La desinformación israelí que fractura Europa

Opinión CIDOB nº. 850
Fecha de publicación: 10/2025
Autor:
Natalia Sancha, periodista especializada en Oriente Medio, excorresponsal de EL PAIS en la región y consejera política del Enviado Especial de la UE para el Proceso de Paz en Oriente Medio
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Líder en la industria tecnológica y superpotencia del espionaje, el Israel de Benjamín Netanyahu ha desplegado una sofisticada guerra de desinformación en suelo europeo a través de la hasbará, su diplomacia pública para neutralizar las crecientes voces discordantes que exigen sanciones e imponer su versión de la guerra en Gaza. Explota fracturas internas financiando el llamado algoritmo del odio -desde la migración a la homofobia pasando por la islamofobia o el antisemitismo- para apuntalar a sus aliados ideológicos de la extrema derecha, en un contexto de impunidad digital.

Benjamín Netanyahu lo dejó claro en el encuentro que mantuvo en septiembre con jóvenes influencers en Nueva York: «Tenemos que contraatacar [...] Tenemos que usar las armas más adaptadas a nuestra batalla [...] y la más potente son las redes sociales [...]». La prioridad: aliarse con los tecno magnates de TikTok y X. Sus palabras resumen la estrategia en diplomacia pública de su Gobierno, la hasbará: una guerra híbrida donde la desinformación se convierte en arma central para silenciar, dominar o fracturar la audiencia mundial. A pesar de ello, Israel está perdiendo la batalla por la narrativa. La víspera del encuentro, 77 delegaciones de la ONU abandonaron la sala al entrar el primer ministro israelí, reclamado por la justicia internacional. Le negaron sus oídos, pero no la palabra.

Incapaz de justificar ante la opinión pública mundial 24 meses de matanzas con más de 67.000 muertos en Gaza, el Gobierno de Netanyahu ha convertido el control de la narrativa en una prioridad militar, la infoesfera en campo de batalla y los influencers en soldados a sueldo. Para ello ha activado la hasbará a la que ha dotado con 129 millones de euros para 2025, multiplicando por veinte su presupuesto anual de preguerra. Además, acaba de firmar un contrato con la empresa estadounidense Clock Tower X por más de 5 millones de euros para generar y posicionar contenido en plataformas digitales, manipular algoritmos y entrenar modelos de inteligencia artificial como ChatGPT en la infoesfera global.

Esta maquinaria no busca combatir el antisemitismo, sino blanquear una guerra de exterminio en Gaza ante la audiencia mundial en general y la europea en particular. Un tercio del presupuesto ha ido a financiar campañas que nieguen la hambruna en Gaza y a convencer al mundo de que se trata de un «complot» internacional antisemita donde Médicos Sin Fronteras, la ONU, países europeos o reputadas ONGs israelíes de derechos humanos se inventan fotografías de niños moribundos. A ello se suman los ataques desde cuentas estatales, como la del ministro de Defensa, Israel Katz, o la de COGAT -la unidad gubernamental a cargo tanto de coordinar como de bloquear la ayuda humanitaria en Gaza-, que difaman a jueces de la Corte Penal Internacional, líderes europeos, o representantes de la ONU. 

Israel ha silenciado también las voces desde dentro de Gaza. Ha matado a más de 270 periodistas y 560 trabajadores humanitarios y ha prohibido la entrada a toda la prensa extranjera, en un embargo informativo sin más precedente en la historia moderna que el que impuso el Estado Islámico en su autoproclamado califato en Siria e Irak. Con ello, elimina testigos incómodos de sus crímenes -y también de los de Hamas-. Igualmente, ha sabido compensar su limitado peso demográfico en la infoesfera mundial recurriendo a aliados de la talla de la India o a tecno magnates como Elon Musk para amplificar sus narrativas. Una pírrica victoria.

Las operaciones israelíes son dañinas por lo sofisticadas, al tratarse de un país líder en la industria informática y una superpotencia del espionaje digital. Recordemos Pegasus, el software israelí usado para espiar a entre otros, líderes europeos como Emmanuel Macron o Pedro Sánchez, o el equipo Team Jorge, liderado en Tel Aviv por un ex agente de las fuerzas especiales israelíes, que mediante operaciones de Manipulación de Información e Interferencia de Actores Extranjeros (FIMI) se jactó de alterar 27 de las 33 elecciones en las que intervino mundialmente, incluida la consulta sobre la independencia de Cataluña de 2014.

La hasbará instrumentaliza en Europa, y en distintas lenguas, temáticas de controversia preexistentes como el antisemitismo, la islamofobia, el aborto, la migración, la homofobia o el terrorismo alineándose con la narrativa de la extrema derecha, mientras que, en hebreo, sus ministros incitan al fanatismo sionista y amplifican discursos mesiánicos y genocidas. Es sintomático que los aliados globales más leales a Netanyahu sean Trump, Orbán y Milei: tres varones blancos, de discurso religioso y supremacista, conocidos cortafuegos de la libertad de expresión. 

Israel también ha recurrido al deporte y a la cultura para blanquear su guerra ilegal en Gaza, con 30 millones de euros para alterar el voto en Eurovisión, o el patrocinio por filántropos afines a Netanyahu como el del equipo ciclista Israel-Premier Tech. Con ello, la hasbará ha contribuido a radicalizar y polarizar la infoesfera global, y ese discurso de odio digital se ha convertido en violencia real. Un claro ejemplo es la instrumentalización deliberada de un video viralizado en las redes tras la violencia vivida en Ámsterdam durante el partido de fútbol entre el Ajax y el Maccabi Tel Aviv del que Netanyahu se valió para acusar a Europa de antisemita y denunciar «pogromos contra judíos». Los agresores del video resultaron ser israelíes, pero el discurso de odio ya había prendido en las redes con un bulo que los gobiernos europeos ni desmintieron ni atribuyeron, tal y como ya había ocurrido anteriormente con el de los «40 bebés decapitados por Hamas». 

Más grave aún fue la campaña de difamación que Israel lanzó contra la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), donde, en apenas 48 horas y sin pruebas, Israel logró que 16 donantes congelaran sus fondos. La operación incluyó siete millones de euros en publicidad encubierta en Google y YouTube para vincular en cadena a la UNRWA con Hamas, con el Estado Islámico, y con los nazis -incluso con pósteres en las calles de Barcelona-. La operación no solo ha supuesto un duro golpe al sistema de cooperación multilateral y al derecho internacional, violando la presunción de inocencia, sino que ha dejado víctimas mortales en Gaza al interrumpir el flujo de ayuda humanitaria en plena ofensiva israelí. El lobby diplomático sionista también intenta paralizar la acción de la gobernanza multilateral, aprovechando el sistema de vetocracia, para evitar toda sanción de la ONU mediante el apoyo incondicional de EE.UU. y de la UE, recurriendo al veto de Alemania, como en el caso del acuerdo de asociación, que sigue vigente en un auto incumplimiento de la normativa europea en materia de derechos humanos. 

En este contexto de impunidad, Israel ha dado un paso más lanzando ataques híbridos por los que combina campañas de difamación para vincular sus objetivos – trabajadores humanitarios o periodistas- con Hamas y así «justificar» un posterior ataque con drones armados. Esta misma estrategia ha sido usada para atacar a la flotilla humanitaria en aguas internacionales para después secuestrar y maltratar a pasajeros europeos. La incorporación de la Inteligencia Artificial para moldear el discurso público y los algoritmos está erosionando la capacidad de las audiencias para distinguir entre información, desinformación e interferencia, y mermando la credibilidad de los medios de comunicación europeos. 

En esta guerra asimétrica de narrativas en la era de la posverdad, los verificadores de datos no son capaces de contrarrestar las millonarias campañas de desinformación de la hasbará, mientras prosigue el silencio de los estados europeos. Hay incluso gobiernos y líderes en Europa que refrendan la narrativa israelí haciendo en sus declaraciones oficiales un contorsionismo semántico obsceno por el que en Gaza «se muere» y no se mata, o «se vive una crisis humanitaria» y no un cerco ilegal israelí. El silencio internacional no es neutro ya que sirve de argumento para legitimar los crímenes del gobierno de Netanyahu frente a las audiencias doméstica e internacional. Lo mismo ocurre con el llamado «plan de paz» presentado por Trump -y celebrado sin demasiados reparos por la UE y varios países árabes- que Israel promueve en las redes como una victoria. Se trata de volver a la misma narrativa que prevalecía antes de los ataques del 7 de octubre con los acuerdos de Abraham, donde los palestinos se incluyen en el menú, pero no están invitados a la mesa.

La presión diplomática israelí ha provocado también una restricción de la libertad de expresión en universidades, redacciones y protestas populares en Europa, EE.UU. e Israel, normalizando la autocensura. Todo discurso crítico es rápidamente etiquetado como antisemita – o judío que se odia a sí mismo-, en una maniobra discursiva que intenta condicionar la existencia del Estado de Israel en tanto que legítimo refugio del pueblo judío, a la supervivencia política del Gobierno de apartheid y sionista de Netanyahu. Tal vez este sea su mayor crimen: reactivar el trauma compartido del Holocausto para arrastrar a toda una sociedad como cómplice de genocidio, con tal de mantenerse en el poder. 

Así, cuando los mayores expertos en genocidio, como el israelí Omer Bartov, aseguran que Israel está cometiendo uno en Gaza, en Europa nos enfrascamos en debates semánticos sobre si es genocidio o no, o si los niños de Gaza mueren de hambre o solo mueren de hambre aquellos con enfermedades congénitas. La hasbará fomenta en las redes estos debates estériles, para con ello copar la agenda informativa y desterrar reflexiones de fondo sobre la ilegalidad de privar de alimentos a una población indefensa y la consiguiente necesidad de sancionar a Israel.

Europa es objetivo constante de campañas FIMI chinas o rusas articuladas en torno a las fisuras internas, lo insólito es que vengan de un «socio internacional» y que no se neutralicen. Estos ataques contribuyen a deslegitimar Europa ante el Sur Global, erosionar la justicia internacional y ensanchar la fractura social. Mientras la UE no ponga fin a la impunidad digital con la que Israel actúa en contra de los intereses de su ciudadanía, es de prever que Tel Aviv siga interfiriendo en futuros procesos electorales en países críticos, como España, para favorecer el ascenso de sus aliados ideológicos de la extrema derecha.

Son pocos los autores que se atreven a reflexionar en público sobre las causas del discurso antidemocrático que sostienen desde hace dos años Israel y Alemania sobre Gaza, por temor a ser perseguidos por la maquinaria hasbariana. Uno de ellos es el ensayista Pankaj Mishra, quien invita a reflexionar sobre los peligros de construir identidades nacionales a partir de un trauma colectivo vivido décadas atrás, ya sea el nazismo o el Holocausto. 

Los recursos invertidos en la deshumanización del pueblo palestino -dentro y fuera de Israel- culminan hoy con políticos israelíes arengando, con total impunidad, propósitos genocidas. El difunto poeta Mahmoud Darwish reclama en sus versos esa «humanidad robada», el derecho a ser algo más que una respuesta al poder que les ocupa. Una aspiración que les vuelve a negar el acuerdo de Trump. Dos millones de gazatíes desprovistos de todo derecho siguen esperando que Occidente ponga nombre a la injusticia que Israel les inflige, aunque sea como obituario a un Estado Palestino.

Palabras clave: Israel, desinformación, posverdad, UE, Europa, antisemítismo, espionaje digital, Gaza, Netanyahu, infoesfera, Team Jorge, narrativas, FIMI, interferencia, libertad de expresión, censura, extrema derecha

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E-ISSN 2014-0843