Apuntes | La financiación de la transición verde en una era de emergencia y fragmentación

Anuario Internacional CIDOB 2026
Fecha de publicación: 11/2025
Autor:
Kirsten Dunlop, jefa ejecutiva de Climate-KIC*
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A las puertas de una nueva era económica, la llamada «transición ecológica» requiere un cálculo sistémico de cómo organizamos nuestras economías, cómo asignamos nuestros recursos y cómo nos cuidamos unos a otros y a nuestro planeta. En juego está nuestra capacidad colectiva para renovar los sistemas políticos, financieros y culturales lo suficientemente rápido como para permanecer dentro de los límites planetarios, al tiempo que preservamos la justicia, la estabilidad y la paz. La financiación de esta transición no puede entenderse solo como una simple asignación de recursos. Por consiguiente, no se trata de pensar cómo financiar la transición ecológica, sino qué tipo de sistema financiero ‒y, por extensión, qué tipo de economía y sociedad‒ estamos creando.

La transición ecológica en medio de los cambios geoeconómicos

El cambio climático es un agente activo que remodela, tácitamente cuando menos –si no explícitamente–, las narrativas sobre comercio, seguridad y desarrollo. Con China a la cabeza en el camino para lograr la neutralidad climática y, del otro lado, el Pacto Verde Europeo y los efectos en curso de la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos (IRA), aunque de manera no oficial, la carrera por el control de las cadenas de valor sustentables ‒materias primas, tecnologías y talento‒ se está intensificando. Estas dinámicas exigen que la financiación de la transición se contemple como una empresa geopolítica, ética y existencial. 

Financiación sistémica para un cambio transformador

Para obtener una renovación sistémica hay que dejar de invertir en las causas sistémicas del colapso ambiental y social, e invertir en modelos regenerativos. Una de las innovaciones más necesarias es la financiación mediante una cartera de inversión sistémica y de base local, para apoyar soluciones múltiples en ciudades, regiones o cadenas de valor. 

La financiación mediante cartera de inversión podría acelerar la renovación de los instrumentos financieros y las instituciones, por ejemplo, hacia clases de activos múltiples, bonos urbanos o biorregionales o, mejor aún, nuevas clases de activos que dirijan la inversión a la naturaleza interconectada, compleja y adaptativa de las soluciones y transiciones. Por ejemplo, invertir en «viviendas regenerativas» que permitan un aire más limpio, la restauración del medio ambiente, un uso energético con cero emisiones y resultados positivos para la salud.

En este contexto, las Instituciones vertebradoras del sistema financiero desempeñan un papel fundamental. Se trata de instituciones que garantizan la conexión de los flujos de capital, las redes de actores y los marcos de gobernanza, permitiendo mecanismos de financiación que facilitan los procesos de transformación. Esto incluye el uso de condicionalidades e incentivos alineados tanto en la inversión pública como privada, para incorporar criterios ambientales y sociales en la toma de decisiones. También implica reforzar la contratación pública verde y cerrar los vacíos legales para evitar que productos y prácticas no sostenibles puedan acceder a los mercados públicos. Cabría recurrir a herramientas como los Compromisos Anticipados de Mercado (CAM) y otros instrumentos relativos a la demanda, a fin de crear mercados líderes para productos y servicios sostenibles, proporcionando seguridad y escala a la innovación. La contratación ecológica, los CAM y la inversión sistémica combinados crearían el impulso de mercado necesario para que las soluciones emergentes maduren y prosperen.

También la política fiscal debe desempeñar un papel más activo. Hay que repensar la fiscalidad. En los sistemas actuales, gravamos los puestos de trabajo, pero dejamos la destrucción de recursos en gran medida libre de impuestos. Esta inversión socava la circularidad y refuerza la externalización. En su lugar, debemos recompensar la eficiencia material, la durabilidad y la reparación, y penalizar el desgaste, los residuos y las emisiones (véase «Systems Transformations Hub Policy Brief 2: Building a Secure and Thriving Europe: a systems approach to the 2024-2029 EU Strategic Agenda», Bruselas, 1 de diciembre de 2024). Impuestos sobre el carbono, la contaminación y la extracción de recursos darían un vuelco a los incentivos en la economía, aumentando los ingresos y enviando, a la vez, señales claras a inversores y consumidores. Estas reformas deben ir acompañadas de inversión y mecanismos redistributivos en vías de transición para garantizar la equidad y la aceptación social.

En el contexto de la transición ecológica, tienen sentido principios similares a los defendidos por John Maynard Keynes en su libro de 1940 How to Pay for the War (Cómo pagar la guerra): un uso bien calibrado de una fiscalidad progresiva, inversión pública y medidas de redistribución de la riqueza pueden financiar la transformación sin desestabilizar los fundamentos económicos. La insistencia de Keynes en la equidad, la claridad de propósito y la planificación estratégica sigue siendo fundamental en una era amenazada por el colapso ecológico. 

El costo de la inacción no es cero. Una falta de inversión en la transición ecológica hoy nos conducirá a una espiral de costes más adelante. Para evitarlos, es necesario un cambio cultural en las finanzas: pasar de la eficiencia a la resiliencia, de la competencia a la cooperación y de la extracción a la regeneración. 

Desde la perspectiva de los sistemas financieros, el Consejo de Estabilidad Financiera (CEF) tiene en esta cuestión un papel potencial aún no explorado. Si el CEF diera reconocimiento a las implicaciones de los riesgos sistémicos a los que nos enfrentamos e introdujera requisitos de condicionalidad e intervención para los sistemas de aprovisionamiento de importancia sistémica (como sistemas alimentarios, de agua y energía), se les daría, a las instituciones financieras y los gobiernos que las respaldan, el rumbo que necesitan para mover capital de manera más decisiva.

Infraestructura para una economía viva

Para financiar la transición ecológica a escala también debemos preguntarnos: ¿qué estamos construyendo? No solo en términos de infraestructura física ‒redes de energía, edificios, transporte‒, sino también institucional: políticas, formas de medir y modelos de gobernanza que permitan que surja y prospere una economía justa y sostenible.

Hay que volver a pensar los procesos presupuestarios e incluir en ellos la resiliencia climática. Necesitamos taxonomías alineadas con el clima que vayan más allá del carbono, a fin de incluir la justicia social, la biodiversidad y la circularidad. Es preciso lograr acuerdos internacionales que permitan una inversión coordinada en bienes públicos globales, desde la descarbonización hasta la protección de los océanos, y una gobernanza que sea integrativa y plural. Y requerimos, finalmente, instituciones locales de referencia (ciudades, universidades, cooperativas) que puedan traducir estas ambiciones en acciones específicas para cada lugar.

Los futuros de la guerra y el precio de la paz

La crisis climática también es una crisis de seguridad, como en la actualidad se hace aterradoramente evidente. Pero la propia guerra es también un riesgo climático, tanto en su huella de carbono como por la desestabilización política que desencadena. Como hemos visto en Ucrania, los conflictos afectan a las transiciones energéticas, las cadenas de suministro y la cooperación, al tiempo que estimulan la innovación y la aceleración en determinados sectores. El futuro de la guerra podría estar cada vez más relacionado con la cuestión ecológica: luchas en torno al colapso de los ecosistemas, a través de tácticas asimétricas dirigidas a infraestructuras o a través de la cibermanipulación de los sistemas energéticos y alimentarios mediante IA. En este sentido, la financiación de la transición ecológica es un imperativo de seguridad. Invertir en sistemas energéticos resilientes, agricultura resiliente al clima y gobernanza equitativa es invertir en paz. En última instancia, financiar la transición ecológica implica preguntarnos qué valoramos y cómo lo medimos. El PIB, el valor de los accionistas y los rendimientos trimestrales son indicadores insuficientes para un mundo ecológicamente desbordado. Necesitamos nuevas formas de medir y nuevas herramientas de trazabilidad y recompensa. 

La incómoda verdad es que no falta capital para hacer lo que hay que hacer; lo que hace falta es una alineación de propósitos. Se siguen invirtiendo grandes sumas en una dirección que afianza el statu quo: con una elevada huella de carbono, frágil y extractiva.  La tarea que llevar a cabo consiste no tanto en encontrar nuevos fondos como en reorientar los flujos de capital existentes. La innovación en la financiación puede desempeñar un papel catalizador: desde los bonos verdes y la financiación combinada hasta los fondos de transición de base local y los modelos de financiación regenerativa. La transición ecológica es la condición fundamental para la continuidad de la vida económica y social.

Esto implica rediseñar los sistemas financieros para incorporar la direccionalidad y la rendición de cuentas. Significa también cambiar las normas fiduciarias para incluir el valor ecológico y social a largo plazo. Significa integrar la transparencia, la condicionalidad y el aprendizaje colectivo en el movimiento de capitales. Y también aferrarse a una visión que vaya más allá de la gestión de riesgos y la corrección del mercado; una visión de prosperidad común dentro de los límites ecológicos. 

La cuestión de la financiación de la transición ecológica emerge, en resumen, no solo como un desafío del capital, sino de la conciencia. Vivimos un momento que reclama honestidad radical y posibilidad generativa. Lo que decidamos financiar ‒y cómo‒ determinará no solo la forma de nuestras economías, sino también el destino de nuestras sociedades. En un mundo fragmentado, las finanzas verdes son el tejido conectivo que puede unir visión y acción, riesgo y resiliencia, y economía y ecología. Es hora de financiar el futuro que realmente queremos. Juntos, con previsión, integridad e imaginación.

* Climate-KIC es una de las principales Comunidades de Conocimiento e Innovación (‘KIC’) sobre el clima en Europa. Fue creada en 2010 por el Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT), un organismo perteneciente a la UE. Para más información: https://www.climate-kic.org/.