millonarios año tras año. Pero a nadie se le escapa que es un modelo insostenible. Lo es en términos medioambientales. Y lo es en términos sociales, puesto que depende del trabajo precarizado y precarizador de las personas migrantes. Sus condiciones de trabajo y de vida son la cara amarga de los tomates, los pimientos y los calabacines que comemos.
En ese sentido, Torre Pacheco no es un síntoma de los nuevos tiempos, como algunos han argumentado. Este modelo lleva décadas desarrollándose y sus consecuencias hace tiempo que las conocemos. Los incidentes racistas de El Ejido de febrero de 2000 fueron un primer aviso. Durante unos días, también se salió a la «cacería del moro». Entonces, las imágenes de incendios y destrozos también causaron gran conmoción. Y, entonces, ya se concluyó que tanta miseria y segregación no podían traer nada bueno. Veinticinco años después, no solo no ha mejorado la situación, sino que ha ido a peor. Las condiciones impuestas por las grandes cadenas de supermercados, con precios bajistas y costes al alza, han hecho del trabajo mal remunerado de los trabajadores migrantes un elemento aún más estructural y necesario para la supervivencia del sector.
Lo que sí ha cambiado desde los incidentes de El Ejido es que ahora no hablamos ya de inmigrantes sino de sus hijos e hijas. Aquí es donde entra el segundo ingrediente inflamable de ese cóctel molotov. Las mal llamadas «segundas generaciones» son de aquí, lo que significa que se resisten a aceptar la precariedad absoluta que vivieron sus padres. Asimismo, se los señala constantemente como personas de fuera, lo que se traduce en situaciones diarias de discriminación, segregación y desprecio social. Ni la escuela ni la inserción laboral sirven para la integración social. El resultado es más pobreza, mayor riesgo de exclusión, más paro y más abandono escolar.
Todo esto provoca dos consecuencias. La primera es que, bajo estas condiciones, ciertos barrios se han ido degradando. Para algunos jóvenes, los pequeños hurtos o el tráfico de drogas pueden acabar dibujándose como alternativa. Pese a ser una infimísima parte de los casos, los efectos sobre la percepción y el discurso mediático no son menores. En este sentido, no deberíamos despreciar el tema de la seguridad, que es importante y que afecta a unos y otros por igual. La segunda consecuencia es la frustración: se les ha dicho que son ciudadanos de pleno derecho, pero en la práctica no lo son. Hace tiempo Andreu Domingo y Jordi Bayona advertían de que las banlieues francesas no nos quedan tan lejos.
El tercer ingrediente de este cóctel molotov también es nuevo respecto a los incidentes de El Ejido y tiene que ver con la extrema derecha. De esto se ha hablado más. Torre Pacheco es un ejemplo de cómo la extrema derecha parásita y alimenta los malestares para extraer votos. No tiene por qué generarse en el entorno local. Aterrizan donde salta una chispa para convertirla en un fuego. Torre Pacheco también pone de manifiesto el motivo por el que la estrategia comunicativa de la extrema derecha a menudo acaba imponiéndose: el contenido sencillo pero insistente del mensaje y el uso magistral de las redes sociales los hace difíciles de igualar en un mundo en el que la mentira se distingue cada vez menos de la verdad.
Los tres elementos, de carácter altamente inflamable, se combinan en Torre Pacheco, pero también están muy presentes en el resto de España. Las chispas de Alcalá de Henares, El Ejido, Salt, Mataró o Piera no auguran nada mejor. Urge hacerle frente, porque ya vamos tarde. Esto implica «rearmarnos de palabras», porque estamos perdiendo la batalla del relato. También conviene no obsesionarnos con la extrema derecha, porque los dos primeros elementos de este cóctel molotov son fundamentales y no tienen que ver con ellos sino con nosotros. Y, por último, requiere una respuesta colectiva, a partir de la alianza firme entre administraciones, el tercer sector, la sociedad civil, los medios de comunicación, la academia y cada uno de nosotros sin excepción.
Palabras clave: Torre Pacheco, xenofobia, migración, extrema derecha, precariedad, racismo, altercados
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