Introducción: África, América Latina y el «siglo de Asia»
Karim El Aynaoui, Director ejecutivo, OCP Policy Center, k.elaynaoui@ocpgroup.ma
Eckart Woertz, Investigador senior, CIDOB, ewoertz@cidob.org
Desde la década de los ochenta del siglo pasado, en el sistema internacional se ha ido produciendo un desplazamiento continuo del centro del poder geopolítico desde Occidente hacia Asia-Pacífico; un cambio que, si en un primer momento fue económico, progresivamente se ha ido convirtiendo también en político y cultural. De esta manera, mientras los mercados emergentes asiáticos han ido ascendiendo en la cadena de valor de los procesos de producción industrial, la participación de los países industrializados occidentales en el PIB mundial ha ido disminuyendo. Recientemente, el PIB de China ha superado al de Estados Unidos y la UE en términos de paridad de poder adquisitivo, aunque sigue siendo considerablemente menor en dólares corrientes (véase la figura 1). Asimismo, además del G-7, ha surgido el G-20, que se ha convertido en una plataforma internacional para debatir los desafíos de la cooperación económica, si bien con un éxito variable. Países asiáticos como China e India también se están reafirmando en materia de seguridad, y buscan nuevas vías para los flujos de inversión y cooperación para el desarrollo.
La creciente multipolaridad del sistema mundial conlleva nuevos retos y fisuras geopolíticas. La esperada reconversión de China desde un crecimiento basado en la exportación a un crecimiento basado en el consumo interno y los servicios podría modificar todavía más los patrones comerciales. A diferencia del océano Atlántico y el Pacífico, el mundo del océano Índico está interconectado orgánicamente por una franja costera que facilita los flujos comerciales. Hay un debate abierto sobre si la dinámica de crecimiento de la India podría superar a la de China. Hacia el año 2022 la población de la India se situará en torno a 1.400 millones de personas y superará a la de China; hacia 2050, la India alcanzará los 1.700 millones de habitantes, mientras que se espera que la población de China disminuya después de 2030 (United Nations, 2015). La Agencia Internacional de la Energía (AIE) prevé que el crecimiento de la demanda energética de la India sea mayor que el de China durante el período 2014-2040. Para el año 2040, la demanda de energía de India en términos absolutos será comparable a la de Estados Unidos (IEA, 2015).
Además de una dinámica económica, Asia también es capaz de desarrollar poder «blando» (soft power) y cierta hegemonía cultural propia, ya sea en el ámbito de la cultura pop, la filosofía, el mundo académico o la arquitectura; así lo demuestra el éxito del «Gangnam Style», las abarrotadas clases de yoga, la cocina asiática, el ranking propio de las universidades del mundo (ARWU, por sus siglas en inglés) elaborado por la Universidad Jiao Tong de Shanghái y los diseños urbanos futuristas.
El término «siglo asiático» apareció por primera vez en la segunda mitad de la década de los ochenta en las audiencias del Senado de Estados Unidos y en un discurso del líder chino Deng Xiaoping. Desde entonces, ha ido ganando adeptos entre los comentaristas de los medios de comunicación y los políticos. Sin embargo, Asia no es un bloque monolítico: no tiene instituciones comunes comparables a las de Europa; engloba identidades e intereses culturales y nacionales considerablemente dispares; además, existen disputas fronterizas y reivindicaciones históricas para las que no ha habido aún reconciliación, como, por ejemplo, entre China e India, o entre Japón y Corea del Sur. Cabe prever, por lo tanto, que las futuras evaluaciones del papel de Asia en el ámbito mundial se centrarán menos en China y prestarán más atención a la diversidad del continente.
En este contexto, entonces, mientras el ascenso de China y de otras potencias asiáticas ha sido ampliamente estudiado1, el posicionamiento de África y de América Latina en este proceso se le ha prestado menos atención2. Es particularmente interesante explorar en qué medida ambas regiones mantienen relaciones bilaterales y podrían formular iniciativas de desarrollo y de política exterior propias, como las tres cumbres África-América del Sur (ASA) que se han celebrado hasta la fecha. Cuando se habla del aumento de las interacciones entre los actores del Sur, surgen muchas preguntas, incertidumbres y reflexiones. ¿Cuál será el papel de África y de América Latina en el «siglo asiático» que se aproxima y en las reconfiguraciones de las cadenas de valor globales que le van asociadas? ¿Serán capaces de hacerse valer y encontrar una voz propia? ¿Conseguirán desarrollar sus propias industrias y diversificar sus relaciones comerciales? ¿Pondrán en marcha nuevas formas de cooperación regional Sur-Sur? ¿En qué se podrían distinguir estas formas de los intentos anteriores durante el movimiento de países no alineados de los años sesenta y setenta? ¿Cuál es el papel de las comunidades migrantes y del intercambio cultural? ¿Son distintos los enfoques occidental y asiático con respecto a los dos continentes (consenso de Washington versus consenso de Beijing)?
Contra este telón de fondo, el OCP Policy Center y CIDOB organizaron un seminario en enero de 2016 sobre «La reconfiguración del Sur global: África, América Latina y el “siglo asiático”». Algunos de los artículos que se presentaron en ese encuentro se recogen en este número de Revista CIDOB d’Afers Internacionals; otras aportaciones serán publicadas en un libro editado por Routldege (Woertz, 2016). El artículo de Oumar Kourouma ha sido traducido del francés y el texto original pre-evaluado está disponible como documento de trabajo en los sitios web de las dos instituciones organizadoras de la conferencia3. El de Frank Mattheis y Christina Stolte ha sido traducido del inglés y el original se puede encontrar en el libro de Routledge antes mencionado. Los artículos de este monográfico prestan especial atención a la cooperación Sur-Sur entre América Latina y África, e incluyen aspectos poco examinados como los patrones migratorios y la competencia entre China y potencias regionales como Brasil y Sudáfrica. Este volumen se basa, asimismo, en el trabajo previo realizado por el OCP Policy Center, el German Marshall Fund y el proyecto Atlantic Future –financiado por la UE, desarrollado por varias instituciones académicas y coordinado por CIDOB–.
En el primer artículo, Fernando Mouron, Francisco Urdinez y Luis Schenoni admiten que ha habido un drástico desplazamiento de la dinámica económica mundial hacia Asia Oriental, pero advierten que el ascenso de China no constituye necesariamente una situación de ganancia segura (win-win) para los países en desarrollo. Más bien lo contrario, ya que dicho ascenso se ha dado a expensas de hegemonías regionales como las de Sudáfrica y Brasil, que han perdido mercado y zonas de influencia regionales, puesto que el hambre de China por las materias primas ha aumentado la influencia de algunos de sus países vecinos como Angola o Venezuela, respectivamente. Los autores creen que este proceso de desplazamiento parcial de hegemonías regionales provocado por China continuará a pesar de las últimas correcciones en los mercados de materias primas. Además, advierten de que el uso generalizado del acrónimo BRICS –que incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica dentro de un mismo grupo de países– exagera las similitudes entre los países que lo conforman y subestima los profundos conflictos de intereses que existen entre ellos.
En una línea similar, Osvaldo Kacef detecta una tendencia a la desindustrialización y a la dependencia excesiva de las exportaciones de materias primas en América Latina durante la década de los años 2000. No obstante, señala que parte de esta tendencia no es necesariamente atribuible a la competencia china, sino a un crecimiento del sector servicios, como en otros países de todo el mundo. El autor también ve cierto impacto económico positivo de potencias asiáticas como China: los términos de intercambio de América Latina mejoraron durante la década de los años 2000, lo que conllevó un aumento considerable de ingresos; asimismo, el poder adquisitivo de sus exportaciones se incrementó en un 6% del PIB entre 2002 y 2011, momento en que la tendencia de mejora de los términos de intercambio se invirtió. Kacef muestra que solo cinco países –Venezuela, Perú, Chile, Argentina y Brasil– representan el 90% del comercio de América Latina con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), China e India; la participación de cada uno de estos cinco países en las exportaciones totales de la región hacia Asia oscila entre el 13% y el 27%. Kacef ve una clara necesidad de que América Latina mejore su competitividad; si bien considera justificada cierta dependencia de las exportaciones de materias primas dada la dotación y las ventajas comparativas de la región, el autor argumenta a favor de una mayor participación de América Latina en las cadenas de valor de esas exportaciones de materias primas y ve posibles beneficios en la cooperación con los países asiáticos mediante inversiones en infraestructuras.
Así, como muestra el anterior artículo, las materias primas y el petróleo, en particular, desempeñan un papel dominante en las exportaciones de África y América Latina. En este sentido, el estudio de Igor Hernández y Diego Guerrero analiza en profundidad las formas en que los productores de petróleo de estos dos continentes se están adaptando a las nuevas realidades del mercado del petróleo, configuradas por la inusual revolución del petróleo y del gas ocurrida en Estados Unidos, y por las subsiguientes caídas de precios de este recurso. Como Estados Unidos produce principalmente petróleo liviano, los productores de tales variedades de crudo como Nigeria, Angola y Argelia han quedado fuera del mercado estadounidense y tienen que competir por una cuota de mercado en otros lugares. En cambio, las refinerías estadounidenses necesitan constantemente importaciones de petróleo pesado para la mezcla de su producto, lo que ofrece posibilidades a Venezuela, que necesita mezclar petróleo extrapesado de la Faja del Orinoco con crudos más livianos para su comercialización en los Estados Unidos. Venezuela, en una notable cooperación entre continentes, ha tratado de mejorar el acceso de su petróleo pesado al mercado estadounidense mezclándolo con petróleo ligero de Argelia. Por su lado, la compañía brasileña Petrobras ha invertido en la producción de petróleo en África Occidental y ha aportado su experiencia en perforación costa afuera en aguas profundas. Sin embargo, es probable que las importaciones de petróleo de África hacia las refinerías brasileñas disminuyan en un futuro, ya que se están desarrollando nuevos recursos petrolíferos en Brasil.
La aportación de Manuel de Jesús Rocha Pino examina la política china de comercio e inversiones denominada Cinturón y Ruta (One Belt, One Road) anunciada en 2013 para mejorar las conexiones de China con las economías de Eurasia a través de rutas terrestres y marítimas. Desde la perspectiva de la teoría de las relaciones internacionales, el autor revisa los acuerdos megarregionales de comercio y de cooperación de China, tales como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) propuesta en noviembre de 2012; el Área de Libre Comercio de Asia Pacífico (FTAAP, por sus siglas en inglés), propuesta en noviembre de 2014 y basada en un proyecto previo del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés); el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda (CERS), propuesto oficialmente en 2013; el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), creado en 2014, y el Fondo de la Ruta de la Seda (FRS). Rocha Pino discute si tales acuerdos tienen el potencial para crear una nueva ruta de la seda marítima en el siglo xxi y los efectos que esta podría tener en el continente africano. Aunque el proceso se encuentra todavía en una fase temprana, Cinturón y Ruta es el único acuerdo megarregional de esta índole que trata de incorporar a África de forma significativa y que podría dar un impulso al desarrollo industrial del continente.
Ya se trate de la sede de la Televisión Central de China (CCTV, por sus siglas en inglés) en Beijing, las Torres Petronas en Kuala Lumpur o el Flower Dome en Singapur, algunos de los edificios más emblemáticos del pasado reciente se han construido en Asia. El continente ha desarrollado sus propios enfoques para la urbanización y algunos proyectos en América Latina y África han tratado de copiarlos. Estos enfoques han sido a veces criticados por su impacto ambiental y exclusión social. En esta línea, Borja M. Iglesias analiza la cuestión del desarrollo urbano sostenible y el potencial de las ciudades intermedias del Sur Global de convertirse en ciudades regionales inclusivas. Iniciativas de Naciones Unidas como la Agenda de Acción de Addis Abeba (AAAA) de 2015 han hecho hincapié en la necesidad de reducir la brecha entre la calidad de vida en las ciudades emergentes del Sur Global y en las ciudades de las economías avanzadas. Las ciudades intermedias tendrán que desempeñar un papel crucial en este proceso y comprometerse a una gobernanza más inclusiva y una urbanización con menores costes sociales. En un análisis comparativo entre los BRICS y los MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía), Iglesias identifica economías de renta media y baja susceptibles de canalizar más recursos hacia este tipo de ciudades intermedias, en lugar de hacia las grandes metrópolis.
Este monográfico incluye también estudios de caso de África y América Latina. El artículo de Oumar Kourouma analiza las iniciativas africanas de cooperación Sur-Sur, según él sujetas a las relaciones de poder internacionales. El autor argumenta que los países africanos tendrán que buscar una mayor cooperación regional para preservar sus intereses en la cooperación al desarrollo con los países occidentales y orientales por igual. Por ello estudia la puesta en práctica de la «estrategia de mutualización de las potencias» como respuesta africana al nuevo contexto internacional. Por su parte, el artículo de Frank Mattheis y Christine Stolte examina las estrategias de Brasil y de China como donantes en Ghana. Brasil se ha considerado a sí mismo un posible modelo de desarrollo para los países africanos, especialmente en el ámbito agrícola. Destacando su ambición, sorprendentemente escogió Ghana, un país no lusófono, como sede de un centro regional y de difusión de su política de desarrollo en 2008. A la zaga de China en cuanto a las capacidades financieras, Brasil se ha centrado más en la cooperación técnica. Mediante este análisis de las estrategias de Brasil y de China como donantes en Ghana, los autores llegan a una conclusión similar a la de Fernando Mouron, es decir, que a menudo se trata más de competencia Sur-Sur que de cooperación Sur-Sur. Ambos donantes se mueven por sus respectivos intereses nacionales y China, con más recursos, está desplazando cada vez más a Brasil.
En ocasiones, la migración Sur-Sur queda eclipsada por los flujos migratorios de Sur a Norte, que atraen más la atención de los medios de comunicación y los académicos. Sin embargo, este tipo de migración es muy importante en número; y aunque ocurre principalmente entre países vecinos, también hay patrones migratorios transcontinentales entre África y América Latina. Un ejemplo de esto último nos lo ofrece el análisis de Gisele Kleidermacher que, a partir de un estudio de campo antropológico fascinante, se centra en la emigración senegalesa hacia Argentina y sus estrategias de adaptación. A pesar de que no existen lazos históricos, culturales ni económicos previos entre los dos países, los migrantes senegaleses han creado un espacio transnacional que une a su comunidad en varios países, mediante flujos de dinero y de bienes, así como vínculos culturales y religiosos.
Por último, Carmen Grau profundiza en un ejemplo prominente de megaproyecto chino en América Latina: el Gran Canal Interoceánico de Nicaragua, uno de los países más pobres del continente. El proyecto del canal fue lanzado en 2012-2013 para conectar el Atlántico y el Pacífico, rivalizando así con el Canal de Panamá, más al sur. A partir de entrevistas con decisores políticos y de noticias de la prensa local, Grau analiza la política en torno al proyecto, que todavía no ha empezado a construirse y cuya implementación no tiene el éxito garantizado. Los planes para construir un canal de esta índole se remontan al siglo xix y han sido un elemento básico del imaginario nacional. El presidente Daniel Ortega ha tratado de apelar a tal imaginario en los discursos sobre el desarrollo y ha vinculado su destino político al proyecto. Están en juego considerables desafíos geopolíticos. Hasta ahora, Estados Unidos ha elegido el silencio diplomático, pero probablemente esté preocupado por la creciente influencia de China en su patio trasero latinoamericano. Una visita del presidente ruso Vladimir Putin a Nicaragua en 2014 y la firma de varios acuerdos sobre cooperación militar difícilmente pueden haber contribuido a aliviar tales temores. El canal también ha topado con la resistencia de ONG y movimientos de base por motivos ambientales y socioeconómicos. La implementación se complica aún más por el hecho de que Nicaragua mantiene aún relaciones diplomáticas con Taiwán, lo que desafía la política de «una sola China» de la República Popular. Una de las pocas embajadas taiwanesas que quedan en el mundo está en Managua. Así pues, el proyecto del canal ha afectado profundamente la política exterior y la política interna de Nicaragua, incluso antes de su implementación.
En conjunto, estos trabajos nos muestran un panorama en el que los países emergentes de Asia están desempeñando cada vez más un papel más decisivo en el sistema mundial; no obstante, hasta ahora es más un papel que complementa las estructuras institucionales ya existentes –moldeadas por Estados Unidos y otras potencias occidentales– que de reemplazo. África y América Latina están participando en este cambio con la exportación de materias primas, pero podrían aprovecharlo mejor si fueran capaces de aumentar su competitividad, ascender en la cadena de valor y formular iniciativas de desarrollo propias. Si bien la cooperación Sur-Sur tiene potencial, también puede generar una competencia Sur-Sur que no ofrezca alternativas de forma automática para los desafíos del desarrollo subyacentes.
Referencias bibliográficas
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Notas:
1- Entre los muchos ejemplos existentes, se incluyen los trabajos de David C. Kang (2009) y Thomas J. Christensen, (2015).
2- Aunque existen estudios específicos. Acerca de las relaciones entre China y África, véanse Deborah Brautigam (2009 y 2015); David H. Shinn y Joshua Eisenman (2012). Para las relaciones entre China y América Latina, véanse Kevin P. Gallagher y Roberto Porzecanski (2010); Kevin P. Gallagher (2016), y Jorge I. Domínguez y Ana Covarubias (2015).
3- Véanse http://www.ocppc.ma y www.cidob.org
https://doi.org/10.24241/rcai.2016.114.3.7
Traducción del inglés: Ester Jiménez de Cisneros