In conversation with | ¿Cómo ha impactado la geopolítica a la agenda de las ciudades del Sur Global?
Ricardo Martinez, investigador sénior en el programa Ciudades Globales, CIDOB
EN CONVERSACIÓN CON
Aromar Revi, fundador y director del Indian Institute for Human Settlements (IIHS)
Aromar Revi es fundador y director del Indian Institute for Human Settlements (IIHS), institución dedicada a la investigación y la innovación en el campo de la urbanización sostenible y equitativa. Revi es uno de los principales expertos científicos mundiales sobre el cambio climático, con más de cuarenta años de experiencia en políticas públicas y gobernanza, economía política, desarrollo, tecnología, mitigación de riesgos, sostenibilidad y asentamientos humanos. Es miembro del Consejo de Liderazgo de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU (UNSDSN) y copreside el grupo temático sobre ciudades, que lidera el proceso de formulación de un Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) urbano. Fue también autor y coordinador principal del Quinto Informe de Evaluación del IPCC sobre Áreas Urbanas. Ejerce también como asesor del Gobierno de India en diversas áreas y de instituciones de desarrollo de las Naciones Unidas, multilaterales, bilaterales, así como del sector privado. Fue autor y coordinador principal del Informe Especial del IPCC sobre el Calentamiento Global de 1,5 °C (SR1.5) publicado en 2018, que obtuvo un gran reconocimiento científico y mediático a nivel mundial.
Ricardo Martínez (RM): es un honor contar con Aromar Revi en esta nueva edición del ciclo En conversación con CIDOB, con quien hoy abordaremos, entre otras muchas cuestiones, el impacto geopolítico del cambio climático sobre la agenda urbana del Sur Global. Y, para empezar, me gustaría preguntarle por su interpretación de este concepto, el «Sur Global», que nos resulta particularmente útil a los que nos dedicamos a los estudios urbanos, ya que comprende a la mayoría de las ciudades protagonistas de la actual ola de urbanización global; así pues, con este punto de partida, permítame plantearle una doble pregunta. En primer lugar: ¿cuáles son a su parecer los principales desafíos y demandas de las ciudades del Sur Global? Y, en segundo lugar: ¿cuáles son las principales oportunidades y capacidades de estas metrópolis globales?
Aromar Revi (AR): muchas gracias, Ricardo, y gracias a CIDOB por la amable invitación. Es un placer reencontrarnos de nuevo. En primer lugar, me gustaría subrayar que, como bien apunta, el Sur Global es un concepto muy amplio, que aplica a una larga lista de ciudades, pero también de países, y que va más allá de un simple criterio geográfico; más bien, diría que se refiere a una agrupación heterogénea de intereses, que tomó impulso a raíz de la pandemia de la COVID-19, que sirvió para subrayar muy claramente las desigualdades entre los países más desarrollados, del Norte, y muchas sociedades y ciudades del Sud Global, que sufrieron duramente el impacto de la pandemia. En este sentido, diría que más allá de la dimensión geográfica, el Sur Global se explica más por una convergencia de intereses de ciudadanos de diversas partes del mundo, que comparten una determinada orientación política, que reclama el acceso a derechos y servicios básicos universales que uno esperaría que estén al alcance de los habitantes de una ciudad. Esto no quita que, efectivamente, muchos de estos ciudadanos residen en el Sur geográfico, de ahí que la idea esté resonando en países o ciudades de América Latina, Asia y de África. Las proyecciones demográficas son claras: sabemos que el 90% del crecimiento de la población urbana mundial en los próximos 20 o 30 años tendrá lugar en estas tres regiones ‒especialmente en África‒. A este respecto, me parece vital que nos esforcemos para dar respuestas adecuadas desde el urbanismo a los desafíos y oportunidades que, ciertamente, aguardan a las megaciudades ‒de más de 10 o 20 millones‒, pero también al resto de centros urbanos, incluyendo a los más pequeños ‒en torno a los 100.000 habitantes‒, que son los que enfrentarán los mayores retos, pero que también presentan las oportunidades más interesantes, tanto en el Sur Global como en Europa. Generalmente, hablamos de núcleos urbanos con un gran dinamismo y una escala manejable pero que deberán esforzarse para que sus demandas no queden soterradas por los imperativos de las ciudades más grandes. Es por ello que doy importancia a la dimensión geográfica, efectivamente, pero digo que no es suficiente. Debemos categorizar a partir de los atributos específicos de los sujetos, de los espacios; e ir más allá de las etiquetas, ya que una «localidad» en India puede tener 100.000 habitantes, que es el equivalente en Europa a una ciudad mediana. Del mismo modo, no podemos hablar de «ciudad» para referirnos a las megarregiones que existen hoy en Europa, Asia o América Latina y que acogen a decenas de millones de habitantes.
Debemos ser conscientes también de que estos nuevos espacios urbanos están redefiniendo, no solo la geografía política de sus propios países (ya que acogen una porción cada vez mayor de la población), sino también la geografía económica global en términos de actividad económica, de producción, de ingresos y de puestos de trabajo. Y aquí resulta clave dónde se concentra el trabajo, dónde existen las oportunidades para las personas, ya que uno de los interrogantes que nos ha planteado este comienzo de siglo ha sido la naturaleza cambiante del trabajo, y sus implicaciones. Este factor es clave en países en los que la población es joven, como India, pero también en el resto, ya que el desafío de la transformación de los modos de subsistencia, del trabajo y de cómo las personas podrán seguir contribuyendo a la economía es un tema capital.
RM: Coincido con usted en que este factor es clave. Permítame preguntarle pues, por cómo cree que evolucionará esta cuestión con relación a las ciudades, y qué lugar ocupan las ciudades del Sur Global en esta reformulación del trabajo.
AR: Creo que, no ahora, sino hace ya décadas, las ciudades del Sur Global están redefiniendo la relación entre trabajo y espacio, y cuestionando las visiones más, digamos «canónicas», que proliferaron en América del Norte y hasta cierto punto también en Europa, en las que convergían la producción industrial y el auge de los servicios con el ofrecimiento de un puesto de trabajo formal y estable para el resto de la vida laboral. En las ciudades del Sur Global, hoy la situación es radicalmente distinta, en buena medida debido a la informalidad de la economía, y a la llegada de personas provenientes de los suburbios o las regiones adyacentes a la ciudad, bien desde entornos rurales del mismo país o de otros lugares del Sur Global, y que se ven forzados a combinar diversos trabajos y modos de subsistencia –en ocasiones, sin los conocimientos o las cualificaciones necesarias– para seguir adelante con varios empleos y con diferentes especialidades, también en la economía informal, lo que conlleva a menudo dificultades de movilidad. Esto genera un modelo económico muy distinto, que ahora coincide también con la expansión de las nuevas tecnologías digitales y la Inteligencia Artificial, sobre la que se depositan enormes expectativas, y que también afecta a la relación entre espacio y trabajo. Por todo ello, el entorno en el que emergen estas ciudades del Sur Global es diferente, si bien, como en procesos anteriores, encontramos una concentración de población en el ámbito urbano que aspira a tener mejores condiciones de vida y acceso a recursos básicos. Sin embargo, la realidad, en Asia y en otras partes del Sur Global es que, a raíz de las infraestructuras precarias y el acceso desigual a la propiedad o al trabajo, una porción significativa de las personas que emigran a la ciudad se ven privadas de estos servicios durante mucho tiempo, incluso generaciones, hasta que llegan a asentarse. Así que, a diferencia de otros procesos de urbanización, más organizados y en los que la fuerza de trabajo seguramente tenía mayor capacidad de influencia, en el momento actual tenemos un contexto más fluido, en el que, si bien es cierto que aumenta la productividad, también enfrentamos serios problemas, como los ambientales.
RM: Y además de estos cambios, quizá más de naturaleza socioeconómica, ¿en qué medida cree que las ciudades del Sur Global se convertirán también en motores de cambio político y social?
AR: En los últimos 200, o quizá 250 años –desde el inicio de la revolución industrial–, las ciudades han sido las protagonistas del cambio social y político, como la Comuna de París. Si nos fijamos en la mayoría de los cambios políticos y movimientos sociales que han hecho progresar nuestras sociedades ‒como el derecho a la educación, el acceso universal al agua, o la equiparación de derechos entre hombres y mujeres‒ todos se originan en el entorno urbano. Sin embargo, como le digo, el contexto actual es diferente. En algunos aspectos, me atrevería decir que es más favorable al que existía hace 100 o 150 años, ya que hoy, por ejemplo, gozamos de un mejor acceso a la educación y a las nuevas tecnologías, lo que aumenta potencialmente nuestra capacidad de intervenir en la actividad económica y política. Y esto abre una oportunidad para mejorar la calidad de nuestra democracia. No obstante, en el caso de muchas ciudades del Sur Global, esto se ve confrontado por la existencia de sistemas de gobierno que todavía funcionan con estructuras y mentalidades del siglo pasado, o incluso del siglo XIX. Esa rigidez de nuestros modelos de gobernanza está frenando el progreso en los contextos urbanos de todo el mundo. Es imperante pues que se produzca un cambio en nuestra percepción de la gobernanza, que se traduzca en nuevos marcos constitucionales y legales. Hoy tenemos megaciudades en las que habitan volúmenes de población que antes se reservaban a los estados. Creo que esto debe llevarnos a reimaginar la actividad democrática y la participación dentro de esas grandes ciudades, y al mismo tiempo potenciar la igualdad en la era digital. Esto va a permitir, especialmente en las ciudades del Sur Global, una gran actividad tecnológica y también innovación social, que jugará un papel esencial. No obstante, no nos tenemos que olvidar que todavía tenemos ciudades de estas zonas que concentran pobreza, desigualdad y, como consecuencia, conflictos. A ello se suma que muchas de estas ciudades del Sur Global disponen de recursos limitados, tanto en materia de fondos como de capacidad institucional, debido a que los estados han percibido típicamente a los gobiernos locales como meros ejecutores e implementadores de las políticas, y no como parte integrante del proceso de decisión y diseño de estas. Y creo que ahí reside la explicación de por qué muchas de estas políticas han fracasado.
RM: Hablemos ahora si le parece de su país, India, que en 2023 se convirtió en el más poblado del mundo –superando a China, con más de 1.400 millones de habitantes–, y que protagoniza hoy en día un proceso de urbanización de una magnitud colosal. Teniendo en cuenta los desafíos y oportunidades de las ciudades del Sur Global que ya nos ha planteado, ¿en qué momento se encuentran y cuáles son los desafíos de las ciudades en India?
AR: India, en una tendencia que comparte con el resto de países de Asia Meridional, como Sri Lanka, Bangladesh o Nepal, está llevando a cabo ahora un rápido proceso de urbanización, similar al que emprendió China a comienzos de los años 90 del siglo pasado, y que llevó a 300 millones de personas a desplazarse a zonas urbanas en tan solo dos generaciones. Esa fue, sin duda, la transformación urbana más grande de la historia, que, además, le ha reportado enormes beneficios a China, como el incremento del PIB per cápita, que en los 90 era similar al de India y que ahora lo cuatriplica. Y eso se explica por cómo China ha sabido gestionar con éxito su proceso de urbanización, inversión y creación de infraestructuras. Es de esperar que algo similar ocurra en Asia Meridional, aunque no debemos ignorar los desafíos particulares que presenta el s. XXI: en primer lugar, la población mundial, que ha aumentado notablemente desde los 90 (y que estará entre los 8 y 10 mil millones de personas) y que es cuatro veces la población mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que es cuando se estableció el orden internacional actual. Esto significa una población mucho más grande, y concentrada en las regiones que precisamente nos ocupan. Esto puede generar grandes oportunidades de mercado, por supuesto, ya que India es el mercado integrado más poblado del mundo y al que querrán acceder sin duda el resto de los países. Sin embargo, me parecen más interesantes los desafíos que todo esto plantea, y que yo resumiría en dos: el primero, el del cambio cultural, ligado al hecho de que población mayoritariamente rural, agraria, incluso jerárquica en nuestro contexto particular en India, con ciertas asimetrías (de casta y género), se está volviendo más urbana. El fenómeno no es solamente demográfico, sino, como digo, cultural.
El segundo reto hace referencia al imaginario de la región urbana en sí misma como espacio que, no solo consume productos producidos en el entorno rural, sino que es capaz de producir sus propios alimentos, servicios ecológicos, acceso al agua e incluso aire limpio para todos sus ciudadanos. Lo vimos durante la caída de la Unión Soviética, que en buena medida experimentó una crisis de seguridad alimentaria. Y opino que, en este punto, India tiene durante las próximas dos o tres décadas una oportunidad única para lograr un mejor equilibrio entre la cultura rural y la cultura urbana. Esto es algo que no existe en China, que difícilmente se dará en África y que justo ahora se está dando en Europa, tras dos siglos de urbanización. Es esencial que a lo largo de este proceso de urbanización India no sacrifique su cultura agraria rural, que es la que provee de seguridad alimentaria a sus aproximadamente 650.000 localidades y 11.000 centros urbanos. Creo firmemente que es esencial mantener este equilibrio para poder asegurar que los beneficios del desarrollo económico y la creación de empleo lleguen a los lugares más pequeños y aporten prosperidad y acceso a los alimentos y, además, porque sin seguridad alimentaria existe el riesgo de que las ciudades colapsen debido a la aceleración de la crisis climática y de biodiversidad que viviremos en las próximas décadas. Y insisto, creo que aquí India puede seguir una senda distinta a la del resto de procesos de urbanización de otros países.
El otro elemento distintivo en el caso de India es que el motor principal de la economía son los servicios; ciertamente, existe un sector manufacturero, pero este nunca ha representado más del 20% del PIB, a diferencia de China, que a partir de los 90 transformó su economía para convertirse en la fábrica del mundo. La senda que ha seguido India es diferente; hemos tenido éxito en algunos sectores de servicios, especialmente en tecnologías de la información y en biotecnología e innovación, y se espera que India tenga un papel importante en el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Sin embargo, la capacidad manufacturera sigue siendo un desafío pendiente, no tanto para lanzarse a la exportación como hizo China, sino para poder satisfacer la demanda doméstica. En el momento actual, importamos una gran cantidad de productos de lugares como China, el Sudeste Asiático, incluso de Europa, África o América Latina para poder cubrir la demanda de nuestra inmensa población. Creo que aquí, en la manufactura, hay una oportunidad enorme para India, aunque sean los servicios y la tecnología los que sigan tirando de la economía. De hecho, creo que ambos pueden reforzarse mutuamente, ya que uno de los beneficios del desarrollo del sector manufacturero será la fabricación de alta tecnología y otros productos para atender la demanda de otras partes del mundo, teniendo en cuenta que China se va a volver menos competitiva a medida que aumenten los salarios allí. No debemos olvidar que India suma de 15 a 20 millones de jóvenes cada año al mercado laboral, lo que prácticamente equivale en una década al tamaño del mismo sector de población de Europa. Este contingente de jóvenes trabajadores se incorporará seguramente al sector de los servicios y de la industria, con notables implicaciones económicas y de crecimiento.
Paralelamente, debemos asegurarnos de que el sector económico primario ‒la agricultura, la ganadería, la pesca, etc.‒, continúe existiendo. Me gusta recordar que India es el mayor productor de leche del mundo, y este es un motor muy importante de la actividad económica, especialmente en determinadas partes del país. Y naturalmente, esto va de la mano de la gestión del agua, del suelo, los residuos, los mercados locales y de la vinculación con las pequeñas ciudades agrícolas comerciales.
Finalmente, debemos trabajar para que el desarrollo interno mitigue las desigualdades y desequilibrios internos. India es un país, un subcontinente, que además es muy diverso en términos de geografía y clima. Tenemos ciudades costeras, ciudades de montaña, tenemos el alto Himalaya, islas… Si nos fijamos en la geografía humana, veremos que la mayor parte del crecimiento de la población se está focalizando en el norte y el este del país, en parte debido al hecho de que el sur y el oeste ya están inmersos en la transición demográfica. Nuestro reto es pues casar la proliferación de centros o clústeres de actividad económica con el desarrollo regional. Debemos dotar a la población india de las infraestructuras, empleos y oportunidades económicas necesarios para que no tengan que emigrar dentro del propio país. Ello requiere una inversión de entre un 3% y un 5% del PIB para asegurar inversiones, desarrollar tecnología y nuevas infraestructuras. Como le digo, creo que India tiene la oportunidad de seguir un modelo de desarrollo propio, distinto de los anteriores, y que no dé la espalda al cambio climático, ya que precisamente nosotros somos extremadamente vulnerables a esta crisis.
RM: Precisamente, quería preguntarle por la crisis climática, ya que usted ha sido una figura clave en el estudio de esta cuestión gracias a su contribución destacada al quinto y sexto informes de evaluación (AR5 y AR6) del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), y a que actualmente, es el autor principal y coordinador del primer capítulo sobre ciudades frente al cambio climático, dentro del séptimo informe especial (AR7) del IPCC sobre ciudades y cambio climático. ¿Cómo describiría el estado actual de la acción climática urbana, especialmente en lo que respecta a las medidas de adaptación?
AR: Si somos sinceros, tenemos que reconocer que no lo estamos haciendo nada bien. Ahora mencionaba el capítulo del IPCC que hace ya más de una década, en 2014, codirigí y que de alguna manera creó el espacio para incorporar el punto de vista urbano a la acción climática. Ya entonces alertamos del peligro que implicaba superar el umbral de 1,5 o 2 ºC de media en todo el mundo, y de las graves consecuencias que esto tendría en relación con el suministro de alimentos, agua y servicios, independientemente del lugar de residencia, ya viviese uno en Barcelona, Londres, Nueva York, Bangalore o Mumbái. Un año más tarde, en el marco del Acuerdo de París de 2015, subrayamos la importancia de las ciudades en la lucha contra el cambio climático, señalando precisamente los cambios demográficos y económicos acontecidos en las últimas décadas. En aquel momento, y lo digo porque estaba presente en las negociaciones, la mayoría de los países negociaban sobre los márgenes de un incremento de temperatura de entre 2,7 y 3,2 ºC. Si bien es cierto que en un primer momento las ciudades fueron un tanto débiles para incorporar su perspectiva en el debate climático, en 2015 fuimos capaces de incorporar la agenda urbana en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), hecho que facilitó su incorporación en la agenda climática a través del Acuerdo de París. Todo ello permitió también la elaboración de un informe especial sobre ciudades y cambio climático en la gran reunión del IPCC en Nairobi en 2017, que desafortunadamente no prosperó debido a razones geopolíticas, de manera que no podemos ser optimistas. Un año más tarde, en 2018, codirigí el Informe Especial sobre Calentamiento Global de 1,5 °C (SR1.5), y el mensaje en ese momento fue que las cosas no pintaban bien. Estábamos entonces en un escenario con un incremento de temperatura entre 1,1 y 1,2 ºC, y alertamos que cada incremento de 0,1 grados tendría un impacto significativo. Así que insistimos en el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 ºC, cosa que veíamos posible a través de la mitigación, que es la forma más eficaz, a largo plazo, para evitar graves consecuencias. Ese fue el análisis que hicimos en ese momento, y desde el IPCC recalcamos que el objetivo estaba a nuestro alcance, si nos focalizábamos en las 5 grandes transiciones que eran necesarias para la mitigación del cambio climático. Esto es: energética, industrial, urbana, de los hábitos de consumo y de los ecosistemas. Como digo, en aquel momento teníamos buenos indicios de que, si el mundo se hubiese volcado en acometer las cinco transiciones, la temperatura se habría mantenido por debajo del objetivo de 1,5 °C.
RM: ¿Y en qué escenario nos encontramos actualmente?
AR: Lamentablemente, creo que el incremento medio de la temperatura global superará el límite de los 1,5 ºC en el transcurso de los próximos 5 años y, de hecho, hoy ya vemos prácticamente a diario los efectos de esta subida de la temperatura en forma de sequías, incendios, inundaciones, desastres naturales, etcétera. Lo hemos visto en ciudades como Nueva York, pero también en Filipinas, Australia, en Pakistán… Las consecuencias irán a más, no linealmente, sino de manera incremental, y se concentrarán en las zonas urbanas, no porque las zonas urbanas las atraigan, sino porque son las zonas que concentran más población, especialmente en el Sur Global, donde muchos de sus habitantes residen en lugares inseguros y expuestos a las catástrofes climáticas. A ello se suma que muchos de ellos trabajan en empleos al aire libre, expuestos a las olas de calor y humedad como las que están teniendo lugar en estos momentos en Europa, y sin una posibilidad real de encontrar alternativas para el sustento familiar, lo que les puede ocasionar problemas de salud e incluso la muerte. Las ciudades son especialmente vulnerables por estos motivos que apuntaba, pero, si le damos la vuelta al argumento, es también en las ciudades donde se pueden lograr los cambios y las oportunidades más importantes. La condición básica es combinar adecuadamente políticas de mitigación y de adaptación, y actuar con diligencia, ya que los impactos del clima van mucho más rápidos que nuestra respuesta al cambio climático. Y esto se debe en parte a que no hemos tenido éxito a la hora de reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, que si bien disminuyeron durante la COVID-19 en algunas partes del mundo, repuntaron después muy rápidamente y han seguido subiendo a raíz de los conflictos armados, que han incrementado el consumo masivo de combustibles fósiles. La tendencia es, por tanto, contraria a la que sería deseable. Las emisiones siguen subiendo, cuando deberían reducirse drásticamente en un 50% para 2030, cosa que no está sucediendo. Esto significa que estamos fuera de los márgenes y que por tanto vamos a superar el aumento de 1,5 ºC, probablemente incluso de 2 ºC, y ni la ciencia sabe la velocidad a la que llegaremos a esta dramática cifra. Lo que la gente desconoce, y es lo que ocurre realmente detrás de los focos de las cumbres climáticas como la COP, es que los países negocian escenarios que rondan los 2,7 o 3 ºC de aumento, que sinceramente, tiene unas consecuencias que no podemos ni imaginar en este momento. Sabemos que el mundo será radicalmente distinto climáticamente incluso si logramos ceñirnos a 1,7 º C. No quiero ni imaginar, ni creo que la ciencia conozca, las consecuencias que tendría un escenario de 2,7 ºC.
RM: Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer desde el municipalismo?, ¿qué margen de actuación tienen las ciudades?
AR: Mucho me temo que tendremos que abandonar muchos lugares en el mundo, incluyendo ciertas áreas de ciudades fantásticas, como Barcelona, por ejemplo, lo que implica abandonar asentamientos con más de 2.500 años de historia, o parte de ellos, en un período de tal vez una o dos décadas. Esta es una realidad muy difícil de asumir para todos nosotros, especialmente para aquellos que hemos estado trabajando en la diplomacia de las ciudades y en la gobernanza global. Debemos reconocer que, a día de hoy, no disponemos de los instrumentos políticos ni institucionales para poder afrontar esta crisis, a diferencia de los conflictos bélicos, donde sí contamos con políticas, instrumentos y foros para gestionarlos. En la lucha contra el cambio climático nos falta incluso un vocabulario adecuado para hacernos las preguntas importantes y abordar el debate con conocimiento de causa. Creo que, en el momento actual, conocemos muchas de las soluciones, pero desde las ciudades disponemos de un margen de acción muy limitado, porque los gobiernos locales tienen un poder muy limitado y no disponen de los recursos necesarios. A esto se suma que las fuerzas que están acelerando esta crisis de contaminación ‒el sistema de comercio internacional, la exploración de combustibles fósiles, los subsidios impulsados por los gobiernos nacionales, etc.‒ quedan fuera del alcance y del control político de las administraciones locales. Entiéndame: no digo que no se esté haciendo nada. Es más, hay miles de buenos experimentos en gobiernos locales de todo el mundo; la cuestión es que estas buenas prácticas tienen que confluir, tienen que crear sinergias entre ellas y de esta manera unir fuerzas para tener influencia. De lo contrario, si nuestro campo de acción se queda en los márgenes, los efectos son muy limitados.
RM: Ya que usted ha sido una de las personas que más y mejor ha trabajado para acercar, precisamente, las agendas urbanas globales y la lucha contra el cambio climático, con hitos en mi opinión, como el Informe Especial sobre Ciudades y Cambio Climático elaborado por el IPCC, permítame preguntarle: ¿cree que la contribución de las ciudades a la gobernanza climática global está siendo debidamente reconocida en las negociaciones oficiales lideradas por los estados en órganos intergubernamentales de toma de decisiones, como es el caso de la COP?
AR: La respuesta es clara, y es no. Podemos apuntarnos algunos logros, como en la COP27 de Sharm el-Sheikh, en Egipto, en noviembre de 2022, cuando conseguimos lanzar una serie de informes especiales que resumían los ciclos del IPCC en lo relativo a las ciudades. En ellos, afirmamos que la evidencia científica existe; sabemos cuáles son los desafíos de las ciudades, y también cuáles son las soluciones y cómo podemos alcanzarlas: con una mejor gobernanza, una mayor movilización de fondos y recursos, el apoyo de las instituciones y la mejora en la tecnología, entre otras cuestiones. Llegados a este punto, la cuestión es cómo se pueden implementar estas medidas. El primer reto, dentro del marco de la COP, como marco intergubernamental, es la reorganización de la gobernanza dentro de los territorios nacionales. Y aquí, la buena noticia de Sharm el-Sheikh fue que se produjo un primer encuentro interministerial que reunió a los ministros de Desarrollo Urbano –al que tuve la oportunidad de poder asistir–, y que vino a reconocer la oportunidad que brindan las ciudades para hacer frente a las cuestiones de mitigación y adaptación a la crisis climática. La parte mala, si me lo permite, es que de un conjunto de más de un centenar de países solo 16 estaban presentes en la reunión, y ninguno de ellos era uno de los países más poblados. Esto es un desafío, ya que implica reimaginar el proceso de negociación más allá de los gobiernos estatales, lo que tiene que ver con cómo han evolucionado las conferencias ministeriales desde Río en 1992 y en adelante. En aquel momento, y diría que bien entrados los 2000, era posible reunir a la mesa a un grupo reducido de países, entre ellos los grandes productores combustibles fósiles, grandes consumidores –como India o China–, y otros países industrializados, que en ese momento representaban un 25% de los miembros de la ONU. Y también sumar a esa mesa a los representantes de la industria de los combustibles fósiles. Esto resultaba conveniente ya que juntando a un centenar de personas se podía negociar de manera efectiva, acordar una hoja de ruta y un financiamiento adecuado para resolver el problema. En ese momento, habría sido posible alcanzar los objetivos, ya que incluso los grandes consumidores, como China, han dado un salto hacia las tecnologías verdes. Sin embargo, esto no dio sus frutos: el modelo actual es más complejo, ya que pasamos de un encuentro entre unas pocas docenas de países y tal vez 100 o 200 corporaciones o instituciones financieras, a más de 500 entidades. Y, aun así, la realidad es que hoy en día entre 3.000 y 5.000 millones de personas de todo el mundo, que están en primera línea de exposición al cambio climático, se sienten excluidos de la discusión real y de la toma de decisiones. Ni siquiera se sienten cómodos con los datos ofrecidos por la ciencia, ya que generalmente se enfocan en el nivel nacional y no en el nivel local. Por todo ello, opino que el modelo de foro y los ámbitos de participación están desfasados, y deposito mis esperanzas en que eso esté cambiando, gracias en buena medida a la diplomacia de las ciudades y a la solidaridad entre ellas, a pesar de la fragmentación actual del espacio geopolítico global y el hecho de que varios países emisores de gases de efecto invernadero se estén moviendo en una dirección completamente opuesta a la contención climática.
Además de actuar sobre el modelo de gobernanza, sobre este modelo de foros, debemos incidir también para cambiar los modelos nacionales de gobernanza para reforzar el papel y el empoderamiento de las áreas urbanas, para dotarlas de mayor poder político, de agencia, de recursos y de financiamiento. El desafío del cambio climático requiere respuestas locales, que solo pueden ofrecer los gobiernos locales, también en el campo de la adaptación. Lo que no obsta que los problemas locales tengan implicaciones globales; algo que esté sucediendo en el Ártico, en Groenlandia, por ejemplo, puede afectar a un país sin acceso al mar, a miles de kilómetros. Debemos pensar de manera sistémica las respuestas locales o, de lo contrario, aumentará la fragilidad, la vulnerabilidad y los conflictos, provocando el desplazamiento forzoso de un gran número de personas, lo que generará un problema no solo en su lugar de origen, sino también en el de destino. Seguimos anclados en un paradigma de pensamiento que ya no nos sirve, y debemos cambiarlo sin miedo y superar las ideas y modelos del siglo XX, que se han mostrado obsoletos. Hoy debemos actuar con mucha determinación para redefinir procesos e instituciones, que además de poner el planeta en riesgo, amenazan la supervivencia de millones de personas que no tienen ninguna responsabilidad en esta grave crisis climática.
RM: Para finalizar, me gustaría hablar de geopolítica, que ya ha aparecido sucintamente en esta conversación. Las tensiones geopolíticas y los intereses nacionales están afectando cada vez más a los espacios multilaterales que, quizá ahora son más necesarios que nunca para abordar desafíos de cooperación contra los que los estados, por sí solos, poco pueden hacer. ¿Cómo cree usted que este regreso de la geopolítica está afectando a las ciudades y a su capacidad de reacción frente al cambio climático?
AR: Le agradezco su pregunta, ya que me permite aclarar que no creo que estemos ante un retorno de la geopolítica, ya que esta nunca se ha ido, siempre ha estado presente. Esa es mi experiencia, y la de todos los que participamos en los foros de los que hemos estado hablando; la geopolítica siempre ha estado sobre la mesa. Coincido sin embargo en que, durante un tiempo, yo diría que más o menos una década, nos confundimos a raíz de las tesis del final de la historia y del peso de la geografía en las relaciones internacionales. Sin embargo, los que trabajamos estos temas sabíamos que esto no era cierto. Y se hizo evidente con el cambio de milenio, cuando fue claro que encarábamos un traspaso de poder económico global desde Occidente hacia el océano Índico y hacia el Pacífico, al que se sumaba también el enorme peso demográfico, productivo, de estas regiones sobre el total y que se materializaría en un par de décadas. Este es un componente esencial de la geopolítica, que nos habla de cómo los centros se convierten en periferias, y viceversa, alterando el balance de la economía global. Este cambio, la transferencia de población, de riqueza y de poder de unas regiones a otras a lo largo del tiempo, es una constante de la geopolítica. Lo que diferencia el momento actual de otros precedentes, es el volumen de población y de bienes que producimos; hoy producimos una cantidad de artefactos que es diez veces mayor que el que produce la naturaleza, somos una fuerza geológica que no tiene parangón con el resto de las especies, y esto tiene una parte positiva para nosotros, ya que podemos hacer prácticamente lo que queramos, gracias a nuestra flexibilidad y capacidad de innovación. Paradójicamente, los valores y los sistemas que nos gobiernan no han cambiado con la misma facilidad, ni están preparados para resolver los problemas que enfrentamos. Vivimos en un mundo en el que la desigualdad aumenta, y en el que conflicto sigue estando presente, aunque no con la intensidad que padecimos a mediados de los 2000. La geopolítica, no nos engañemos, quizá ha cambiado de apariencia, pero sigue estando al mando y va de la mano del poder, poniendo de relieve la limitada competencia de los procesos locales para abordar, no solo las cuestiones locales, sino también las cuestiones regionales y globales. Tuvimos un ejemplo clarísimo durante la COVID-19, que fue una llamada de atención tanto para los ciudadanos como para los estados. Me gusta recordar que en muchas ocasiones los gobiernos locales tuvieron un mejor comportamiento que la mayoría de los gobiernos nacionales, porque los primeros estaban en contacto directo con el terreno, con los ciudadanos y eran más capaces de pensar de manera holística. En la lucha contra la COVID se compartieron metodologías y paradigmas que se replicaron con éxito en otros muchos contextos diferentes, y creo que eso fue un muy buen aprendizaje, que nos ayudó a encontrar soluciones innovadoras. Sin embargo, la pandemia fue también un ejemplo de cómo la geopolítica siguió jugando sus cartas y quedó a la vista de todos el acceso desigual a las vacunas y los límites de la solidaridad. Para mí, ese patrón de conducta nos puede servir de ejemplo para entender mejor cómo podemos luchar contra la crisis climática. Es por eso que digo que el desafío está en nuestras manos, en nuestra imaginación y en nuestra voluntad para tratar de abordar los problemas globales a través de los foros más adecuados y que permitan garantizar una acción más efectiva. No me cansaré de denunciar que hay algunos sistemas de la economía o de la política global que no se ciñen a ningún sistema de gobernanza, por ejemplo, el sistema financiero global, donde se han hecho grandes esfuerzos, pero sin resultados. La realidad es que hoy en día, un gran número de personas en muchos países necesitan fondos para cubrir sus derechos más básicos, como la educación, la mejora de la atención médica y, en definitiva, para mejorar la calidad de vida en las ciudades. No se trata de cantidades estratosféricas si las comparamos con las grandes cifras globales de otras aventuras. No podemos excusarnos en la geopolítica ni en las tensiones políticas globales para pasar por alto derechos y conquistas básicas como la sanidad, la educación, el acceso al agua, etcétera. No se puede seguir alimentando a una economía global productiva que prefiere ignorar los retos que nos aguardan, ya que, de hacerlo, las desigualdades van a crecer más y la pobreza, que está resurgiendo también en el Norte Global, se va a extender de un modo difícil de concebir hace tan solo una década. Es inaceptable que no afrontemos esta realidad con los recursos y la tecnología que, afortunadamente, hoy tenemos a nuestro alcance. Me parece lamentable que sabiendo lo que sabemos de lo que nos depara el futuro, no se tomen cartas. Es inexcusable que cambiemos nuestro estilo de vida y nuestro comportamiento, y dejemos estas cuestiones tan importantes a merced de la competencia, entre países, empresas, o incluso entre municipios. La respuesta debe ser colectiva, no fragmentada, porque solamente en la solidaridad podremos encontrar las respuestas colectivas a estos retos tan acuciantes.
RM: Quizá entonces, en lugar de llenar titulares con el citado «regreso de la geopolítica» deberíamos hablar en su lugar del retorno de la pobreza, que, como bien dice, está regresando a lugares donde había desaparecido y lo está haciendo con fuerza...
AR: Desafortunadamente es así, es una tragedia. No olvidemos que en el resto del mundo además de la crisis climática tenemos también que lidiar con la pobreza y las desigualdades.
RM: Muchas gracias, Aromar Revi, por su tiempo y por su exhaustivo análisis de la geopolítica del cambio climático y el desempeño de las ciudades en la gestión de esta cuestión, que tanto nos afecta a nivel local. Espero que tengamos más ocasiones de seguir profundizando en estos temas, y por supuesto, estaremos atentos a la publicación del informe especial sobre el cambio climático y las ciudades.
AR: Muchas gracias, Ricardo, ha sido un placer.