Un año de protestas en Serbia: Polarización y geopolítica de equilibrios

Opinión CIDOB nº-854
Protestas estudiantiles en Vrsac, Serbia, febrero de 2025
Fecha de publicación: 11/2025
Autor:
Miguel Roán, director de Balcanismos
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El derrumbe de una marquesina en Novi Sad, en noviembre de 2024, resultó en 16 muertos, y desató protestas masivas contra la corrupción y la negligencia del gobierno serbio. Las movilizaciones, protagonizadas por estudiantes sin filiación partidista, se extendieron por todo el país, revelando la creciente polarización social y el desgaste del Partido Progresista Serbio (SNS) de Aleksandar Vučić. Con apoyo electoral menguante y tensiones internacionales, Serbia afronta un año decisivo entre la presión popular y su incierto rumbo hacia la membresía de la Unión Europea.

El 1 de noviembre de 2024, la tragedia consternó a Serbia: la marquesina de la estación de trenes de Novi Sad se desplomó, cobrándose la vida de 16 personas. En cuestión de días, el dolor se transformó en indignación. Una ola de protestas se extendió por todo el país, denunciando la negligencia y la corrupción del gobierno. El ministro serbio de Construcción, Transportes e Infraestructura, Goran Vesić, presentó su dimisión el 4 de noviembre de 2024, seguido después por la renuncia del primer ministro Miloš Vučević, el 28 de enero de 2025. 

Sin embargo, estas manifestaciones tienen precedentes importantes. Forman parte de un ciclo más amplio que lleva activo desde 2016: una larga cadena de movilizaciones contra la especulación urbanística, la violencia política, las irregularidades electorales y los ataques al medio ambiente. Prácticamente todos los años, sobre todo en Belgrado, las protestas contra el gobierno han ocupado el centro del debate político.

Los estudiantes universitarios son, mayormente, los principales protagonistas de esa nueva fase: las han liderado sin siglas ni liderazgos partidistas, pero con una enorme capacidad de reunión. Las acostumbradas marchas urbanas —en silencio y con silbatos— se transformaron en acciones performativas de largo espectro: ocupación de las universidades, bloqueos, fuerte actividad en redes sociales, discursos y eslóganes esperanzadores, y maratones que han vertebrado la capital serbia con Novi Sad, Kragujevac, Niš, Zrenjanin, Loznica, Kraljevo, Čačak, Užice, Novi Pazar o incluso Estrasburgo, con un activismo desacomplejado y liberado de la resignación y apatía política que se había apoderado de la sociedad civil. Figuras importantes como el tenista Novak Đoković han simpatizado o apoyado las demandas estudiantiles.

El punto álgido llegó el 15 de marzo y el 28 de junio, cuando Belgrado fue escenario de manifestaciones históricas —mayores que las que causaron, el 5 de octubre de 2000, el derrocamiento de Slobodan Milošević—.

Sin embargo, durante este tiempo, la polarización social se ha incrementado y existe una fractura cada vez más grande entre una masa crítica heterogénea —desde la izquierda liberal hasta la extrema derecha—, unida por su rechazo al presidente Aleksandar Vučić, pero también a los seguidores del gobierno, que han participado en contramanifestaciones y que reciben el calificativo de ćaci, una derivación despectiva de la palabra đaci (estudiantes).

Cada vez más analistas ponen el acento en el riesgo de ruptura de la cohesión social. El Gobierno, liderado por el Partido Progresista Serbio (SNS), apenas cuenta con un 30 % de apoyo electoral, pero controla el aparato institucional, dispone de mayoría absoluta en el Parlamento y domina la inmensa mayoría de los medios de comunicación, alineados con el relato oficial.

En cambio, la opinión pública es mayoritariamente crítica con el mandatario serbio. Ya en septiembre de 2024, antes incluso de la tragedia de Novi Sad, el 53 % de los serbios consideraba que «el país iba en la dirección equivocada». Las encuestas más recientes apuntan a que la mayoría social apoya las protestas, y que, de celebrarse elecciones ahora, la Lista de los Estudiantes ganaría al SNS (44% contra 32%). No obstante, esto no implica que la oposición haya consolidado un liderazgo popular ni disfrute de una estructura política capaz de disputar el poder.

La victoria del 8 de junio de 2024 del SNS en las elecciones municipales de Kosjerić y Zaječar demuestra dos cosas: la resiliencia política de Vučić y el arraigo municipal de su partido, sostenido por una extensa red clientelar público-privada de la que carece la oposición. Los estudiantes han venido exigiendo nuevas elecciones pero la renuencia del presidente a adelantarlas (aunque ha declarado que pretende hacerlo), y a pesar de ser su estrategia habitual en esta última década para descabezar a la oposición, hace presumir que el gobierno conoce su debilidad electoral. Serán las elecciones más importantes para el SNS desde su fundación.

En el plano internacional, Serbia ya no está tan aislada como en la época de Milošević. Es candidata a la Unión Europea, tiene acuerdos estratégicos con la Comisión Europea, pero mantiene una política exterior de difíciles pero constantes equilibrios: Vučić ha estrechado lazos económicos y militares con China, y conserva relaciones de amistad con Rusia, a la par que exportó armas a Ucrania por valor de 800 millones de euros en 2024. No está alineada con la UE en la política de sanciones a Moscú, y rechaza cualquier ingreso en la OTAN, pero colabora con ella en diferentes frentes.

Pese a esta ambigüedad, la Comisión Europea ha mantenido una posición tibia con respecto a Belgrado, aunque sus informes constatan la falta de progresos en cuanto a las reformas del Estado de derecho, el retroceso democrático y en materia de protección de derechos fundamentales, la situación comprometida de la libertad de prensa y reconocen que el país no está plenamente alineado con Bruselas. En cualquier caso, la UE todavía no tiene un interlocutor en la oposición serbia con el que interactuar y la alternativa política no está suficientemente definida. 

El Parlamento Europeo, en cambio, ha sido más contundente: en una resolución del 22 de octubre, aprobada con 457 votos a favor, 103 en contra y 72 abstenciones, afirmaba que «el liderazgo serbio es políticamente responsable de la escalada de la represión, la normalización de la violencia y el debilitamiento de la democracia en el país».

Serbia practica un malabarismo geopolítico que procura rentabilizar el vínculo diplomático con todas las potencias, sin una promesa de adhesión a la UE y con la capacidad de tensionar los Balcanes occidentales, a través de la movilización del nacionalismo serbio en Bosnia y Herzegovina, Kosovo o Montenegro. Mientras tanto, apenas entre un 30% y un 40% de la opinión pública serbia apoya el ingreso en el club europeo, con una corriente rusófila muy naturalizada en el sentir general.

Entre el desencanto interno y las complicadas oscilaciones en política exterior, Serbia vivirá un próximo año convulso, en el que el Gobierno procurará presentarse como factor de (in)estabilidad nacional e internacional y la oposición intentará mantener los ánimos de relevo político al alza.

Palabras clave:  Serbia, protestas, Novi Sad, polarización, geopolitica, Vučić, UE, ampliación, Balcanes Occidentales

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E-ISSN 2014-0843