Apuntes | China y la acción climática mundial

Anuario Internacional CIDOB_2026
Fecha de publicación: 11/2025
Autor:
Xu Yi-Chong, catedrática en la Escuela de Gobierno y Relaciones Internacionales, Griffith University
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La comunidad internacional acumula mucho retraso en la acción climática necesaria para alcanzar, a mediados de siglo, el cero neto de carbono, según lo previsto en los Acuerdos de París de 2015. Ahora que los científicos advierten que el mundo está al borde de un desastre climático irreversible, el frágil régimen de cooperación climática de las últimas cuatro décadas está más amenazado que nunca. El mismo día en que Donald Trump juraba el cargo de presidente para su segundo mandato, se emitieron órdenes ejecutivas que sacaron a Estados Unidos del Acuerdo de París, bloquearon la energía limpia, promovieron los combustibles fósiles, eliminaron el apoyo a los vehículos eléctricos y cesaron inmediatamente cualquier supuesto compromiso financiero en virtud de los acuerdos internacionales. La idea de que el cambio climático es una «tomadura de pelo» y la energía limpia, una «estafa» para liquidar empleos estadounidenses y hacer rica a China, ha calado entre algunos sectores de las economías avanzadas, impulsada por los aires geopolíticos de oposición al gigante asiático. Asistimos a un llamamiento sin tapujos a «aferrarse» a los pilares energéticos ‒carbón, petróleo y gas natural‒, para salvar puestos de trabajo y garantizar un suministro de electricidad fiable y barato ‒véase, por ejemplo, Kenneth Rapoza, «House Oversight Hearing Slams Inflation Reduction Act, But Ignores China’s Role», Coalition for a Prosperous America, 28 de febrero de 2025‒. China, el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero (GEI) y el mayor productor y consumidor de carbón, es también el mayor inversor, productor y consumidor mundial de casi todas las tecnologías de energía verde. De un modo similar a como la perforación horizontal y la fractura hidráulica permitieron que Estados Unidos pasara de ser importador de petróleo a ser exportador, la innovación en tecnologías de energía verde ha situado a China en la vanguardia de la innovación en energías limpias a escala planetaria. En 2008, China ya generaba un tercio de la energía eólica mundial, una cuarta parte de su capacidad solar, y acogía seis de los diez principales fabricantes de paneles solares y cuatro de los diez de turbinas eólicas. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ‒véase el informe The State of Energy Innovation de abril de 2025‒, China ocupa ahora el primer puesto en patentes de energía y, en 2022, el 95% de estas patentes fueron en tecnología de bajas emisiones. 

Estos desarrollos están impactando en la acción climática y la geopolítica global, y son el fruto de décadas de trabajo. Debido a la gran disponibilidad de carbón en China, su consumo se expandió rápidamente en las últimas cuatro décadas para facilitar el acceso universal a la electricidad y las necesidades imperantes de la industrialización y la urbanización. Sin embargo, en la década de 2010, la contaminación vinculada a la energía puso en peligro el desarrollo y la estabilidad social y política, y se convirtió en una prioridad para las autoridades. No obstante, a pesar de la adopción de la Ley de Energía Renovable en 2005, la acción climática fue lenta, debido en parte al rápido desarrollo económico y social y, por otro lado, a la proliferación de la idea de que el cambio climático estaba siendo utilizado por los países ricos para evitar que China se desarrollara. Sin embargo, en 2012, el gobierno chino fue finalmente capaz de dar «un cambio radical en su modelo de desarrollo» (véase Finamore, B.: Will China Save the Planet? Cambridge: Polity, 2018), al cambiar la narrativa y pasar de acciones climáticas de alto costo a impactar significativamente sobre las cadenas de valor globales, a través de la innovación tecnológica y la implementación de proyectos ligados a la Iniciativa Franja y Ruta (o IFR). Este giro no destronó al rey carbón, pero sí ralentizó el crecimiento de las emisiones de GEI en China y, lo que es más importante, ha situado a China en competencia directa con Estados Unidos y algunos países de la UE.

Para China, pasar de ser espectador a ser actor del cambio climático ha sido un tránsito largo y difícil. Su debut en la escena internacional en este ámbito tuvo lugar en 1991, meses antes de la Cumbre de la Tierra de Río. Decidida a no quedar aislada ‒con el recuerdo reciente de las sanciones que Occidente le impuso tras el desastre de Tiananmén en 1989‒, el Gobierno chino organizó una conferencia de ministros de cuarenta países en desarrollo para desarrollar una estrategia conjunta en la Cumbre de Río, que culminó con la Declaración Ministerial de Beijing sobre Medio Ambiente y DesarrolloMuchos de los principios entonces esbozados serían adoptados posteriormente en la CNUCC de 1992, como el de «responsabilidades comunes pero diferenciadas» o el «derecho al desarrollo». 

La imposibilidad de alcanzar un acuerdo vinculante en la Cumbre del Clima de Copenhague (2009), acercó a la UE y Estados Unidos, y dio señales de la voluntad de China de dar forma a la futura gobernanza mundial del clima. Con vistas a ello, Beijing movilizó recursos, tanto a nivel nacional como en el extranjero, para pasar de ser socio «reticente» a la «parte interesada responsable» que se esperaba de ella, principalmente a través de sus inversiones en infraestructuras en los países en vías de desarrollo a través del Fondo de Desarrollo China-África (2007), el Nuevo Banco de Desarrollo (2014), el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o AIIB (2016) o de la IFR. Si bien a lo largo de este proceso China ha sido acusada de «desafiar las expectativas estadounidenses» y el orden internacional establecido, lo cierto es que como ha señalado el sinólogo Alastair Iain Johnston, el diseño del AIIB y los préstamos de la IFR se ajustan cada vez más a los mismos estándares de evaluación social y ambiental que otras instituciones multilaterales y al comportamiento de «instituciones lucrativas, administradas por banqueros pro-mercado» ‒véase de dicho autor: «China in a World of Orders: Rethinking Compliance and Challenge in Beijing's International Relations». International Security vol. 44, n.º 2 (octubre de 2019)‒. Yendo un paso más allá, en 2021, China anunció que dejaba de financiar proyectos ligados a combustibles fósiles en el extranjero, como consecuencia combinada de la presión internacional, el avance de la tecnología en energía verde y el excedente nacional. De hecho, según el informe China Belt and Road Initiative (BRI) Investment Report 2024, publicado por la Universidad de Fudan, la inversión china en energía en el marco de la IFR se convirtió en 2024 en «la más ecológica en términos absolutos y relativos, con un aumento del 60% respecto a 2023». 

El rápido crecimiento de la tecnología de energía limpia puede ayudar al mundo a cumplir el objetivo de cero emisiones netas de carbono. No obstante, esta es hoy cautiva de la rivalidad entre China y Estados Unidos, y entre China y la UE. En el momento actual, la política climática global no depende tanto del poder blando, en los términos de Joseph Nye, sino de los poderes estructurales que definió Susan Strange: seguridad, producción, finanzas y conocimiento. Los países en desarrollo son víctimas de la competición entre China y el Norte Global. Las economías avanzadas no solo supeditan la transición verde a una determinada interpretación de la seguridad nacional, sino que recortan la financiación a la energía verde del Sur Global, lo que choca con la ambición de China de liderar la acción climática mundial.

No obstante, para muchos países en desarrollo, la notable disminución de los costos en la adopción de estas tecnologías ha sido una gran noticia. Es más, desde 2018, el Sur Global supera a las economías avanzadas en importaciones de sistemas fotovoltaicos chinos; mientras que estas aumentaron globalmente un 10% en 2024, las destinadas a los países del Sur Global se incrementaron un 32%, mientras que las del Norte Global cayeron un 6% (véase Dave Jones y Libby Copsey, «Saudi Arabia’s surprisingly large imports of solar panels from China». Carbon Brief, 31 de marzo de 2025). No obstante, esto no atañe a todo el Sur Global, sino a aquellos países que pueden permitirse promocionar un crecimiento sostenible y resiliente, principalmente de Oriente Medio y América Latina, dejando al margen el África subsahariana.

El desarrollo tecnológico abre numerosas oportunidades para la adopción de medidas climáticas por parte de la comunidad internacional, sin embargo, estas chocan con la geopolítica y las necesidades divergentes del Norte y del Sur, con sus propias lógicas estructurales y capacidades limitadas. Aunque China puede contribuir significativamente a la transición energética verde, los temores a que Beijing lidere este sector generan fricciones con Estados Unidos y algunos países de la UE, y obliga los países en desarrollo a tener que elegir bando. 

Las dinámicas de confrontación con China iniciadas durante el primer mandato de Trump, se consolidaron durante la Administración Biden y se han multiplicado con el regreso de Trump. No es una cuestión ideológica, sino una cuestión de puro poder. Aunque el cambio climático afecta a todos, las políticas excluyentes colocan al mundo entero al borde del conflicto, en lugar de conducir a la cooperación que se requiere para lograr el objetivo de cero emisiones netas. El multilateralismo está siendo desafiado por Estados Unidos, lo que le abre una oportunidad a China para liderar la lucha global contra el cambio climático. 

En abril de 2025, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, expuso las preferencias de China sobre el orden mundial planteando cinco preguntas abiertas: ¿Debemos permitir que el mundo regrese a una jungla sin ley donde el poder es el que rige el derecho? ¿Debemos aceptar que el interés de un solo país prevalezca sobre el bien colectivo del resto? ¿Debemos quedarnos parados ante el ninguneo y atropello de las normas internacionales? ¿Cómo puede una nación defender sus intereses y adoptar compromisos, y desdecirse poco después? Y, finalmente, ¿debemos someternos a una hegemonía unilateral que se empeña en dominar, o debemos forjar un mundo multipolar basado en la igualdad y el orden?» (véase «Chinese Foreign Minister Wang Yi counters U.S. “tariff stick” with five questions», CGTN, 30 de abril de 2025). El viejo sistema está siendo desmantelado mientras que el nuevo orden todavía está por emerger, y China quiere estar en la mesa que decida el nuevo tablero de juego planetario.