¿Ha perdido Ucrania la guerra? Por ahora, no


La Unión Europea debe mantener su apuesta moral y geopolítica en favor de Ucrania, ya que en este país se juega nuestra seguridad y estabilidad. Esto requiere mantener y reforzar el apoyo militar a Ucrania, hacer lo posible para impedir un acuerdo de paz en términos desfavorables para el país agredido, y acelerar su proceso de integración en la UE. Ucrania es el escudo de Europa, y si este cediera, el conjunto de la Unión estaría directamente amenazado por Rusia.
¿Acaso Vladimir Putin no ha ganado ya, o está ganado la guerra de Ucrania en el campo de batalla? Lo cierto es que ni el territorio conquistado, ni la marcha de los combates hasta la fecha, ni el estado de la economía rusa, ni siquiera el factor Trump, apuntan inevitablemente hacia una victoria de Putin, siempre que la UE esté dispuesta a actuar de manera autónoma, siguiendo una línea de claridad y firmeza estratégica.
Desde el punto de vista político y estratégico, Putin ha fracasado, ya que su objetivo inicial (y principal) era ganar una guerra relámpago, con la toma de Kíev, para derrocar a Zelenski e instalar un Gobierno afín que convirtiera a Ucrania en un satélite de Rusia al estilo de Bielorrusia. Además, como consecuencia de la agresión, Finlandia y Suecia se han adherido a la OTAN, ampliando su frontera con la Alianza Atlántica en más de 1.000 km.
Putin tampoco ha logrado hasta el momento su objetivo secundario: la conquista completa de los cuatro oblasts (provincias) orientales y meridionales que quiere anexionar a Rusia: Donetsk, Lugansk, Jersón, y Zaporiya. De ahí que Putin prosiga los combates y ralentice las conversaciones de paz, cuando lo lógico sería tratar de consolidar la muy considerable ganancia territorial obtenida hasta la fecha, dado el enorme coste humano y financiero de la guerra.
Es innegable que con la invasión a gran escala de Ucrania, Rusia ha ampliado sustancialmente su presencia en el Dombás (que incluye Donetsk y Lugansk), a lo que ha sumado porciones importantes de los oblasts de Jersón y Zaporiya, creando además un estratégico «puente» terrestre entre el este ocupado y la península de Crimea. Éste es el principal logro de Putin, y no podrá revertirse fácilmente en el campo de batalla. Sin embargo, esta pérdida territorial no impide en sí misma la viabilidad de Ucrania como Estado soberano y democrático.
En cuanto a la dinámica militar, desde 2023 la conflagración ha devenido en una guerra de desgaste similar a la de los últimos años de la Primera Guerra Mundial, con avances territoriales mínimos por parte de Rusia. A pesar de su superioridad numérica y armamentística, en el curso del año 2024 las tropas rusas apenas han progresado desde la línea del frente, capturando unos 4.000 km2, lo que supone un 0,7% del total del territorio de Ucrania.
Desde el 18 de julio de 2024, las fuerzas armadas rusas han tratado de conquistar, en vano, la estratégica localidad de Pokrovsk, en Donetsk. Además, Moscú ha necesitado nueve meses y la ayuda de tropas norcoreanas para expulsar a las tropas ucranianas de Kursk (principios de agosto 2014-finales abril 2025), una operación que obligó a Rusia a desviar atención y recursos hacia este escenario en perjuicio del teatro principal en el Dombás. Desde el principio de la guerra, Rusia ha perdido 850.000 individuos, entre muertos, heridos, y desaparecidos. Se estima que la cifra alcanzará el millón a finales de 2025, según datos del ministerio de Defensa británico. Las bajas ucranianas se estiman en medio millón, sumando las tres categorías.
Esta diferencia se explica por dos razones: es habitual que el atacante sufre más bajas que el que defiende, y por el énfasis que otorga la estrategia rusa al uso intensivo de soldados –dada su mayor población y capacidad de reclutamiento con respecto a Ucrania– a los que usa literalmente como «carne de cañón» sin muchos miramientos con la finalidad de desbordar la línea de frente. El país agredido se ve en cambio obligado a apoyarse en el armamento (principalmente, drones) y en la tecnología de origen occidental, en principio superior a la rusa.
Ninguna guerra de desgaste como la ruso-ucraniana puede sostenerse en el tiempo sin la necesaria infraestructura económica. Desde este punto punto de vista, el crecimiento del PIB de Rusia sobre la base de su economía de guerra se ha demostrado temporal. En 2022, la economía rusa se contrajo un 1,4% por el impacto inicial de las sanciones y su salida de la economía mundial, hasta alcanzar tasas del 4% en 2023 y 2024 gracias al gasto público y al impulso de la industria armamentísitica. Sin embargo, en el primer trimestre de 2025 el PIB creció solamente entre un 1,4% y un 1,7% con relación al mismo período del 2024, y se estima que no crecerá más del 2,5% en el conjunto del ejercicio, en el mejor de los casos. Esto se debe a los rendimientos decrecientes del gasto militar, y un tipo de interés del 20% fijado para tratar de controlar una inflación del 10%.
Por otro lado, los recursos financieros a disposición del Estado siguen reduciéndose por la caída de los ingresos derivados de la venta de gas y petróleo, lo que se va agudizar con el abaratamiento del precio internacional del crudo. El esfuerzo bélico de Rusia no podrá mantenerse indefinidamente sin una adecuada capacidad finaciera y productiva. Según distintas fuentes, Rusia habría perdido 10.000 tanques de combate desde el inicio de la guerra, y su capacidad anual de producción sería equivalente a un tercio de las pérdidas, por lo que, de mantenerse este ritmo, en 2026 la reserva de blindados alcanzaría un mínimo crítico.
Por su parte, Ucrania cuenta con la ventaja de estar plenamente integrada en la economía mundial, aunque aún depende del apoyo financiero occidental, o por lo menos europeo, para mantener la estabilidad de su Estado.
Ante este escenario, la UE no carece de visión (forzar a Rusia a aceptar el alto el fuego) ni de agencia (sanciones adicionales) para conseguir sus objetivos. El paquete número 17 de medidas restrictivas, adoptado el 20 de mayo de 2025, incluye la congelación de activos y prohibiciones financieras a 75 entidades, incluidas grandes compañías petroleras rusas como Lukoil; medidas contra la «flota en la sombra», compuesta por 200 embarcaciones utilizadas para evadir las restricciones a las exportaciones de petróleo ruso; así como otras restricciones comerciales, como prohibiciones sobre determinadas exportaciones rusas y más controles sobre bienes de doble uso (civil y militar). También se han aumentado al 100% los aranceles a los fertilizantes provenientes de Rusia y Bielorrusia. La Unión se apresta asimismo a dejar de importar gas ruso a medio plazo, y está considerando bajar el límite del precio al petróleo ruso para reducir aun más sus ingresos por este concepto.
Es fundamental, en este contexto, que la UE aumente el flujo de armamento a Ucrania, tanto en cantidad como en calidad, para compensar la superioridad numérica rusa y un posible fin de la ayuda armamentística estadounidense a Kíev, de modo que como mínimo el país agredido no pierda más territorio. Para ello, Europa debe expandir su capacidad de producción propia (la UE cuenta ahora con los nuevos instrumentos financieros EDIP y SAFE) e invertir en la industria de la defensa ucraniana. Es imprescindible desarrollar capacidades propias en comunicación, reconocimiento satelital, e inteligencia, ya que son activos esenciales para la dinámica en el frente y los ucranianos dependen enteramente de los estadounidenses. La sinergia del apoyo a Ucrania y la construcción de la «Europa de la Defensa» no puede ser más obvia.
Ucrania no ha perdido la guerra, pero para que ello no acabe sucediendo sigue necesitando del apoyo financiero y militar de Europa, así como de su capacidad de seguir constriñendo la economía rusa, con independencia de lo que haga o deje de hacer Trump.
Palabras clave: Ucrania, Rusia, UE, Europa de la Defensa, Trump, Putin, Zelenski, guerra, armamento
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