La manera como los gobiernos y las sociedades lidian con la desinformación también tiene efectos sobre la salud de las democracias. ¿Cómo se puede reducir el impacto de la desinformación? ¿Cómo conseguir sociedades más resilientes? ¿Qué papel y qué responsabilidad tienen los medios de comunicación y las redes sociales? ¿Qué medidas se han tomado hasta ahora para combatir la desinformación? Y, ¿con qué resultados?
Internet es hoy un territorio fragmentado. La red es un espacio de confrontación geopolítica y desinformación, de choque de relatos y silos de supuestas verdades contrapuestas. La interconexión digital permite que la información circule a una velocidad mayor que la capacidad humana para procesarla, y esta superabundancia de contenidos, que alimentan la conversación pública en línea, ha cambiado nuestra relación con la verdad.
La mentira está ahí, en el debate público y en el repertorio político-mediático, porque los bulos ya existían antes de Twitter, pero hoy su capacidad de penetración se ha multiplicado, no solo por la potencia amplificadora de las redes sociales, sino por la predisposición de muchos usuarios a creérselos y compartirlos.
El “desorden informativo” tiene su propia multiplicidad: desinformación, noticias falsas, descontextualizaciones, filtraciones interesadas, mala praxis, líneas difusas entre información y opinión, o entre lo esencial y lo anecdótico. Todo puede contribuir en grados diversos e intencionalidades distintas a la confusión. En definitiva, una disparidad de elementos contribuye a las percepciones erróneas entre aquellos incapaces de desenredar la complejidad de nuestra sociedad y que, a través de la búsqueda de explicaciones simplificadas –a menudo cargadas de emociones– encuentran la manera de sentirse reconfortados, aceptados, o una vía para la gestión personal de aquello que no pueden entender. Muchas veces, incluso, la desinformación ni siquiera busca convencer, tan solo enfatizar divisiones o erosionar consensos o principios compartidos.
Para un debate público de calidad, debemos poder estar seguros de la veracidad de la información que recibimos o, de lo contrario, no tendremos una verdadera discusión democrática. Pero, la manera como los gobiernos y las sociedades lidian con la desinformación también tiene efectos sobre la salud de las democracias. ¿Cómo se puede reducir el impacto de la desinformación? ¿Cómo conseguir sociedades más resilientes? ¿Qué papel y qué responsabilidad tienen los medios de comunicación y las redes sociales? ¿Qué medidas se han tomado hasta ahora para combatir la desinformación? Y, ¿con qué resultados?