Introducción. Asia en transición: más allá de la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China

Revista CIDOB d'Afers Internacionals, 141
Data de publicació: 12/2025
Autor:
Pablo Pareja Alcaraz e Inés Arco Escriche
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Pablo Pareja Alcaraz, profesor agregado Serra Húnter de Relaciones Internacionales, Universitat Pompeu Fabra. pablo.pareja@upf.edu. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9267-8211 

Inés Arco Escriche, investigadora, CIDOB. iarco@cidob.org. ORCID: https://orcid.org/0009-0000-0761-4644 

Este artículo introductorio plantea la necesidad de comprender las dinámicas regionales en Asia desde una perspectiva que trascienda la tradicional rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China. Para ello, cuestiona la literatura que limita el análisis de esta área geográfica a perspectivas realistas y liberales institucionalistas, e identifica sus sesgos materialistas, eurocéntricos y binarios. Tras la revisión de la evolución y los principales pilares del orden regional asiático, se argumenta que Asia se encuentra en un proceso de transformación que muestra un sistema regional complejo, abierto y plural, caracterizado por nuevas dinámicas de competencia, cooperación multilateral y autonomía estratégica. El artículo, asimismo, introduce los artículos que componen este monográfico, los cuales ponen el foco en las estrategias y agencia de actores clave como Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas y ASEAN.

Asia y los límites de la rivalidad hegemónica 

Durante décadas, las aproximaciones teóricas dominantes de las relaciones internacionales han afianzado los conceptos de «rivalidad hegemónica» (Weede, 1999; Beeson, 2009) y «competencia estratégica» (Allison, 2021; Winkler, 2023) como uno de los pilares esenciales para explicar el funcionamiento y el desarrollo de las relaciones internacionales asiáticas. Especialmente desde el realismo y el institucionalismo liberal, no son pocos los autores que han proyectado una imagen de Asia como un escenario anárquico en el que la rivalidad entre los dos actores más influyentes, es decir, Estados Unidos y la República Popular China (en adelante, China), ha condicionado profundamente las dinámicas regionales y ha absorbido casi todo el oxígeno de este espacio geográfico, dejando apenas margen de actuación a los demás estados (Friedberg, 2000; Mearsheimer, 2010; Ikenberry, 2013). La mayoría de analistas y expertos ha reconocido el carácter diferencial y singular de cada una de las dos superpotencias (Owen, 2021), pero también ha puesto el acento en algunos elementos compartidos (Loke, 2021): el deseo evidente de controlar los recursos naturales de la región o de obtener derechos preferentes para su explotación; la desconfianza mutua que, pese a crear oportunidades de cooperación en ciertas áreas de forma puntual, ha derivado en una rivalidad persistente; y la concepción de Asia como escenario clave para sus aspiraciones hegemónicas globales debido a la creciente centralidad de esta región en el mundo. En paralelo, muchos trabajos han distinguido entre la mayor capacidad de maniobra de potencias de la región –como Rusia, India o Japón– frente a las limitaciones para decidir de manera autónoma que afrontan las potencias medias o pequeñas como, por ejemplo, Corea del Sur y los países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) (Roberts y Bano, 2023; Li, 2025). 

En los últimos años, este marco explicativo ha puesto el foco en el avance de dos imaginarios y macroiniciativas que, con algunas excepciones, han sido presentados como propuestas excluyentes y (casi) antagónicas (Insisa y Pugliese, 2022). La primera de ellas gira en torno al concepto del «Indopacífico» y alude tanto a un amplio espacio geográfico que conecta los océanos Índico y Pacífico, como a un marco referencial que defiende los principios e instituciones fundamentales del orden internacional liberal. Esta iniciativa es impulsada por diversos actores regionales y extrarregionales, entre los que se incluyen Estados Unidos, Australia, la India, Japón y la Unión Europea (UE). En tanto que un concepto todavía algo difuso, cada uno de estos actores sostiene una imagen particular del «Indopacífico» y de sus implicaciones, pero todos ellos lo han incorporado a sus discursos y lo reivindican en diferentes foros (Pugliese, 2024; Liu, en este volumen). La conexión de esta iniciativa con la más asentada noción de «Asia-Pacífico» es manifiesta, aunque sus defensores ven en esta última una versión menos hegemónica, más abierta y sensible a las diferentes idiosincrasias de la región y, con ello, un proyecto estratégico con una mayor capacidad de atracción entre los países asiáticos (Moon, 2023; Goh, 2023). La segunda macropropuesta se construye sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) anunciada por el presidente chino Xi Jinping en 2013 y que incluye tanto un plan de desarrollo de infraestructuras que atraviesan Eurasia (y que van más allá), como un nuevo marco de cooperación entre Beijing y las capitales de los países implicados. Además de China, se han sumado a esta propuesta diversos países asiáticos como Pakistán, Indonesia, Tailandia, Malasia, Vietnam, Bangladesh, Kazajstán y Uzbekistán. Si bien las autoridades chinas han defendido en numerosas ocasiones que esta iniciativa no busca contraponerse al orden liberal, su inclusión en la Constitución de la República Popular China en 2017, su alcance intercontinental y los enormes recursos destinados por el gigante asiático en los últimos años no han pasado desapercibidos para muchos analistas, que ven en ella una suerte de orden difuso alternativo (Callahan, 2016; Curtis y Klaus, 2024). 

Ciertamente, la atención a estas dos macroiniciativas ha permitido superar algunas de las limitaciones tradicionales de las aproximaciones realistas e institucionalistas a Asia –sobre todo aquellas relacionadas con la escasa atención a las ideas, los procesos relacionales y discursivos, la influencia normativa y la legitimidad–. Con todo, en nuestra opinión, la gran mayoría de trabajos sigue arrastrando algunos problemas teóricos que impiden capturar la diversidad de factores y actores que interactúan en la definición de las realidades asiáticas y que, por extensión, dificultan la formulación de explicaciones comprehensivas. Entre estos problemas destacan principalmente tres. En primer lugar, estas visiones sufren de un marcado determinismo materialista y estructural que reduce las dinámicas regionales a una lucha inevitable por el poder y los recursos, marginando así las dimensiones social, ideacional y cultural que, como también ocurre en otras regiones, definen las identidades y las motivaciones de los distintos actores asiáticos. Al ignorar las construcciones sociales que contribuyen a moldear las percepciones, los intereses y los discursos de los diversos países asiáticos, estas aproximaciones ofrecen unas explicaciones irremediablemente simplistas. 

En segundo lugar, las aproximaciones realistas e institucionalistas se ven impregnadas con mucha frecuencia de un profundo eurocentrismo, propugnando una narrativa occidental de centro-periferia que, por un lado, relega a Asia a la condición de escenario de poder en disputa entre las superpotencias y, por otro, niega o relega a un plano marginal las perspectivas asiáticas de autonomía, su historia o las prácticas normativas autóctonas (Kang, 2003). De nuevo, al ser incapaces de incorporar marcos culturales alternativos o instituciones inspiradas en prácticas y experiencias históricas regionales, estas aproximaciones desdibujan o europeízan la visión de Asia, impidiendo así una comprensión profunda de este espacio. 

Por último, en tercer lugar, el grueso de los trabajos realistas e institucionalistas que emplean la rivalidad hegemónica como principal parámetro explicativo de Asia sostienen una lógica binaria que únicamente reconoce el papel de las superpotencias y oculta los intereses, agendas y acciones de una pluralidad de actores que, como Japón, Corea del Sur, la India o Indonesia, juegan un activo papel en la configuración de las dinámicas regionales y globales. Quizá no todos, pero una buena parte de los estados asiáticos no son meros testigos pasivos de la rivalidad entre Estados Unidos y China, y casi todos ellos defienden activamente su papel, sus alianzas y sus propias visiones del orden regional (Bajpai y Laksmana, 2023). Dicho de otro modo: la lógica binaria oscurece la multiplicidad de interacciones existentes en la región –que no son solo radiales en torno a dos centros– y la variedad de formas de gobernanza emergentes. En paralelo, el binarismo resulta igualmente problemático por su capacidad para excluir fenómenos como la coexistencia, la ambigüedad estratégica o la construcción conjunta de normas que están redefiniendo la región. 

Hacia un orden regional asiático plural y dinámico

El presente monográfico parte de una concepción de Asia como un espacio social e históricamente construido en el que se ha forjado gradualmente un orden regional propio plural, diferenciado del orden internacional liberal, y en constante evolución (Pareja-Alcaraz, 2011; Wirth y Jenne, 2022). Este orden bebe y reconoce la influencia preponderante de Estados Unidos y China sobre este espacio, pero no limita las dinámicas regionales asiáticas a una pugna por la hegemonía entre ambos actores, sino que estas crean espacios para que otros actores defiendan visiones e impulsen estrategias autónomas (Goh, 2013). 

La gradual consolidación de este orden regional –y la de otros órdenes regionales en distintos espacios del planeta– responde fundamentalmente a dos procesos. El primero y más destacado es el impulso del regionalismo (Fawcet, 2004; Katzenstein, 2005). Por un lado, este ha incrementado la frecuencia y la intensidad de las interacciones entre los actores de una misma región, reduciendo la desconfianza entre ellos e incentivándoles a explorar nuevas vías e iniciativas para la gestión de los desafíos convencionales y no convencionales a su seguridad. Por otro, el regionalismo ha ofrecido a estos mismos actores un nuevo espacio tanto para la búsqueda de legitimidad como para la expresión de identidades estatales y subestatales (Hurrell y Fawcet, 1995). De ahí que, tal y como ha apuntado Mark Beeson (2005: 969) «una de las características más ampliamente aceptadas y contrarias a la intuición de la era “global” contemporánea sea que posee un claro regusto regional». Ligado al anterior, el segundo proceso consiste en el gradual ascenso de nuevas potencias regionales, especialmente Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, generalmente conocidas como los BRICS. La creciente influencia de estas potencias no ha desplazado a Estados Unidos de su posición dominante ni se ha traducido en un cambio del orden liderado por él, pero sí ha incentivado las dinámicas regionalistas y, con ello, ha promovido la construcción y/o consolidación de distintos órdenes regionale1.

El proceso de construcción del orden regional contemporáneo debe buscarse en Asia Oriental, y puede desglosarse en tres etapas que, pese a la existencia de algunos solapamientos, se suceden en el tiempo. En esencia, el origen de este orden regional se encuentra en la voluntad de Estados Unidos y la entonces Unión Soviética de frenar el proyecto expansionista de Japón a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado, pero también en la voluntad de ambas superpotencias de incrementar sus respectivas áreas de influencia y la consiguiente necesidad de articular alianzas, normas e instituciones aceptadas por los principales actores de la región para conseguirlo (Yahuda, 1996). 

La primera etapa, de gestación, comenzó en diciembre de 1941, como consecuencia de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial tras el ataque japonés sobre su base militar de Pearl Harbour, y concluyó en marzo de 1955 con su ratificación del tratado bilateral de defensa mutua con la República de China (a continuación, Taiwán). Este intervalo de casi 15 años fue testigo de la definición de las características esenciales del nuevo orden regional, así como del diseño de sus componentes básicos. En un contexto marcado por la emergencia de la Guerra Fría, los dos principales actores de este proceso fueron Estados Unidos y, en menor medida, la Unión Soviética. No en vano, junto con el proceso de descolonización y la guerra civil china, la confrontación entre ambas superpotencias en diversos escenarios –Japón, la península coreana, Indochina– ejerció un papel determinante en la configuración geopolítica de la región y en la gradual implantación de una concepción rígida del principio de soberanía entre los distintos países de Asia Oriental (Acharya, 2011). Simultáneamente, la estrategia de seguridad desarrollada por Estados Unidos con sus socios en la región (principalmente, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Tailandia, Australia y Nueva Zelanda), habitualmente conocida como el sistema de San Francisco o de hub-and-spokes, sirvió para promover el bilateralismo y el derecho internacional como instituciones fundamentales del orden regional incipiente (Cha, 2010). 

La segunda etapa, de consolidación, tuvo su inicio a finales de marzo de 1955 y se prolongó hasta febrero de 1972, momento en que Washington y Beijing iniciaron formalmente el proceso de normalización diplomática a partir de la visita del presidente Richard Nixon a la capital china y la adopción del primer comunicado de Shanghai. Estados Unidos se mantuvo como el actor más influyente sobre el proceso de construcción del orden regional a lo largo de toda esta etapa, mientras que la Unión Soviética fue perdiendo gradualmente su capacidad para incidir sobre su estructura y contenidos. A través de la renovación de sus acuerdos anteriores y la adopción de otros nuevos con sus aliados, la superpotencia norteamericana contribuyó significativamente al fortalecimiento del bilateralismo y el derecho internacional como instituciones fundamentales de ese nuevo orden regional. Al mismo tiempo, la puesta en marcha de la ASEAN en 1967 y su preferencia por un mecanismo flexible, informal y consensual para la toma de decisiones alentó la implantación de esta norma de justicia procedimental en la base del orden regional de Asia Oriental (Acharya, 1997). En paralelo, se produce el gradual ascenso económico de Japón y el despliegue de un modelo de desarrollo regional escalonado, conocido como «vuelo de las ocas» (flying geese model), que convierte al país nipón en la «oca líder», tanto por su papel como principal inversor en el resto de la región como por su condición de modelo de Estado desarrollista. Ello ayudó a extender una concepción desarrollista del Estado, estableciendo un fuerte vínculo entre su capacidad para promover el desarrollo y su legitimidad como forma de organización política (Stubbs, 2012). 

Finalmente, la tercera etapa, de adaptación, se inició en febrero de 1972 y hasta el día de hoy. En el transcurso de estas más de cinco décadas, Asia Oriental ha asistido al afianzamiento de las bases y las instituciones fundamentales del orden regional. Por un lado, la interpretación rígida del principio de soberanía, la concepción desarrollista del Estado y la norma de justicia procedimental que prima el consenso se han extendido a toda la región y, aún con diferente intensidad, se han asentado entre el conjunto de actores del área. Por otro, el bilateralismo y el derecho internacional han permanecido como las instituciones fundamentales del orden regional, ya no solo en el ámbito de la seguridad, sino también en el económico. Este afianzamiento, sin embargo, no ha impedido que el multilateralismo haya irrumpido con fuerza en Asia Oriental y que se haya postulado como una potencial institución fundamental del orden regional (Ravenhill, 2003). En paralelo, la menor desconfianza entre los actores regionales y su creciente cooperación se ha traducido para Estados Unidos en una gradual pérdida de influencia sobre la evolución de este orden, mientras que la mayor prominencia de actores no estatales ha derivado en la articulación de una «segunda vía» o «vía no oficial» que, sin restar centralidad a los canales oficiales, ha abierto los foros de discusión a instituciones académicas, institutos de investigación o expertos independientes (Job, 2003). En este contexto, si bien la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China ha continuado teniendo una posición primordial en la configuración del orden regional –especialmente tras el aumento de las tensiones con la primera Administración Trump (2017-2020) y la creciente asertividad china en su vecindario–, esta está lejos de ser la única dinámica estructuradora. Al contrario, la actual competencia ha abierto nuevos espacios a los demás países y actores asiáticos para diseñar e impulsar estrategias no solo en respuesta a esta rivalidad, sino también en paralelo o al margen de ella. 

Explicaciones alternativas y otros espacios y estados asiáticos 

Tal y como se ha argumentado, Asia está inmersa en un proceso de renegociación y revisión de los imaginarios regionales en el que se están determinando las fronteras geopolíticas y la participación y exclusión de actores y relaciones, así como la superposición de ciertas dinámicas (Goh, 2023). En este contexto, no resulta sorprendente que muchos de estos países y actores asiáticos hayan expresado su deseo de no tomar partido, lo que les ha permitido dar respuestas más flexibles, selectivas y autónomas a la hora de adaptarse a los cambios regionales y globales. Con diferentes niveles de convicción, muchos de ellos están apostando por estrategias duales que combinan, por un lado, la contestación discreta a las visiones y propuestas lideradas por Estados Unidos y China y, por otro, el impulso de iniciativas autónomas que no se presentan como alternativas, sino como complementarias de este orden (Feigenbaum, 2020). 

En este sentido, no son pocos los países asiáticos que han adoptado nuevos marcos institucionales locales, regionales y multilaterales independientes de las dos grandes potencias. Por un lado, la adopción del Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífica (CPTPP, por sus siglas en inglés), gracias al liderazgo japonés tras el abandono de Washington en 2016, estableció un acuerdo con implicaciones normativas regionales en los regímenes comercial y de inversión al margen de China y Estados Unidos. Por otro lado, en el ámbito local, encontramos ejemplos de nuevas normas y estándares propios, como las políticas de gobernanza de datos de Corea del Sur e India (Grover et al., 2024), que difieren de los de Beijing y Washington, lo que demuestra los límites de difusión de sus propios modelos incluso en sectores centrales de la rivalidad hegemónica. Además, más allá de nuevas instituciones, estos actores también han reforzado sus vínculos con otras potencias, instituciones y organizaciones de la región y de otras partes del Sur Global. En resumen, la pluralidad de estrategias ha contribuido a la diversificación de las alternativas de que disponen los actores asiáticos, al tiempo que ha dado lugar a una mayor complejidad en la dinámica regional. En consecuencia, la región avanza hacia un sistema más complejo, con múltiples actores, factores y cuestiones que apuntan a un escenario más abierto y diverso que el delimitado por el binomio Estados Unidos-China.

Este volumen parte de que el análisis de las relaciones internacionales en Asia exige superar los marcos tradicionales centrados en la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China, especialmente aquellos sustentados en enfoques materialistas y eurocéntricos. Como hemos apuntado, la región asiática se define hoy por la pluralidad de actores, la coexistencia de imaginarios y la creación activa de estructuras propias, donde la flexibilidad, la diversificación y la autonomía estratégica adquieren un protagonismo renovado. Partiendo de estas consideraciones, este volumen monográfico se interroga sobre las siguientes cuestiones: ¿qué estrategias utilizan los diferentes actores regionales para responder, resistir y (re)configurar la rivalidad entre China y Estados Unidos? ¿Qué nuevas dinámicas de diversificación, flexibilidad y alineamiento se observan entre los diferentes países con las potencias regionales y extrarregionales, así como con nuevos actores emergentes como el Sur Global? ¿Qué implicaciones tienen estas nuevas dinámicas para la cooperación y el multilateralismo en la región? Y, finalmente, ¿qué aprendizajes nos ofrecen de las transformaciones regionales más allá de la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China en Asia? 

A partir de estos interrogantes, planteamos un monográfico que sea capaz de ofrecer claves sobre la reestructuración de Asia y, en particular, sobre las estrategias desarrolladas por los países y actores de la región al margen o alrededor de la rivalidad hegemónica que dibujan Estados Unidos y China con ejemplos de dos subregiones: el Noreste y el Sudeste Asiático. Los cinco artículos que lo integran ofrecen evidencia de la agencia de diferentes actores regionales y nacionales a través de los estudios de caso de la ASEAN, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Filipinas –siendo estos cuatro últimos, actores claves en el sistema del hub-and-spokes por sus alianzas de seguridad con Washington–. 

Si bien es obvio que las presiones externas afectan su conducta, los diferentes casos de estudio nos muestran cómo sería un error relegar su política exterior a una simple reacción a la rivalidad entre las grandes potencias y no valorar su agencia en busca de su propio espacio en la región. Leídos en conjunto, los trabajos permiten reconocer la riqueza de las interacciones asiáticas y la variedad de proyectos de cooperación, competencia y gobernanza en la región, así como el impacto de estos procesos en la reconfiguración regional mediante la emergencia de nuevos marcos, relaciones y conexiones intrarregionales e interregionales. 

En el primer artículo, Montserrat Pintado Lobato analiza la posición de ASEAN en dos procesos multilaterales de la sociedad internacional asiática mediante una ontología basada en las relaciones teórico-endógenas de Asia. La autora muestra que el impulso por parte de ASEAN de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) evidencia cómo diferentes elementos de la relacionalidad –como la aspiración a un liderazgo normativo o la solidaridad entre estados miembros–, más que los intereses económicos, determinaron el éxito del proceso, consolidando la centralidad de la organización en la región. En cambio, la desconfianza hacia Beijing ha limitado hasta la fecha los ejercicios de armonización entre necesidades propias del Sudeste Asiático y capacidades chinas dentro de la BRI, resultado de una relacionalidad superficial. 

Los siguientes artículos examinan cuatro de los principales polos del sistema de San Francisco, evidenciando cómo los aliados de Washington, previamente atomizados, están desarrollando sinergias, redes e iniciativas propias entre ellas y que capitalizan los vacíos estratégicos de ambas potencias en Asia. Profundizando en la política para el Indopacífico de Japón, Liu Tai-ting argumenta que esta no constituye una reacción a la gaiatsu o la presión exterior de Washington o Beijing, sino una evidencia de la agenda japonesa propia. Liu muestra cómo la concepción japonesa del Indopacífico surge en 2007, previa tanto a la estrategia estadounidense como a la asertividad china, y destaca la visión pionera del primer ministro Shinzo Abe para estrechar los lazos con India. Asimismo, el liderazgo de Japón en la conclusión del CPTPP, su participación en la RCEP y la repriorización del Sudeste Asiático y África en la política exterior japonesa, han permitido a Tokio defender sus intereses económicos sin una plena alineación con Washington que antagonice a Beijing. Es más, el autor pone en evidencia la simbiosis de dinámicas de cooperación y competencia entre China y Japón como factor de alcance regional y global, independiente de la rivalidad sino-estadounidense.

En el caso de Corea del Sur, Just Castillo y Paula Martínez abordan la tensión entre agente y estructura, situando los límites de acción de Seúl en el noreste asiático como potencia intermedia. Por una parte, el entorno estratégico restrictivo determinado por la geografía y la intersección de intereses de Rusia, China, Japón y Corea del Norte, además de la omnipresencia de Washington, ha limitado la capacidad de influencia de Corea del Sur en su vecindario inmediato. Por otra parte, las ambiciones de diferentes liderazgos han convertido al país en un actor global, encontrando una mayor autonomía y liderazgo normativo más allá del Noreste Asiático, mediante la participación multilateral y normativa en la gobernanza global de la tecnología, el desarrollo o el cambio climático. Esta paradoja evidencia las estrategias de diversificación y expansión diplomática que permiten a las potencias intermedias responder a espacios constreñidos.

Esta situación de entorno restrictivo resulta especialmente evidente en el caso de Taiwán. Al respecto, Laia Comerma examina la capacidad de agencia de Taiwán en el ámbito multilateral de comercio e inversión para afrontar la rivalidad económica entre Washington y Beijing. Pese a la excepcionalidad de la isla debido a su soberanía disputada, la autora evidencia cómo Taiwán ha encontrado fórmulas innovadoras para participar en espacios multilaterales –como la Organización Mundial del Comercio (OMC)– y establecer acuerdos de cooperación económica con socios sin reconocimiento diplomático. Así, se demuestra cómo el uso de instrumentos no gubernamentales ha permitido a este país una diversificación económica y diplomática, con el desarrollo de una red de aliados desde el Sudeste Asiático hasta Europa. Esta contribución revela cómo la creciente securitización económica y el mayor pragmatismo internacional hacia la isla están permitiendo a Taipéi desarrollar relaciones multifacéticas con otros actores pese a sus tensiones con Beijing.

Finalmente, Aries Arugay, Mico Galang y Matteo Piasentini examinan la intensificación de la diversificación estratégica que guía la «política exterior independiente» de Filipinas desde la llegada al poder de Ferdinand Marcos Jr. Identificando a Filipinas como un actor atípico dentro de las estrategias de hedging de los países de ASEAN, los autores destacan que, pese al alineamiento con Estados Unidos frente a China, Manila busca nuevos aliados frente al riesgo de abandono por parte de su principal garante de seguridad. Así, el Gobierno de Marcos Jr. se encuentra en un proceso de profundización de sus relaciones securitarias y económicas con Japón, Australia y Corea del Sur –también polos del sistema hub-and-spokes–, además de con India o países europeos. 

Si bien invitamos a los lectores a sacar sus propias conclusiones sobre de qué manera los diferentes actores asiáticos se adaptan a esta Asia en transición, compartimos tres puntos de reflexión derivados de una visión comparada de los cinco artículos, que abren nuevos interrogantes para futuras investigaciones. En primer lugar, existe una diversidad de respuestas a esta rivalidad y una adaptación ad hoc según las realidades de cada actor: desde la diversificación estratégica de Filipinas y el hedging institucional de ASEAN, hasta la flexibilidad e informalidad taiwanesa y la hiperactividad global de Corea del Sur que expande su espacio diplomático de acción. En segundo lugar, más allá de concebir Asia como un espacio bipolar, regiones como el Sudeste Asiático evidencian la multiplicidad de actores y dinámicas que trascienden la simple competición entre grandes potencias, especialmente a medida que actores como Corea del Sur, Japón y Taiwán aumentan su presencia regional, o estados autóctonos como Filipinas buscan anclar nuevos actores. Estos crecientes vínculos entre polos del sistema de San Francisco señalan una voluntad de autonomía estratégica y multimodal que se construye mediante nuevas redes frente a la creciente imprevisibilidad de Washington. En tercer lugar, los cinco actores examinados comparten un compromiso con el multilateralismo y la cooperación, tanto internacional como regional. Frente a los retos, observamos más multilateralismo –no menos– así como su coexistencia con el bilateralismo imperante que caracteriza el orden asiático

En conclusión, esperamos que este número de la Revista CIDOB d´Afers Internacionals les inspire a reflexionar sobre Asia como laboratorio de innovación política y pluralismo internacional, donde el poder y las relaciones no solo se miden en términos de capacidades materiales sino, sobre todo, en la posibilidad de transformar, resistir y reinterpretar las normas y estructuras del sistema global. En esencia, este número pretende abrir espacios para el diálogo interdisciplinar y para nuevas formas de pensar las relaciones internacionales asiáticas, en línea con los retos y oportunidades de una era marcada por la complejidad, la incertidumbre y el cambio. 

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Nota:

1- Un interesante análisis de la creciente influencia de estos estados en las relaciones internacionales y de sus limitaciones puede encontrarse en Hurrell (2006); en Subacchi (2008), y en Gray y Gills (2015).

 Palabras clave: Asia, rivalidad hegemónica, orden regional asiático, autonomía estratégica

Cómo citar este artículo: Pareja Alcaraz, Pablo y Arco Escriche, Inés. «Introducción. Asia en transición: más allá de la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 141 (diciembre de 2025), p. 07-19. DOI: doi.org/10.24241/rcai.2025.141.3.7

Revista CIDOB d'Afers Internacionals, nº. 141
Cuatrimestral (octubre-diciembre 2025)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2025.141.3.7