La capital del recién nacido califato ha caído. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) arrebataron Raqa a la organización Estado Islámico (EI) el pasado martes 17 de octubre. Simbólicamente, es un golpe serio para el EI en cuanto que Raqa fue de facto la capital del Estado Islámico durante los dos últimos años
La capital del recién nacido califato ha caído. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) arrebataron Raqa a la organización Estado Islámico (EI) el pasado martes 17 de octubre. Simbólicamente, es un golpe serio para el EI en cuanto que Raqa fue de facto la capital del Estado Islámico durante los dos últimos años. La ciudad que hasta el 2016 albergaba la mayoría de las instituciones civiles del EI se convirtió en un campo de ruinas en el que fallecieron más de 3.250 personas, de las cuales 1.130 eran civiles. Más allá de escenas de júbilo en Raqa y aplausos atronadores por parte de la comunidad internacional, este paso adicional en la lucha contra el EI plantea más interrogantes de los que responde. Entre ellos, ¿qué futuro depara a la organización Estado Islámico?
Sin restar importancia al símbolo que representa la caída de Raqa, sería erróneo considerar que esta derrota pone fin al EI como tal. En primer lugar, porque el EI dejó de ser un proto-Estado mucho antes de la operación Cólera del Éufrates en Raqa: la organización yihadista ha cosechado fracasos militares en batallas cruciales como en Faluya (junio 2016), Manbij (agosto 2016) y Mosul (julio 2017), por citar algunos ejemplos. En segundo lugar, desde hace varios meses el EI ha ido anticipando estas derrotas y, por consiguiente, optó por un cambio de estrategia: la del retorno a la clandestinidad.
Aunque el grupo terrorista siga controlando varias localidades en Siria e Irak, numerosos elementos apuntan a este cambio de estrategia. El historial de las recientes batallas perdidas pone de manifiesto que, conscientes de su inferioridad militar, los líderes del EI se dedicaron a controlar las grandes ciudades y resistir a los asaltos tanto tiempo como fuera posible para poder negociar su salida de las mismas. ¡Negociar! Hace menos de dos años, era impensable que esta organización intransigente pudiera llegar a pactar con sus enemigos. No obstante, tanto en el caso de Raqa como en casos anteriores (Qalamun, agosto del 2017), al amenazar sistemáticamente con cometer masacres de civiles, el EI ha sido capaz de acordar la evacuación de sus combatientes de cada ciudad perdida para reorientarlos hacia otros frentes.
El material de propaganda producido por la agencia Al Amaq refleja fielmente este cambio de estrategia: a escala sirio-iraquí, el grupo reanuda sus operaciones de guerrilla. No sólo es una opción menos costosa que la del control de territorios –el EI compensa la disminución de ingresos procedentes de esos territorios y del crudo, por el tráfico de drogas, la extorsión y la práctica de secuestros–, sino que también es más difícil de neutralizar.
Así, tras la derrota de Mosul, los yihadistas reactivaron células durmientes en zonas supuestamente pacificadas por fuerzas gubernamentales como en las provincias de Salah ad Din y de Diyala. A nivel internacional, las llamadas a hacer la hijra (emigrar) para unirse al califato han ido disminuyendo mientras se multiplican las exhortaciones a cometer actos de terrorismo en los países enemigos.
Ya no se trata de expansión territorial en Siria e Irak, sino más bien de perpetuar el conflicto en este territorio y, en paralelo, seguir desestabilizando los países involucrados en la lucha contra la organización terrorista. En otras palabras, no asistimos al fin de la guerra contra el Estado Islámico, sino a su evolución en una lucha contra una organización terrorista clásica como Al Qaeda. Y, dieciséis años después del inicio de la guerra contra el terrorismo, nada presagia que esta guerra específica contra el Estado Islámico sea la excepción que confirma la regla.