Cuando el terrorismo es eficaz: éxitos y fracasos para objetivos distintos

Revista CIDOB d'Afers Internacionals_112
Fecha de publicación: 04/2016
Autor:
Peter Krause, profesor adjunto de Ciencia Política, Boston College; investigador asociado, Programa de Estudios sobre Seguridad, Massachusetts Institute of Technology (MIT)
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¿Cuándo es eficaz el terrorismo? El debate sobre la eficacia del terrorismo se ha centrado casi exclusivamente en los cambios que este fenómeno produce en la política estatal; no obstante, ello rara vez es el principal objetivo o el impacto más significativo de esta táctica. Este artículo presenta un marco analítico multinivel para examinar la eficacia del terrorismo, el cual incluye los tres tipos de efectividad que forman parte explícita de su definición: el uso de la violencia y la generación de miedo (táctica) por parte de una organización que trata de sobrevivir y fortalecerse (organizativa) para conseguir fines políticos (estratégica). El análisis muestra las condiciones clave en las que el terrorismo puede eliminar o difundir ideas, polarizar sociedades, fortalecer o destruir organizaciones e infundir miedo,así como aquellas situaciones en las que los logros alcanzados en un área complementan o contradicen los éxitos en otra.

Es posible que la organización Estado Islámico (EI) –con un historial terrorista en constante expansión– esté avanzando; sin embargo, un número cada vez mayor de académicos sostiene que los ataques terroristas, por regla general, no consiguen sus objetivos estratégicos declarados, sobre todo si se trata de objetivos maximalistas como pueden ser el hecho de poner fin a ocupaciones extranjeras o de desafiar los fundamentos básicos del sistema del Estado-nación de Westfalia mediante el establecimiento de un «califato». Pero estas afirmaciones –que a menudo reflejan más la perspectiva de investigadores y gobiernos, que la de los terroristas o de las víctimas– no deben llevarnos a pensar, erróneamente, que el terrorismo es una táctica ineficaz con objetivos inalcanzables y excepcionales. De hecho, el terrorismo puede ser eficaz de diversas maneras –lo que los académicos o los responsables políticos suelen pasar por alto– y todas ellas son importantes para comprender las intenciones y el impacto de los grupos que lo utilizan, incluido EI. En determinadas condiciones, el terrorismo puede fortalecer o debilitar a las organizaciones que lo practican –como ocurrió con el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) o las Brigadas Rojas italianas–; puede llevar a la destrucción o a la difusión de ideas –como sucedió con los ataques a la película «The Interview» de Sony y contra la revista Charlie Hebdo–; y también provocar flujos de población disruptivos que pueden suponer una reformulación de estados y sociedades –es el caso de Al Qaeda en Irak y las milicias chiíes en Bagdad–. Más aún, incluso las organizaciones terroristas más terribles han cosechado éxitos –recordemos el 11-S–, y también se han producido fracasos de índole táctica –como los casos de los terroristas con explosivos en su calzado y ropa interior1–. Dichos éxitos y fracasos provocan unos resultados organizativos y estratégicos que merecen una explicación por sí mismos. Dado que los observadores tratan de anticipar si los atentados terroristas de EI y otras organizaciones conseguirán logros (y cómo ello se puede evitar), debería ser fundamental considerar y examinar dichos resultados –no sea que los árboles impidan a los responsables políticos ver el bosque–.

Así, este artículo ofrece un marco analítico multinivel a fin de examinar la eficacia del terrorismo que incluye los tres tipos de eficacia que forman parte explícita de su definición: el uso de la violencia y la generación de miedo (táctica) por parte de una organización que trata de sobrevivir y fortalecerse (organizativa) para fines políticos (estratégica)2. El análisis muestra las condiciones clave en las que el terrorismo puede eliminar o difundir ideas, polarizar sociedades, fortalecer o destruir organizaciones e infundir miedo en las personas, así como aquellas situaciones en las que los logros alcanzados en un área complementan o contradicen los éxitos conseguidos en otra. El artículo se divide en cuatro secciones: en la primera se analiza el engañoso debate actual sobre la eficacia del terrorismo y demuestra que, aunque poco reconocido, existe cierto consenso en el mundo académico de que el terrorismo por regla general no consigue alcanzar ciertos tipos de objetivos estratégicos; en la segunda se describe el marco analítico multinivel a fin de examinar la eficacia política del terrorismo; en la tercera se presenta una variación empírica en la efectividad táctica, organizativa y estratégica del terrorismo y se ofrecen unas primeras explicaciones; y, a modo de conclusión, en la última sección se exponen algunas implicaciones y una propuesta para el avance en materia de investigación y el desarrollo de políticas.

¿Es eficaz el terrorismo? Por qué es limitado y engañoso el «debate» existente

Los observadores que se sumergen en la creciente literatura sobre la eficacia política del terrorismo no pueden evitar sorprenderse por el tono estridente y los argumentos aparentemente irreconciliables de los más importantes estudios desarrollados hasta la fecha. Poco después de los atentados del 11-S, y tras la publicación del libro titulado Why Terrorism Works de Alan Dershowitz (2002), Robert Pape (2003: 350) expresó un argumento cada vez más destacado en este campo de estudio: «el motivo principal por el que crece el terrorismo suicida es que los terroristas han aprendido que este es eficaz». Ehud Sprinzak (2000), David Lake (2002), Andrew Kydd y Barbara Walter (2006), así como Jakana Thomas (2014), entre otros, han apoyado la idea de Pape de que el terrorismo es eficaz, apuntando a la reacción desproporcionada de los gobiernos y a la imposición de costes inaceptables por parte de los terroristas como causas de la eficacia política de esta táctica. Por su parte, Max Abrahms (2006) respondió a esta rama de la academia –cada vez más numerosa– con un estudio titulado «Why Terrorism Does Not Work» (Por qué no es eficaz el terrorismo), el cual apoya la postura que predominaba antes del 11-S, resumida por Thomas Schelling (1991: 21) y Martha Crenshaw (1987: 15) de la siguiente manera, respectivamente: «el terrorismo ha destacado por ser una vía infructuosa para conseguir cualquier cosa» y «pocas organizaciones [terroristas] consiguen realmente alcanzar los objetivos ideológicos a largo plazo que afirman perseguir, por lo que se debe llegar a la conclusión de que el terrorismo es objetivamente un fracaso». Estos académicos han ido consiguiendo nuevos apoyos en estudios posteriores –sobre la falta de eficacia del terrorismo– desarrollados por Stathis Kalyvas (2004), Audrey Kurth Cronin (2009), Seth Jones y Martin Libicki (2008), y Page Fortna (2015).

En los trabajos acerca de la eficacia del terrorismo, Robert Pape y Max Abrahms son dos de los autores más citados, pero sus destacados estudios también constituyen un excelente ejemplo del «debate que no es», lo que no deja de ser representativo del amplio contexto del campo de estudio. Ambos autores seguramente mantienen las posturas más contradictorias en esta área de conocimiento: mientras que el primero afirma que el terrorismo «es eficaz» el 50% de las veces, el segundo sostiene que «no es eficaz» porque solo tiene éxito en el 7% de los casos. Estas conclusiones diametralmente opuestas suponen una dura prueba para toda búsqueda de consenso, e incluso propician un debate que oscurece el acuerdo real sobre el registro histórico de casos y la existencia no reconocida de variables explicativas compartidas. Pero un examen más detallado muestra que la distancia entre ambas posturas desaparece cuando se tienen en cuenta las diferencias entre sus formas de medir la eficacia y la selección de casos. En primer lugar, y ante todo, Pape y Abrahms no están en desacuerdo con respecto a los logros alcanzados por el terrorismo (o los que no ha conseguido alcanzar) en ninguno de los casos estudiados por ambos –Hamas, Hezbolá, los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE, por sus siglas en inglés) y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en kurdo)– y ello teniendo en cuenta que esto forma parte de la esencia de la eficacia del terrorismo. En cambio, sí difieren en los logros que califican como «éxito» y los que no. El uso de puntos de referencia distintos –el statu quo anterior al terrorismo para Pape y el objetivo último para Abrahms– contribuye a la disparidad en sus conclusiones. Por ejemplo, una campaña terrorista que forzase la liberación de un prisionero podría considerarse como un éxito para Pape por ser una nueva concesión (como las campañas de Hamas y el PKK), no obstante, no supondría éxito alguno para Abrahms porque no conduciría a un avance significativo hacia el objetivo del grupo de conseguir un nuevo Estado.

En segundo lugar, las  distintas estrategias utilizadas en la selección de casos de estudio explican otra buena parte de las discrepancias en las conclusiones a las que llegan los dos autores. Mientras que Pape pretende estudiar todas las campañas de terrorismo suicida, Abrahms se centra en las campañas de todos los grupos que aparecen en la lista de organizaciones terroristas extranjeras del Departamento de Estado de Estados Unidos. Los casos adicionales incluidos en el estudio de Abrahms y que no figuran en el de Pape –como las campañas del Ejército Republicano Irlandés Auténtico (Real IRA, por sus siglas en inglés), la Organización Abu Nidal palestina (ANO, por sus siglas en inglés) y el grupo griego Revolutionary Nuclei– contribuyen a la caída de la tasa de éxito en el análisis de Abrahms. Esto ocurre porque los grupos pequeños y débiles fracasan más frecuentemente que los grupos y movimientos más fuertes y de mayor tamaño, tal y como sugieren Krause (2013a), Chenoweth y Stephan (2011) y las propias conclusiones de Pape y Abrahms (véase la figura 1).

Figura 1_afers 112_Krause

Por lo tanto, aunque el debate sobre la eficacia del terrorismo parece ser a priori de carácter empírico, en realidad se trata de una controversia de carácter metodológico. Cuando se aplica un umbral común para la eficacia del terrorismo al mismo grupo de casos, el debate o la controversia desaparecen.  Por ejemplo, en los estudios más recientes de Thomas (2014) y Fortna (2015), ambos autores llegan a conclusiones opuestas pese a proclamar avances metodológicos similares respecto a trabajos anteriores: incluyen a grupos que no cometen actos de terrorismo, controlan las variables que podrían llevar a confusión y disponen de mejores datos a escala micro. Pero Fortna se centra en un tipo de eficacia estratégica (la victoria en guerras civiles), mientras que Thomas se enfoca en otro tipo (la negociación con el Estado). El «debate que no es» también existe en trabajos sobre la eficacia de la insurgencia, ya que estudios aparentemente opuestos como los de Timothy Wickham-Crowley (1992), Jason Lyall e Isaiah Wilson (2009), Ben Connable y Martin Libicki (2010), así como Chenoweth y Stephan (2011), presentarían porcentajes de éxito comparables si la selección de casos y la definición de eficacia se estandarizan (Krause, 2013b). En este sentido, cabría destacar una buena y una mala noticia: la buena es que los investigadores de ambos lados del «debate» existente están de acuerdo en que el terrorismo fracasa con mayor frecuencia en la consecución de ciertos tipos de objetivos estratégicos –como, por ejemplo, conseguir un nuevo Estado o expulsar a una fuerza de ocupación extranjera–, aunque siguen existiendo diferencias que deberían argumentarse. La mala noticia es que, en primer lugar, los investigadores deberían identificar con mayor claridad las fuentes reales y exactas, así como el alcance de sus discusiones, para facilitar un avance acumulativo; en segundo lugar, si bien empíricamente existe un consenso no reconocido donde a priori parecería existir un desacuerdo, a nivel conceptual aún existe un limitado consenso que necesita más debate y diversidad de puntos de vista. El hecho de que los investigadores, por regla general, subestimen la mayoría de los objetivos a la hora de evaluar la eficacia del terrorismo, implica que todavía no sabemos lo suficiente acerca de cuándo es eficaz el terrorismo. 

Objetivos estratégicos, organizativos y tácticos: un nuevo marco para la eficacia 

¿Tuvieron éxito los atentados del 11-S? La mayoría de los estudios indicados anteriormente podrían afirmar que no, ya que ni Estados Unidos se retiró de Oriente Medio ni Al Qaeda consiguió establecer un Estado islámico. No obstante, ¿qué sucede con el impacto del 11-S en la importancia y resistencia de Al Qaeda como organización? ¿Qué se puede decir de su impacto sobre la difusión de la yihad y su interpretación extremista del islam? ¿Qué ocurre con los efectos económicos en aerolíneas y compañías de seguros, además de los efectos emocionales en el miedo y en las decisiones de cada individuo para volar o viajar? Y qué decir del ataque en sí mismo, ¿no fue el más letal y sofisticado en términos tácticos de la historia? ¿No podrían algunos efectos, que otros podrían definir como «fracasos» –como el aumento de la presencia estadounidense en Oriente Medio–, conllevar en realidad éxitos para Al Qaeda? Antes de poder dar alguna respuesta a estas preguntas, es necesario establecer un marco sistemático para organizar este amplio grupo de objetivos.

Partimos de la base de que el terrorismo es eficaz en la medida en que consigue los objetivos para los cuales fue pensado. En este sentido, por ejemplo, los atentados del 11-S contribuyeron al debilitamiento y, por último, a la desaparición de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE, por sus siglas en inglés), al agotarse el apoyo económico y popular hacia esta organización, sobre todo por parte de la diáspora. No obstante, este hecho fue parte del impacto de los atentados, pero no de su eficacia, ya que este no era uno de sus resultados previstos por los atacantes de Al Qaeda. Por consiguiente, los estudios sobre eficacia deben, en primer lugar, identificar las causas y efectos clave de la violencia desde la perspectiva de los que hacen uso de la misma. Estas causas, efectos y percepciones pueden encontrarse dentro de tres niveles de análisis relacionados (táctico, organizativo y estratégico), que se corresponden con distintas unidades de análisis: gobiernos y sociedades, organizaciones e individuos, respectivamente (véase tabla 1) (Krause, 2013b).

Tabla_ 1_afers 112_Krause
  • Nivel estratégico: La eficacia estratégica tiene que ver con el impacto del terrorismo en el carácter y las políticas de un Estado y de la sociedad. Los grupos terroristas cometen atentados para obligar a los gobiernos a retirar sus tropas y a los individuos a abandonar sus hogares, a menudo con el objetivo de crear el escenario para el establecimiento de nuevos estados y/o regímenes en el territorio que controlan. El terrorismo también se emplea para difundir o eliminar ideas políticas o religiosas en la sociedad, como por ejemplo el comunismo, la educación de las niñas y la difusión de ciertos tipos de religiones. En parte porque se centra en unidades de análisis más complejas y de mayor tamaño –los estados y sociedades–, la eficacia estratégica a menudo requiere de una valoración a largo plazo, con mediciones que abarquen años o incluso décadas. El Irgún perpetró atentados terroristas en la década de 1930 y 1940, durante el Mandato británico de Palestina, como parte de una campaña estratégicamente exitosa para el establecimiento de un Estado israelí independiente; mientras que la campaña terrorista de Narodnaya Volya para sustituir a la autocracia rusa por una democracia socialista en el período comprendido entre 1879 y 1883 supuso un claro fracaso estratégico (Hoffman, 2006).

  • Nivel organizativo: Si los ataques terroristas e insurgentes se llevaran a cabo por parte de individuos sin organizar que persiguieran, de manera egoísta, un bien (estratégico) común, la eficacia y los objetivos organizativos serían inexistentes. No obstante, la historia ha demostrado todo lo contrario, esto es, que la mayoría de los atentados terroristas y casi todas las campañas han sido iniciados por organizaciones que persiguen intereses propios. El objetivo fundamental de toda organización política –ya sea violenta o pacífica, estatal o no estatal– es potenciar al máximo su fuerza y asegurar su supervivencia. Un grupo lanza ataques precisamente para aumentar o mantener su perfil como organización con voluntad y capacidad para luchar, lista para hacer sacrificios e infligir daños al enemigo. Además, el uso de la violencia política puede contribuir a movilizar financiación, conseguir adeptos y apoyo popular para la organización, así como a superar a otros grupos armados en la lucha por el liderazgo. En este sentido, los grupos armados pueden incluso atacar de forma directa a organizaciones rivales a fin de debilitarlas y mejorar su posición en la jerarquía de grupos terroristas. El asesinato en 1970 por parte del Frente de Liberación de Quebec de un ministro de esta región canadiense conllevó la pérdida de apoyos a este grupo, lo que constituyó un error a nivel organizativo. Sin embargo, en el caso de los atentados de los Tigres Tamiles (LTTE) contra el Gobierno de Sri Lanka y las facciones tamiles rivales, perpetrados en la década de los ochenta, contribuyeron a que estos se convirtieran en la organización hegemónica del movimiento nacionalista tamil hasta 2009, lo que supuso un indudable éxito a nivel organizativo3.

  • Nivel táctico: La eficacia táctica del terrorismo se refiere a la capacidad de llevar a cabo un atentado con el tipo e intensidad de violencia, la ubicación, el objetivo y el momento deseados. Cuando se está capacitado para llevar a cabo estas tareas, el atentado terrorista puede dar como resultado la matanza de civiles, la imposición de costes económicos y la propagación de la cultura miedo. Por ejemplo, el atentado perpetrado en 2010 por Faisal Shahzad en Times Square, en la ciudad de Nueva York, supuso un error táctico, ya que la bomba no explotó y nadie sufrió daños; mientras que el atentado de la maratón de Boston de 2013 fue un caso representativo de éxito táctico por la capacidad técnica que tuvieron los hermanos Tsarnaev de fabricar bombas y detonarlas contra su objetivo. La eficacia táctica del terrorismo se centra, así, en los individuos, que constituyen los objetivos directos e indirectos del ataque. Por regla general se puede medir rápidamente, aunque los efectos sobre el miedo y el comportamiento de los individuos pueden tardar más en desarrollarse y/o disiparse.

¿Para qué nos sirve este marco analítico a tres niveles? 

En primer lugar, esta tipología contribuye a proporcionar respuestas más precisas y sistemáticas a las preguntas que figuran al comienzo de esta sección. El 11-S supuso un éxito táctico total (tuvo un coste humano y económico nunca visto en la historia de los atentados) y un éxito organizativo moderado (contribuyó a que Al Qaeda pasara a ser el centro del movimiento yihadista y uno de los grupos terroristas históricamente más longevos); pero constituyó un fracaso estratégico en términos de gobiernos (Estados Unidos no abandonó Oriente Medio ni el grupo pudo establecer un nuevo Estado islámico), aunque tuvo un limitado éxito estratégico en cuanto a repercusión social (el número de yihadistas salafistas experimentó su mayor tasa de crecimiento desde 1988 en el período comprendido entre 2001 y 2002 [Jones, 2014: 27]).

En segundo lugar, este marco multinivel nos ayuda a organizar el complicado debate existente sobre la eficacia del terrorismo, así como a identificar lagunas en el análisis. Algunas de estas deficiencias son evidentes, como la relativa falta de análisis sobre la eficacia táctica y organizativa del terrorismo, ya que la gran mayoría de estudios realizados en los últimos años se han centrado en la eficacia estratégica. Asimismo, el marco revela objetivos estratégicos relativos a los efectos en la sociedad que habían sido ignorados hasta este momento. Esto resulta importante porque, por ejemplo, mientras el antiguo grupo terrorista más mortífero (Al Qaeda) establecía como prioridad el «enemigo lejano» y la ocupación extranjera, el nuevo grupo terrorista más letal (EI) tiene como prioridad el «enemigo cercano» y la reformulación de la sociedad.

En tercer lugar, el marco analítico propuesto contribuye al estudio sistemático de las prioridades y percepciones de los actores implicados, demostrando cómo difieren de la idea de eficacia que manejan la mayoría de los investigadores. El terrorismo es por definición un acto político y, sin embargo, la mayoría de las valoraciones relacionadas con su eficacia no reconocen a los grupos terroristas como partes implicadas en el juego político (Crenshaw, 1985). Respecto a este punto, cabe subrayar que el análisis de estas organizaciones como entidades políticas representativas no significa el hecho de otorgarles legitimidad –que ya pierden por sus indiscriminados asesinatos de civiles–; pero ello es necesario para comprender sus motivaciones y eficacia. Aunque los políticos hagan campaña electoral declarando lo que les gustaría hacer en materia fiscal y sanitaria, no por ello los académicos dejan de asumir –con toda la razón– que aquellos se preocupan principalmente de conseguir un cargo y mantenerlo (Mesquita et al., 2003). Si se analizan solo los logros relativos a los objetivos estratégicos proclamados públicamente, esto implicaría dejar de lado el objetivo que más anhelan los candidatos y organizaciones políticas que emplean el terrorismo, esto es, el poder. Por lo tanto, hacen falta más estudios que expliquen las variaciones en la eficacia organizativa para entender el terrorismo y su impacto desde la perspectiva de aquellos que hacen uso del mismo.

Una vez tenemos un marco que sirve como base para analizar la eficacia del terrorismo, lo siguiente que deseamos saber es: ¿cuándo y por qué el terrorismo consigue cada tipo de objetivo? Este artículo combina el análisis de casos recientes y de literatura relevante para presentar unas primeras ideas al respecto.

Cómo y cuándo es eficaz el terrorismo: casos y condiciones 

Formular la pregunta de si «es eficaz el terrorismo» o tratar de responderla sin especificar los objetivos o las condiciones en los que se produce no arroja luz, sino que genera más confusión. Existe una considerable variación respecto a la eficacia del terrorismo, y dicha variación –junto con los factores que la generan– no se distribuye de forma uniforme entre los tipos de objetivos. Además, las organizaciones persiguen de forma simultánea tanto objetivos organizativos como tácticos y estratégicos, lo que implica que las condiciones para un tipo de eficacia incluyen la eficacia en el resto. La mayoría de los investigadores consideran casi de forma intuitiva que el éxito táctico de explosionar una bomba contra su objetivo, hace que la probabilidad de que la organización atacante gane fuerza sea mayor, y una organización más fuerte tiene más posibilidades de obligar a un Gobierno a cambiar su política. Sin embargo, las flechas siguen muchas direcciones: forzar la retirada de fuerzas extranjeras hace que sea más probable que una organización adquiera más poder por el hecho de eliminar un rival represor, y una organización más fuerte tiene más posibilidades de llevar a cabo ataques eficaces y sofisticados a nivel táctico. A continuación, se van a analizar casos históricos recientes, así como literatura académica relevante, a fin de ofrecer explicaciones sobre la variación en la eficacia del terrorismo a través de distintos tipos de objetivos. 

Eficacia estratégica: control del territorio, eliminación y difusión de ideas, polarización de la sociedad 

Las investigaciones existentes sugieren que el terrorismo, por lo general, fracasa en el intento de acabar con ocupaciones militares, ganar guerras y establecer nuevos estados debido al carácter indiscriminado de su violencia, la cual genera reacciones en contra y conduce a la percepción errónea (o no) de que los terroristas son extremistas irreconciliables (Kalyvas, 2004; Abrahms, 2006; Fortna, 2015). Sin embargo, es frecuente la ausencia de dos objetivos estratégicos en los estudios sobre la eficacia del terrorismo: la eliminación o difusión de ideas y la polarización de la sociedad. 

  • Cómo el terrorismo puede eliminar o difundir una idea

Pocos temas tienen más importancia en la narrativa relacionada con el terrorismo que las libertades civiles y la ideología; sin embargo, sabemos más bien poco sobre el impacto que tiene el terrorismo en la eliminación o difusión de ideas. Esto se da pese a que un gran número de atentados importantes han tenido las ideas como principal objetivo. Por ejemplo, Sony suspendió temporalmente la exhibición de «The Interview»4 tras sufrir un ciberataque en sus servidores y por las amenazas de atentados en los cines que exhibieran la película, en la cual se ridiculizaba al líder norcoreano Kim Jong Un y se representaba su asesinato5. El filme no solo fue visto por menos público del previsto –si se compara con películas similares protagonizadas por los mismos actores–, sino que además el ataque obligó a otros estudios a cancelar películas con temáticas relacionadas con Corea del Norte (como, por ejemplo, «Pyongyang» de Steve Carell), debido a las repercusiones y el aumento de los riesgos (Sargent, 2014; Fleming, 2014; Pomerantz, 2014). Por su parte, el ataque a la revista satírica Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015, que acabó con la vida de doce personas, supuso una admisión implícita de que las amenazas previas no habían conseguido obligar al semanario a dejar de publicar caricaturas de Mahoma y de parodiar el islam. Este atentado dio nueva vida a la publicación y a sus ideas, al hacer que aumentase su tirada de 50.000 a más de 2,5 millones de ejemplares (llegando a un pico de 8 millones en el primer número publicado tras el atentado) y creciera de forma espectacular el número de suscripciones, de 8.000 a cerca de 200.000 un mes después del atentado (Chrisafis, 2015).

¿Qué explica esta diferencia de resultados? En el primer ejemplo, el terrorismo sirvió para eliminar ideas (Sony), mientras que en el segundo (Charlie Hebdo), este contribuyó a su difusión. Un factor clave explicativo serían los valores de los actores objetivo. Si Sony es una empresa que se preocupa principalmente de su balance financiero, Charlie Hebdo, por el contrario, es una publicación cuya dirección atiende más a las ideas en sí mismas que a los beneficios. Por consiguiente, no es sorprendente que la presencia de amenazas poco concretas pero violentas, una caída del 7% en el precio de las acciones, así como el fracaso en la obtención de beneficios con «The Interview» fueran razones suficientes para que Sony y otros estudios dieran marcha atrás con el proyecto; mientras que, en el segundo caso, el asesinato de nueve empleados de Charlie Hebdo no fue un motivo suficiente para disuadir a la publicación de seguir publicando. 

En efecto, la respuesta de gobiernos e individuos a cada incidente es muy aleccionadora con respecto a la importancia de los valores y del riesgo percibido. El presidente Barack Obama dijo que la reacción de Sony había sido un «error» (Dwyer y Bruce, 2014). No obstante, esta reacción podría haber sido preocupante para un gobierno centrado en la estabilidad y la seguridad, pero no para una corporación que rehúye los riesgos y se preocupa principalmente por los beneficios. En ambos ejemplos, el apoyo por parte de la ciudadanía surgió en torno al concepto de libertad de expresión, lo que impulsó así la venta de entradas y el alquiler de «The Interview», en un caso, y el aumento de las suscripciones a Charlie Hebdo, en el otro. Otros actores, que percibieron el riesgo de que se produjeran nuevos atentados en el futuro, dieron marcha atrás; tal es el caso del diario danés Jyllands-Posten, que tomó la decisión tajante de no publicar las caricaturas de Charlie Hebdo tras el atentado de 2015. De su decisión se ha dicho que «es una muestra de que la violencia es eficaz» (Jensen, 2015). Pero este periódico ya se había impuesto una autocensura durante años tras las protestas y amenazas de muerte generadas por sus propias caricaturas en todo el mundo. De todas formas, la compra de vídeos a la carta y la suscripción a una publicación periódica –en el seno de la comodidad del hogar– es una respuesta al terrorismo con un riesgo extremadamente bajo, sobre todo cuando las amenazas dirigidas a eventos como la proyección de «The Interview» son inciertas y poco precisas. Pero cuando los terroristas amenazan seriamente a la ciudadanía a gran escala, en este caso sí que pueden ser capaces de reformular estados y sociedades, independientemente de que los gobiernos cedan o no.

  • Cómo puede el terrorismo polarizar y remodelar las sociedades

Para los que pudieran sugerir que la sátira política o la libertad de expresión son ideas demasiado abstractas, no hay nada más concreto que sufrir la violación de una hermana o la ejecución de los padres como parte de una campaña de limpieza étnica y control social. Estos actos terroristas pocas veces llegan a formar parte de las bases de datos o del análisis sobre el tema, pese al hecho de que dicha violencia es la definición misma de infundir miedo en una población civil con fines políticos (United Nations Security Council, 2015). La insurgencia en Irak –previa a la aparición de EI– es emblemática del modo en que el terrorismo puede tener unos efectos mucho más significativos que la retirada de tropas extranjeras. En 2003, Bagdad era una ciudad étnicamente diversa y se caracterizaba por los barrios mixtos suníes y chiíes. No obstante, tras el derrocamiento del Gobierno de Sadam Husein por parte de Estados Unidos, surgió un vacío de poder y seguridad que propició que ciertos grupos sectarios instigaran una espiral de ataques terroristas que fue en aumento después del atentado con bomba en la mezquita chií de Al Askari en 2006. Dicho ataque sirvió para forzar movimientos de población que convirtieron a Bagdad en un campo de batalla entre focos homogéneos suníes y chiíes en el año 2007 (Izady, 2009). En la actualidad Bagdad es mayoritariamente una ciudad chií, en gran medida como consecuencia de los ataques terroristas perpetrados por milicias chiíes, algunas de las cuales luchan ahora como «aliados» de facto de Estados Unidos contra EI. Esta campaña también fue exitosa en términos organizativos, ya que supuso la consolidación de estas milicias como principales actores políticos y, a su vez, la reformulación del mapa político y demográfico de Irak; lo que ofreció a los chiíes un mayor control de la capital.

Sin embargo, resulta bastante interesante destacar que esta campaña no supuso una derrota total de la facción iraquí de Al Qaeda (AQI) –la cual asumió la dirección de los ataques contra los chiíes–, ni de sus sucesores, la organización EI. Aunque el grupo perdió la oportunidad de controlar Bagdad a corto plazo, sus actos de violencia contribuyeron a polarizar la población de Irak y a abrir una brecha entre los ciudadanos suníes y su Gobierno. La aparición y resistencia como organización de EI se debe, en gran medida, al desencanto de estos ciudadanos con los partidos chiíes que gobiernan en la actualidad en Irak y a que existe un gran número de personas que admiten con reservas que EI puede ofrecerles cierto grado de protección en medio de una brutal guerra civil, sobre todo tras la represión ejercida por el antiguo primer ministro Nouri al-Maliki contra varias tribus suníes que precisamente se alzaron contra AQI, en lugar de ofrecerles un lugar en la mesa de negociación. De hecho, la organización EI ha exportado el plan desarrollado en Bagdad, instigando campañas de limpieza étnica y violencia sexual contra cristianos, yazidíes, kurdos y otras minorías étnicas y religiosas de Siria e Irak (Begikhani, 2014). Ya en junio de 2014, EI había sido capaz de asesinar y secuestrar a miles de personas, además de provocar la huida de más de dos millones de civiles de sus hogares solo en Irak (Amnesty International, 2014). Esta violencia terrorista es la forma que tiene EI de llevar a cabo su «ingeniería demográfica», lo que le permite crear territorios más homogéneos en términos de partidarios (o al menos poblaciones no enemigas sometidas a su intimidación) y en los que es menos probable que se desafíe su autoridad y retorcida ideología (Lischer, 2008). Cuantas más represalias indiscriminadas inspire EI por parte de los gobiernos de Siria e Irak u otras milicias, mayor será la polarización de la población suní y su confianza en EI para buscar protección. Así, aunque dicha violencia no consiga acabar con ocupaciones de fuerzas extranjeras, sí puede al menos remodelar las sociedades para que sean más favorables a los grupos extremistas.

Por supuesto, este tipo de violencia no siempre da como resultado un éxito estratégico. Algunos estudios ponen como ejemplo a la población judía de Francia, compuesta por la contundente cifra de 500.000 personas, que no abandonará su lugar de residencia pese a que cada vez se producen más atentados contra ellos; o al tiroteo que se produjo en 2015 en Charleston (Carolina del Sur), que no solo no consiguió desatar la guerra racial ni los cambios demográficos deseados por el atacante Dylan Roof, sino que en su lugar provocó la retirada de la bandera confederada del Capitolio de Carolina del Sur.

  • Condiciones para que el terrorismo sea eficaz a nivel estratégico

Las condiciones para la eficacia estratégica del terrorismo son distintas según los objetivos. El terrorismo indiscriminado puede hacer que la probabilidad de ganar guerras y fundar estados sea menor, pero también puede provocar el aumento de las probabilidades de polarización y cambios demográficos en la sociedad. Con el uso del terrorismo es más fácil difundir una idea que eliminarla (Krause y Evera, 2009). La violencia genera notoriedad e interés por las motivaciones e ideología de los terroristas6; no obstante, la violencia diseñada para provocar el silencio rara vez tiene el efecto deseado (Fisher, 2015). La población en general suele aumentar su apoyo incluso a ideas impopulares –como la burla sobre Mahoma–, en base a la libertad de expresión como respuesta a los ataques. Cuando el terrorismo es capaz de eliminar una idea, suele ser porque la violencia centra su objetivo en elementos que prestan más atención a los resultados económicos –como, por ejemplo, las empresas de medios de comunicación–, que a la idea en sí misma. Por supuesto, el hecho de que las ideas no se eliminen fácilmente mediante la violencia contra el adversario también implica que los intentos de Estados Unidos de eliminar las ideas yihadistas descabezando a la organización EI probablemente también fracasarán (Nielsen, 2016).

Puede que la condición más importante para el éxito estratégico sea el éxito previo a nivel organizativo, alcanzado mediante atentados terroristas u otros medios. Es más probable que una organización fuerte y unida con miles de miembros sea capaz de emplear el terrorismo para acabar con una ocupación militar, establecer un nuevo Estado, difundir una idea o cambiar los elementos demográficos, debido a su mayor capacidad. Con independencia de que se analicen grandes cantidades de datos de diferentes países o se realicen comparaciones en profundidad a partir de archivos y entrevistas de campo, las investigaciones recientes no dejan de identificar una y otra vez la importancia de la fortaleza del grupo para el éxito estratégico (Krause, 2013a; Thomas, 2014; Asal et al., 2015). Incluso aquellos que apuntan a la ineficacia general del terrorismo identifican la fortaleza del grupo como un factor clave del éxito (Chenoweth y Stephan, 2011) o del fracaso estratégicos (Cronin, 2009). Esto resulta fundamental porque los grupos deben establecer prioridades entre sus objetivos estratégicos y organizativos, siendo su capacidad para alcanzar estos últimos lo que les dará más posibilidades de poder perseguir los primeros (Krause, 2013a; Acosta, 2014). De ser ello cierto, ¿cómo y cuándo puede el terrorismo fortalecer a los grupos terroristas? Ese es el tema que se abordará a continuación.

Eficacia organizativa: fortalecimiento de los terroristas mediante nuevos adeptos, financiación y apoyos

La investigación sobre la eficacia organizativa del terrorismo ha sido escasa hasta hace muy poco. Aunque algunos estudios clave ya la identificaron hace décadas como un objetivo importante para los grupos terroristas (Crenshaw, 1991), ha sido solo en los últimos años cuando la academia ha comenzado a identificar formalmente sus mecanismos causales (Cronin, 2009; Jones y Libicki, 2008) y sus condiciones. La eficacia organizativa del terrorismo no difiere tanto por tipo como por grado, es decir: estos grupos, de un mínimo en el que sobresale la supervivencia, progresivamente van aumentando su poder hasta un máximo, en forma de nuevos adeptos, financiación, apoyos y posición política. El terrorismo ha catapultado a numerosas organizaciones hacia el liderazgo de sus movimientos y estados. Por ejemplo, el Ejército Republicano Irlandés Provisional (PIRA, por sus siglas en inglés) comenzó sus actividades como una facción minoritaria disidente del IRA Oficial (OIRA, por sus siglas en inglés) en 1969-1970 y, en opinión de muchos, ganó credibilidad como defensor de la comunidad católica por su violencia más extrema contra las fuerzas de seguridad y civiles en Irlanda del Norte (English, 2012). El PIRA y su brazo político, el Sinn Féin, consiguieron traducir esta violencia en capital político, al eclipsar primero al OIRA en el liderazgo del ala republicana del movimiento nacionalista irlandés a mediados de la década de los setenta, y superar a continuación a su rival no violento, el Partido Laborista y Socialdemócrata (SDLP, por sus siglas en inglés), en las elecciones celebradas en 2001 en Irlanda del Norte, antes de tratar de convertirse en el mayor partido político de Irlanda en la actualidad. 

El caso del IRA y el Sinn Féin no es único, ya que grupos como Hezbolá en el Líbano y el Frente de Liberación Popular de Eritrea también usaron la violencia como trampolín para alcanzar el poder político y reconfigurar sus estados a lo largo del proceso. Asimismo, Eduardo Rey y Alberto Martín (2016) demuestran cómo el terrorismo ha contribuido a que algunos partidos en América Latina hayan asumido el poder en sus respectivos países. En la actualidad, la violencia extrema de EI le ha permitido apostar más fuerte que Al Qaeda y atraer más adeptos, por lo que la antigua filial constituye ahora el centro del movimiento yihadista mundial (Malik et al., 2015). Aunque, por supuesto, no existen garantías. Las acciones terroristas también han provocado el declive de grupos como el Frente de Liberación de Quebec, los separatistas Sij en India y las Brigadas Rojas italianas, aparte de otros numerosos grupos que perpetraron un único atentado terrorista antes de pasar al olvido.

  • Condiciones para que el terrorismo sea eficaz a nivel organizativo

El terrorismo tiene más posibilidades de encontrar apoyos cuando un número significativo de civiles se encuentra desencantado o molesto con el propio Gobierno. El terrorismo puede aumentar esta polarización mediante el incremento de la actividad violenta frente a organizaciones rivales y frente al Estado, cuyas respuestas discriminadas o indiscriminadas juegan un papel significativo a la hora de determinar resultados de tipo organizativo (Bloom, 2004; Mesquita y Dickson, 2007; Piazza, 2015; Phillips, 2015). El Frente de Liberación Nacional (FLN) masacró a 123 personas en Philippeville en 1955, lo que produjo el asesinato por parte de las autoridades francesas de miles de argelinos como represalia. Aunque el coste fue terrible para la sociedad argelina, supuso un éxito organizativo para el FLN, ya que la feroz represión francesa provocó que los simpatizantes del FLN en la zona llegaran a duplicarse hasta alcanzar la cifra de 1.400 combatientes (Horne, 2006: 123). Por ello, las investigaciones que demuestran que los atentados terroristas pueden hacer que la población objetivo vote a partidos de derecha y antiterroristas podrían considerar –quizás con más exactitud– este hecho como un éxito y no como un fracaso organizativo (Berrebi y Klor, 2008). Hamas, por ejemplo, no se beneficia de que los partidos israelíes de izquierda ganen las elecciones; contrariamente, se beneficia a nivel organizativo del ascenso de los partidos de derecha que emplean el castigo indiscriminado a los palestinos y rechazan las negociaciones. De hecho, este mecanismo constituye una vía eficaz para arruinar las negociaciones de paz, lo cual suele ser uno de los objetivos de organizaciones como Hamas, que no disponen de un sitio en la mesa de negociación. Esta tensión entre eficacia organizativa y estratégica resulta evidente en otros estudios; así, Fortna (2015) destaca que el terrorismo contribuye a que las organizaciones perduren en el tiempo, pero hace que la posibilidad de que ganen guerras civiles sea menor.

Aunque estos grupos suelen preferir los beneficios organizativos a los estratégicos, ciertos tipos de éxito estratégico pueden propiciar el éxito a nivel organizativo, como el hecho de que el control territorial por parte de una organización sea el factor más importante para conseguir negociaciones con un Estado (Asal et al., 2015). Además, el mejor elemento de predicción de un tipo de éxito a nivel organizativo –la supervivencia– parece ser otro tipo de éxito organizativo –la fortaleza del grupo–, independientemente de que se mida como tamaño del grupo, capacidad, redes sociales bien cohesionadas o alianzas (Blomberg et al., 2011; Young y Dugan, 2014; Staniland, 2014; Phillips, 2014).

Eficacia táctica: equiparar los costes deseados con los objetivos deseados

El terrorismo rara vez puede ser eficaz en términos organizativos o estratégicos sin eficacia táctica. De hecho, sin eficacia táctica es incluso cuestionable la idea misma de que un grupo esté haciendo uso del terrorismo. Dado que la definición estándar de terrorismo incluye el uso de la violencia para infundir miedo, puede considerarse que una organización que planee atentados sin poder llevarlos a cabo satisfactoriamente no esté de facto haciendo uso de violencia alguna ni provocando ningún miedo7. Ello puede contribuir a explicar los motivos por los que el éxito táctico se da por hecho al inicio de casi todos los estudios sobre la eficacia del terrorismo; no obstante, esto no implica que el éxito táctico sea en sí mismo una constante. Mientras que los atentados del 11-S supusieron un éxito táctico claro para Al Qaeda –pese a que el derribo del vuelo 93 cerca de su objetivo previsto podría suponer un fracaso táctico parcial–, los atentados de Richard Reid –que portaba una bomba en su zapato– y de Umar Farouk Abdulmutallab –que la llevaba en la ropa interior– constituyeron evidentes errores tácticos. ¿Por qué? En el primer caso, los atacantes fueron capaces de infligir altos costes humanos y económicos –al dar en casi todos los blancos directos deseados– e infundir un pánico considerable en el blanco indirecto más amplio, esto es, el pueblo estadounidense; en los dos siguientes, los terroristas no infligieron ningún coste humano y los costes económicos fueron escasos, debido fundamentalmente al mal funcionamiento de las bombas y a la respuesta de los pasajeros de los vuelos, lo que inspiró mucho menos miedo en la población en general.

Sin embargo, en relación con la eficacia táctica, el desafío no consiste simplemente en explicar la variedad de los resultados, sino también en reconocer cuáles de estos resultados suponen un éxito o un fracaso. Parece bastante claro que los resultados mencionados serían codificados como casos de eficacia táctica por organizaciones como Al Qaeda; pero, a su vez, podrían representar lo contrario para Weather Underground, el Frente de Liberación de la Tierra (ELF, por sus siglas en inglés), entre otras organizaciones, que emplean el terrorismo intentando evitar que haya víctimas y se extienda el miedo generalizado entre la población. Para estas organizaciones, los atentados del 11-S serían un fracaso táctico de proporciones inmensas, ya que estas usan la violencia básicamente para llamar la atención, con la esperanza de que el foco pase rápidamente a centrarse en los delitos políticos y medioambientales contra los que tratan de protestar. Es mucho más difícil para grupos como ELF hacer que la atención de los medios y del público en general cambie si el resultado del atentado son cadáveres en los que se centrará dicha atención.

Tal desafío resulta evidente al consultar la base de datos sobre terrorismo más importante que existe en la actualidad, la Global Terrorism Database (GTD). En cierto sentido, la GTD parece sobrerrepresentar los éxitos tácticos. Así, es menos probable que incluya atentados que no utilizan un grado considerable de violencia; ya que estos tienen menos posibilidades de ser recogidos por los medios de comunicación que la GTD utiliza como fuente. De hecho, cerca del 90% de los atentados que figuran en esta base de datos son éxitos tácticos según los cálculos de la propia GTD; sin embargo, la mayoría de los atentados que figuran en la GTD no acabaron con la vida de una sola persona (Asal y Rethemeyer 2008). ¿Significa esto que fueron ineficaces a nivel táctico? Es imposible saberlo simplemente mediante el análisis de los datos, se necesita un conocimiento profundo de los grupos e individuos que perpetraron cada atentado (Mahoney, 2015). El análisis de la eficacia organizativa y estratégica no hace frente a estos desafíos, ya que no existen grupos terroristas que empleen sus ataques para destruir su propia organización o perder control territorial a favor de un Estado rival. El tipo de objetivo organizativo o estratégico que se pretende alcanzar puede ser distinto de un grupo a otro, pero el significado de la eficacia dentro de cada uno de estos dos tipos es mucho menos variable que en el caso de los objetivos tácticos.

  • Éxitos y fracasos tácticos

El terrorismo eficaz a nivel táctico equipara los costes previstos con el objetivo u objetivos previstos, y suscita las emociones previstas en los individuos previstos, aunque dichas previsiones pueden variar de un atentado a otro. Un primer tipo de terrorismo que trata de reducir al mínimo el coste humano, al tiempo que busca captar la atención y cambiar ciertas mentalidades, es el que representan los ataques de «propaganda por el hecho» (propaganda of the deed), cuyo objetivo es «hacer que mucha gente preste atención, no que muera mucha gente» (Jenkins, 2006). El segundo tipo busca elevar al máximo el coste humano y coaccionar a grandes audiencias a través del miedo generalizado (Heger et al., 2012). Hay quien sugiere que Al Qaeda ha supuesto un paso del primer al segundo tipo de terrorismo, pero en realidad ambos han existido antes y después del 11-S.

Entre los éxitos tácticos del grupo de izquierdas Weather Underground y de los ecologistas ELF se incluyen un atentado con bomba de los primeros contra una oficina del Departamento Correccional de California y el incendio por parte de los segundos de la Estación de Guardabosques del Servicio Forestal de Oakridge de Estados Unidos; estas acciones consiguieron atraer la atención hacia el asesinato en prisión del activista George Jackson y hacia la tala de árboles centenarios, respectivamente (Asal y Rethemeyer, 2008). Entre los fracasos tácticos se incluyen los incendios provocados por el ELF en el Centro de Horticultura Urbana de la Universidad de Washington y en un vivero de árboles en Oregón; ambos fueron objetivo de dichos ataques por su presunta participación en investigaciones sobre modificación genética. Sin embargo, en realidad, el vivero de árboles no tenía nada que ver con dichas investigaciones y la bomba incendiaria colocada en la universidad destruyó una biblioteca adyacente, además de proyectos relacionados con plantas en peligro de extinción y la recuperación de humedales (Penland et al., 2001). Curiosamente, el mayor fracaso táctico de Weather Underground se produjo la única vez que pretendieron de forma clara asesinar a un gran número de personas; la bomba que tenían preparada detonó antes de lo previsto en el piso de la organización en Nueva York, lo que acabó con la vida de tres de sus miembros. En los casos de fracaso, o bien el grupo impone un coste demasiado elevado o demasiado escaso, o bien ataca el objetivo equivocado, lo que genera la condena generalizada de su organización y del movimiento.

Pese a que existen numerosas investigaciones sobre terrorismo que se centran en intentos de forzar la retirada de gobiernos foráneos, un importante número de atentados tiene como objetivo la retirada de población extranjera, principalmente turistas (Enders et al., 1992). Los turistas traen dinero y costumbres distintas a una sociedad, por lo que algunos grupos tratan de ahuyentar a los turistas para dañar la reputación del Gobierno y la estabilidad económica. Dos atentados perpetrados en 2015 en Túnez –en el Museo del Bardo y en un complejo turístico de playa– supusieron éxitos tácticos para la organización EI. Estos ataques acabaron con la vida de 21 y 38 personas, respectivamente –en su mayoría turistas–, e inspiraron tal temor que el 40% de las reservas de turistas franceses fueron canceladas tras el primer atentado y el 75% en las dos semanas posteriores al segundo. El turismo constituía el 15% del PIB de Túnez en 2014 y daba empleo a dos millones de tunecinos. Expertos en seguridad regional han afirmado que el turismo «va a desaparecer», mientras que el Gobierno ha ofrecido cálculos conservadores de que la pérdida de ingresos por el turismo ascenderá a un cuarto del total, lo cual podría desestabilizar al incipiente Gobierno democrático y quebrantar su imagen como ejemplo de éxito de la Primavera Árabe (Markey, 2015). En otras latitudes, los atentados –eficaces tácticamente– perpetrados sobre cooperantes extranjeros en Pakistán y profesores y alumnos en Nigeria obligaron a estos a huir, teniendo que abandonar sus proyectos y escuelas (Segun y Muscati, 2014).

Por otro lado, un ejemplo de fracaso táctico sería el atentado de 2015 contra un templo egipcio en Luxor. Los tres terroristas llegaron con la intención de asesinar a turistas, pero uno de ellos fue detenido y los otros dos fueron abatidos fuera del templo por la rápida y valiente respuesta de los civiles y de la policía del lugar, que cargaron contra ellos y consiguieron contenerlos (Hiel, 2015). El atentado no acabó con la vida de ningún turista, no consiguió dañar el templo y, en consecuencia, provocó poco temor en la población objetivo. Ello contrasta claramente con el éxito táctico del atentado perpetrado en 1997 en el mismo templo, en el que murieron 62 personas (entre ellas, 58 turistas extranjeros) y que debilitó de forma significativa el importante sector turístico egipcio durante años.

  • Condiciones para que el terrorismo sea eficaz tácticamente

Pese a que las organizaciones difieren en los costes, objetivos y reacciones que persiguen, todos los atentados terroristas comparten condiciones comunes de eficacia táctica. En primer lugar, el éxito es más probable cuando los terroristas poseen una mayor capacidad para adquirir y utilizar el armamento elegido (Kenney, 2010). En el caso de Weather Underground, su mortal fallo táctico fue resultado de su inexperiencia, mientras que el hecho de contar con alguien experimentado en la fabricación de bombas en atentados posteriores les reportó importantes logros tácticos (Burrough, 2015). En segundo lugar, el hecho de disponer de más información sobre el objetivo posibilita en mayor medida la eficacia táctica, como lo demuestran los ejemplos de errores tácticos de ELF por falta de información fidedigna. En tercer lugar, la presencia de fuerzas de seguridad en alerta y un público atento hace que la probabilidad de eficacia táctica sea menor, como prueban los ataques frustrados de Luxor en 2015 y los de los terroristas con bombas colocadas en los zapatos y en la ropa interior mencionados al inicio del artículo. 

Para las acciones terroristas cuyo objetivo específico es forzar la huida de turistas, la sucesión de atentados es fundamental para el éxito táctico, ya que aumenta la percepción de riesgo (Pizam y Fleischer, 2002). En los casos en que se han capturado rehenes, el asesinato de dichos rehenes hace que la probabilidad de conseguir la eficacia táctica y estratégica sea menor (Sandler y Scott, 1987). Respecto a las organizaciones fuertes, es más probable que dispongan de los recursos y capacidades para ser eficaces a nivel táctico; no obstante, la eficacia táctica no garantiza los logros organizativos. En este sentido, y como ejemplo, la pérdida de apoyo público y la consiguiente represión contra al-Gama’a al-Islamiyya son la muestra de que su atentado en Luxor en 1997 fue un fracaso organizativo tan demoledor como su éxito táctico.

Conclusión: más allá del blanco y negro

La eficacia del terrorismo varía no solo dentro de los niveles de análisis, sino también a través de los mismos. Aunque no existe un estudio integral que compare los índices de eficacia, este artículo sugiere que el terrorismo tiene más probabilidad de éxito táctico que de éxito organizativo, así como de mayor éxito organizativo que estratégico8. Esto contribuye a explicar el motivo por el que algunas organizaciones siguen usando el terrorismo incluso cuando este parece fracasar a nivel estratégico con tanta frecuencia, aunque el auténtico rompecabezas es por qué los académicos siguen proyectando sus propias prioridades en organizaciones con ideas claramente distintas.

¿Cómo se pueden explicar las distintas tasas de éxito? Al subir en la escala de la eficacia táctica a la organizativa y a la estratégica, los siguientes factores clave por lo general suelen aumentar: a) el número de actores involucrados (y, por tanto, de aquellos con capacidad de veto), b) el grado de interés del objetivo, c) la tolerancia a los riesgos del objetivo y d) la magnitud de la concesión o política deseadas. Cuanto mayor sea el valor de cada una de estas variables, menor será la probabilidad de que el terrorismo sea eficaz. Por este motivo, los intentos de conseguir la independencia –que suponen coaccionar a un gobierno de miles de personas y a una población de millones por un territorio que, probablemente, les importe mucho y por el que estén dispuestos a luchar– tienen menos posibilidades de éxito que aquellos que tienen como objetivo ahuyentar a turistas –que son individuos con poca tolerancia a asumir riesgos en unas vacaciones que pueden disfrutar en otro lugar– (Sonmez et al., 1999).

Todavía queda mucho trabajo por hacer sobre la eficacia del terrorismo. Aunque esperamos que este trabajo culmine en estudios integrales y concluyentes que comparen la eficacia entre todos los niveles y tipos de objetivos, dichos estudios exigen en primer lugar unos sólidos fundamentos teóricos. Primero, se deben establecer mejores conexiones con otros campos de estudio para aprender de sus conocimientos existentes. La eficacia a nivel organizativo es básicamente lo que los sociólogos llaman movilización, mientras que la eficacia táctica tiene que ver con el campo cada vez mayor de la seguridad humana; a pesar de ello, ¿cuántos estudios relacionados con la eficacia del terrorismo aprovechan esas fuentes de conocimiento? Segundo, es necesario un esfuerzo con una doble vertiente para, por un lado, reunir los datos –en su mayoría no disponibles– sobre los resultados tácticos, organizativos y estratégicos y, por otro, llevar a cabo análisis a nivel micro de las motivaciones y capacidades de las organizaciones. Sin ambos productos no se puede ni saber qué es la eficacia en el caso de atentados terroristas ni explicar sus variaciones en el tiempo y el espacio. Con estos datos y conocimientos a mano, se podrían poner a prueba las hipótesis presentadas en este texto de forma más rigurosa. Tercero, se necesitan más estudios que analicen la eficacia en varios niveles de análisis para aumentar la comprensión de los mecanismos y resultados. Este artículo resalta potenciales conexiones, pero la gran mayoría de las investigaciones siguen centrándose exclusivamente en un solo tipo de eficacia.

Por último, estas observaciones deben ser utilizadas para modernizar el campo de estudio del terrorismo y relacionarlo con la eficacia del antiterrorismo, que se enfrenta en la actualidad a los mismo problemas de argumentaciones que carecen de matices, así como de conceptos y mecanismos que carecen de especificación (Lyall, 2015). Por ejemplo, los investigadores y legisladores suelen asumir que el antiterrorismo tiene como objetivo reducir los ataques terroristas (táctico), perjudicar a las organizaciones terroristas (organizativo) y evitar que los terroristas obtengan concesiones políticas (estratégico); sin embargo, existe poco debate acerca del modo en que estos objetivos –y las políticas empleadas para conseguirlos– pueden entrar en conflicto entre ellos (Krause, 2008). Para conseguir logros estratégicos, los responsables políticos prefieren un enemigo dividido que malgaste gran parte de sus esfuerzos en luchas internas; pero para conseguir logros tácticos, desean precisamente que suceda justo lo contrario, ya que un enemigo dividido puede perpetrar más atentados terroristas en intentos de los diferentes subgrupos de superarse y luchar internamente. En todo caso, los responsables políticos harían bien en ampliar su propia concepción de la eficacia del terrorismo si de verdad desean reducir su impacto mediante la comprensión de las perspectivas de la mayoría de sus responsables y víctimas.

En resumen, declaraciones como «el terrorismo es eficaz» o «el terrorismo no es eficaz» pueden servir para llenar titulares llamativos, pero oscurecen una realidad con muchos más matices. Los académicos, responsables políticos y el público en general han de asumir estos matices con mayor seriedad si desean comprender y evitar el terrorismo en el futuro.

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 Notas:

1- A este respecto, véase: http://www.bbc.com/news/world-us-canada-17065130 

2- Se define aquí terrorismo como el uso de la violencia –o amenaza del uso de la misma– por un agente no estatal contra individuos no combatientes para inspirar miedo o alarma y lograr así unos fines políticos más allá del objetivo inmediato.

 3- Algunos resultados son representativos tanto de logros estratégicos como de logros organizativos. Por ejemplo, el acceso de un grupo al Gobierno, tras presentarse a unas elecciones, es un hecho que puede reflejar tanto el aumento de poder del grupo como un cambio en la política del Gobierno para legalizar dicho grupo.

4- Evan Goldberg y Seth Rogen (directores). «The Interview». Película, 1hr. 52min., Sony-Columbia, 2014.

5- Sigue sin aclararse si el grupo que lanzó las amenazas y el ataque –los llamados «Guardianes de la Paz»– estaba formado por no afiliados, financiados por Corea del Norte, o si de hecho formaban parte del propio Gobierno de dicho país (Zetter, 2015).

6- A modo de ejemplo, el tráfico del sitio web sobre la supremacía blanca <Stormfront.org> llegó a duplicarse en las semanas posteriores al atentado de Dylan Roof.

7- Este estudio sostiene que los atentados terroristas –y por lo tanto la evaluación de su eficacia táctica– no empiezan con su concepción, sino más bien en el momento en que uno o varios individuos tratan de emplear la violencia contra personas no combatientes con fines políticos.

8- En uno de los pocos estudios que incluyen análisis de dos niveles de eficacia sobre grandes muestras,  Todd Sandler y John Scott (1987) pudieron comprobar que los secuestros ejecutados entre 1968 y 1984 tuvieron éxito táctico al conseguir llevar a cabo sus operaciones el 87% de las veces, consiguiendo éxito estratégico solo el 27% de las mismas. Un magnífico ejemplo de estudio de caso en profundidad que analiza la eficacia en los diversos niveles es el trabajo de Crenshaw (1995).

Palabras clave: terrorismo, violencia, efectividad, Estado Islámico, antiterrorismo

El autor quiere agradecer a Diego Muro y a los revisores sus excelentes sugerencias; a Craig Noyes y los asistentes de investigación de «The Project on National Movements and Political Violence» del Boston College por su importante colaboración; así como a Security Studies por permitirme recurrir a pequeños fragmentos de un artículo anterior. Algunas partes de la segunda sección de este artículo se basan en dicho texto: Krause, Peter. «The Political Effectiveness of Non-State Violence: A Two-Level Framework to Transform a Deceptive Debate». Security Studies, vol. 22, n.º 2 (verano de 2013), p. 259-294, y han sido reproducidas con la autorización de Taylor & Francis LLC (http://www.tandfonline.com).

DOI: doi.org/10.24241/rcai.2016.112.1.69