Apuntes | La UE y la geopolítica del cambio climático: entre la autonomía estratégica y las nuevas alianzas globales
La crisis climática se ha convertido en un perturbador sistémico: reconfigura los ecosistemas, las trayectorias económicas y los alineamientos geopolíticos. En un orden mundial cada vez más fracturado, la UE se enfrenta a una doble vulnerabilidad: la exposición al impacto creciente del cambio climático dentro de sus propias fronteras y una progresiva dependencia estratégica en los productos, tecnologías y materiales que posibilitan la transición ecológica. Ambas vulnerabilidades están profundamente conectadas entre sí y son en esencia geopolíticas. De ahí que la capacidad de la UE para mantener su influencia estratégica dependa de una acción coherente y creíble, dentro y fuera de sus fronteras.
Muchos de los retos más acuciantes a los que se enfrenta Europa en materia de política exterior se ven cada vez más condicionados por la intersección entre cambio climático, sistemas energéticos y escasez de recursos.
Para la UE, que ha construido su identidad estratégica sobre la base del multilateralismo basado en normas, los cambios geopolíticos que operan hoy representan un desafío estructural (véase por ejemplo Scott Moore, «Climate Action in the Age of Great Power Rivalry». Kleinman Center Policy for Energy Policy, 9 de octubre de 2024). La UE debe posicionarse no solo como una potencia normativa, sino como un actor geopolítico eficaz.
Riesgo climático y seguridad
La credibilidad geopolítica de Europa depende en buena medida de su capacidad para demostrar resiliencia dentro de sus propias fronteras. Esto, a su vez, requiere una comprensión sistémica del riesgo climático, reconociendo las interconexiones entre el sistema climático, la sociedad y nuestro entorno construido e infraestructuras. La UE ya está experimentando en primera línea la perturbación climática. Los últimos años han estado marcados por eventos climáticos extremos sin precedentes, que multiplican la presión sobre la agricultura, la seguridad hídrica y la infraestructura urbana.
Ya no es viable compartimentar las políticas de adaptación, las energéticas y las de seguridad. El riesgo climático y la seguridad deben abordarse a través de una resiliencia integrada, que contemple que los impactos físicos se suceden a través de los sistemas energéticos, las cadenas de suministro y las sociedades, sin perder de vista cómo las respuestas institucionales dan forma a la confianza pública.
La seguridad energética a largo plazo de la UE depende de la aceleración de la implantación de las energías renovables, la mejora de las infraestructuras y la integración de la resiliencia en el diseño y la planificación del mercado de la energía. Recientemente, la militarización de las exportaciones rusas de combustibles fósiles a la UE subrayó la necesidad de tener soberanía energética como un imperativo de crecimiento limpio. Otros sucesos recientes, como el apagón que afectó a la península Ibérica en mayo de 2025 mostraron la importancia de la flexibilidad de la red, la coordinación transfronteriza y del diseño de sistemas inteligentes. No obstante, los avances de los estados miembros siguen siendo desiguales; menos de la mitad cuentan con estrategias nacionales globales sobre riesgo climático, y entre ellos, difiere enormemente el nivel de desarrollo de capacidades críticas, como infraestructuras resilientes ante el calor, la gobernanza del agua o los sistemas públicos de alerta temprana.
La carrera por la tecnología limpia
Si bien la gestión de la propia resiliencia es fundamental, la influencia internacional de Europa dependerá cada vez más de cómo se posicione en la carrera mundial por la tecnología limpia y de su capacidad para dar forma a las normas y colaboraciones en un orden mundial en proceso de descarbonización.
Según los informes de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la UE sigue teniendo una fuerte dependencia de China en componentes críticos para la transición energética. A nivel mundial, más del 90% de las tierras raras, alrededor del 80% de la fabricación de paneles solares y una buena parte de las cadenas de valor de las baterías están controladas o influenciadas por empresas chinas. En Estados Unidos, la anterior Administración Biden promulgó la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por su sigla en inglés), que dedicó miles de millones de dólares a subvenciones que captaron inversiones en tecnología limpia que, de otro modo, habrían aterrizado en Europa. La UE ha respondido con el Plan Industrial del Pacto Verde, la Ley sobre la industria de cero emisiones netas y una nueva agenda de competitividad, basada en el informe de alto nivel sobre el futuro de la competitividad de la UE, también conocido como «Informe Draghi». Sin embargo, las lagunas en la coordinación y la fragmentación financiera siguen socavando la velocidad y la escala de la respuesta industrial de la UE.
En lo que queda de esta década, Europa deberá establecer rápidamente nuevas cadenas de valor de tecnología limpia a través de la minería, la fabricación y la innovación, en lugar de limitarse a competir en materia de subsidios. Y esto implica invertir en extracción y procesamiento dentro de sus fronteras, al tiempo que se remodelan los modelos de comercio y cooperación. La UE debe colaborar asimismo con sus vecinos y aliados mundiales para invertir conjuntamente en infraestructuras, integrar las cadenas de suministro y apoyar la creación de valor local en consonancia con normas éticas. De este modo, la UE podrá promover objetivos compartidos de descarbonización y potenciar la estabilidad exterior.
No hacerlo supone un riesgo tanto geopolítico como económico. Sin un acceso diversificado a tecnología limpia, la UE puede quedarse rezagada, y esto afectaría no solo a los objetivos climáticos y la resiliencia, sino también al empleo, la competitividad, el crecimiento y su influencia en las normas mundiales.
Geopolítica climática y alianzas globales
Más allá de sus fronteras, la UE se enfrenta a un panorama geopolítico cada vez más controvertido. De un lado, está la competencia entre China y Estados Unidos para modelar las reglas y rutas de las próximas décadas, del otro lado, la multipolaridad que caracteriza claramente al orden global emergente. En este contexto, las economías emergentes y en desarrollo se vuelven cruciales para la búsqueda de influencia. Concretamente China está consolidando su influencia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (en inglés, BRI) y su estrategia de cooperación Sur-Sur, que se ha visto favorecida por el colapso de la financiación estadounidense para el clima y el desarrollo, y por la pobre credibilidad de la UE en el Sur Global debido a la falta de coherencia en la financiación climática y el desigual acceso a las vacunas contra la COVID-19. Y también por unas relaciones comerciales asimétricas y proteccionistas, que a ojos de sus críticos, se han reforzado con el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM).
Iniciativas como Global Gateway o las Asociaciones para un Comercio y una Inversión Sostenibles (en inglés, CTIPs) buscan reformular las cadenas de valor y apoyar transiciones acordes con los intereses europeos. Sin embargo, en sus mismas palabras, la movilización de la financiación ha sido lenta, los mecanismos de gobernanza poco claros y la coordinación con los socios, insuficiente (véase Comisión Europea, Final Report to the European Commission on Scaling Up Sustainable Finance, 2023).
En un mundo multipolar, las colaboraciones que establezca Europa deben basarse en la prosperidad compartida, no en la dependencia. Los países socios buscan cada vez más una agencia estratégica, oportunidades industriales y la copropiedad en la configuración de la transición. Si la UE quiere seguir siendo relevante en este reajuste geopolítico debe ofrecer algo más que un liderazgo retórico.
Autonomía estratégica a través de asociaciones estratégicas
Tradicionalmente se ha entendido la autonomía estratégica como la capacidad de la UE para actuar con independencia en materia de defensa y política exterior. En el contexto de la crisis climática y la transición ecológica, esto se traduce en una interdependencia resiliente, es decir, en establecer vínculos sólidos y recíprocos con aliados y socios clave que reduzcan las dependencias concentradas y, al mismo tiempo, mejoren la resiliencia colectiva y pongan en valor las fortalezas europeas –como la innovación tecnológica, el poder regulador y los estándares de sostenibilidad–.
Esto podría incluir, en primer lugar, forjar asociaciones estratégicas de transición limpia con economías emergentes que integren la estrategia industrial para una transición limpia con infraestructuras de adaptación al cambio climático y de resiliencia, ofreciendo la creación conjunta de valor y la armonización a largo plazo con las ambiciones de los socios. En segundo lugar, la institucionalización de la diplomacia de la cadena de valor, es decir, diversificar las cadenas de suministro de minerales críticos y tecnologías limpias mediante el comercio, la inversión y las herramientas reguladoras de la UE, centrándose en países con ideas afines y estratégicamente ubicados; así como invertir en el procesamiento de minerales, el montaje de baterías y otras etapas industriales en países socios y no solo en la extracción de materias primas. Asimismo, debería englobar el liderazgo de plataformas plurilaterales para la financiación climática y el apoyo técnico a las prioridades nacionales, reduciendo el riesgo del capital y escalando las tecnologías de próxima generación a través de las fronteras. Por último, debería sumar la elaboración de normas y marcos comunes, mediante la colaboración con socios ‒y potencialmente con bloques regionales como la Unión Africana y la ASEAN‒ a fin de crear conjuntamente normas y marcos de gobernanza para la transición ecológica.
La madurez estratégica de la geopolítica climática implica dejar atrás la gestión reactiva de las crisis para abrazar una gobernanza anticipatoria. Esto requiere que la resiliencia climática se integre en la política de seguridad, que la política industrial se integre en la diplomacia y que se creen conjuntamente, además, nuevas reglas internacionales dentro de una alianza más amplia de actores.
La relevancia internacional de Europa frente al desafío de la crisis climática se medirá, no solo por la reducción de sus emisiones o por su fortaleza normativa, sino por su capacidad de liderar una transformación mundial de la que otros quieran formar parte.