El ganador de las elecciones presidenciales del 12 de diciembre de 2019 en Argelia es Abdelmadjid Tebboune, un candidato de 74 años cuyo perfil, indudablemente oficialista no obstante haberse presentado con la etiqueta de "independiente", parece estar lejos de satisfacer las ansias de reformas radicales que desde hace 10 meses vocea la gran movilización popular pacífica conocida como Hirak (Movimiento) .
Este veterano alto funcionario del gubernamental Frente de Liberación Nacional (FLN) asume la oficina ejecutiva que hasta el 3 de abril ocupó Abdelaziz Bouteflika. Tras 20 años de ejercicio, una reforma constitucional ad personam e incapacitado por la enfermedad, el octogenario dirigente aún pretendía concurrir por quinta vez consecutiva, exacerbando el repudio de la oposición democrática y de buena parte de la sociedad argelina. Las masivas manifestaciones cívicas y el desvalimiento de la cúpula militar obligaron a Bouteflika a renunciar, abriendo un vacío de poder que de iure fue ocupado por un jefe de Estado civil interino, Abdelkader Bensalah, y de facto por un uniformado, el general Ahmed Gaïd Salah, jefe del Estado Mayor del Ejército y viceministro de Defensa.
El 19 de diciembre el séptimo presidente de la República Argelina Democrática y Popular arranca su mandato de cinco años con un déficit de legitimidad popular por la elevada abstención electoral y el boicot unánime de los partidos de la oposición, y enfrentado al reto de demostrar con hechos su compromiso con el cambio democrático en el país magrebí.
ASPIRANTE A LA PRESIDENCIA EN UNA COYUNTURA NACIONAL CRÍTICA
El 26 de septiembre Tebboune,
varias veces ministro de Bouteflika y efímero primer ministro durante menos de tres meses en 2017, anunció su candidatura presidencial en las votaciones del 12 de diciembre, la fecha elegida por la nueva Autoridad Nacional Independiente de Elecciones (ANIE) después de que el pulso de la calle y la deserción de postulaciones obligaran a cancelar dos veces la cita con las urnas, inicialmente prevista para el 18 de abril. La
postergación del proceso electoral obligó a extender el mandato constitucional de Bensalah -un presidente interino rechazado por la oposición, lo mismo que el primer ministro desde marzo, Noureddine Bedoui-, que en principio era de 90 días máximo.
En aquel momento, Argelia se encontraba en una situación de tenso
impasse. El
general Salah, erigido en hombre fuerte del país, acababa de culminar una espectacular
purga de capitostes del clan Bouteflika y figuras afines del mundo de los negocios, todos ellos identificados con los abusos y la corrupción. Acusados de delitos económicos y de conspirar contra el Estado, a partir de abril fueron arrestados, encarcelados y llevados a juicio el muy influyente hermano menor del ex presidente, Saïd Bouteflika, los anteriores generales al frente de los aparatos de seguridad e inteligencia, Athmane
Bachir Tartag y Mohamed
Toufik Mediène, los ex primeros ministros Abdelmalek Sellal y
Ahmed Ouyahia (precisamente, el predecesor y el sucesor de Tebboune en la jefatura del Gobierno) y el secretario general del FLN, Mohamed Djemaï, amén de conocidos magnates privados como Ali Haddad, Issad Rebrab y los hermanos Kouninef.
La caída de todos estos altos cargos y "oligarcas"
no aplacó a los manifestantes, que, infatigables,
siguieron exigiendo una transición democrática y unas elecciones libres de las interferencias del eterno poder fáctico de Argelia, el Ejército. Al entender de los opositores, la persecución desatada por Salah y sus lugartenientes no era más que una vindicta interna entre clanes para hacerle un cosmético lavado de cara al régimen sin transformaciones reales. De paso, los directores de la era post-Bouteflika enviarían una advertencia de firmeza y mano dura al
Hirak, que como movimiento contestatario estaba preservando unas sorprendentes cohesión y resiliencia, a modo de bloque ciudadano con un programa puramente nacional, sin fisuras ideológicas ni pérdida de fuelle por la represión.
El 2 de noviembre la ANIE anunció los nombres de los aspirantes autorizados a competir por la Presidencia. Además de Tebboune, concurrían:
Ali Benflis, otro ex primer ministro y anterior secretario general del FLN, ahora líder del partido Vanguardia de las Libertades (Talaie El Houriat);
Abdelkader Bengrina, jefe del partido Al Binaa y previamente ministro del partido islamista moderado Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP);
Azzedine Mihoubi, ex ministro también y actual secretario general del Reagrupamiento Nacional Democrático (RND, la segunda fuerza del Parlamento y socio de coalición del FLN, el cual respaldaba la candidatura de Mihoubi también); y
Abdelaziz Belaïd, un cuadro escindido del FLN, candidato del Frente del Futuro (El Moustakbal).
Los cinco estaban considerados personalidades del régimen en mayor o menor medida. De manera señalada lo era Tebboune, visto como un gris tecnócrata de la vieja guardia del FLN cuya carrera en la administración provincial había progresado en tiempos del partido único y al que Bouteflika había devuelto al Gobierno en 1999.
Para la oposición, Tebboune era sin lugar a dudas el predilecto de los militares y el candidat du pouvoir. El general Salah salió a negarlo, asegurando que las Fuerzas Armadas eran neutrales y no estaban manipulando nada.
PROMESAS DE APERTURA Y CAMBIOS PARA APACIGUAR AL HIRAK
El interesado, en cambio, se presentó a los electores como
"el candidato del pueblo, comprometido con el cambio y capaz de lograrlo". Con tono conciliador, Tebboune subrayó que su primera prioridad sería
abrir una mesa de diálogo y concertación con todos los partidos y sectores identificados con las reivindicaciones del Hirak, movimiento que llegó a calificar de "bendición" para Argelia. Su programa contenía las siguientes medidas: sendas reformas "profundas" de la Constitución, la ley electoral, la judicatura, la organización territorial y la administración local, para ensanchar la democracia por su base; un régimen de incompatibilidades públicas riguroso para evitar conflictos de intereses y colusiones perniciosas entre políticos y empresarios; mecanismos de transparencia y control; directrices para diversificar la economía en una etapa de caída de ingresos por los hidrocarburos; facilidades fiscales para atraer más inversión industrial foránea; y la sustitución de importaciones por bienes de producción nacional.
El penúltimo capítulo de su larga trayectoria política debía convencer a los argelinos de la sinceridad de sus planteamientos y su buena voluntad:
en agosto de 2017 Bouteflika, quebrando una confianza personal de años, le había defenestrado como primer ministro por intentar detener los desmanes y limpiar las corrupciones de los prebostes políticos y empresariales del círculo presidencial; es decir, que lo habían echado solo por querer hacerle un servicio patriótico al Estado y el pueblo argelinos. A Tebboune no le arredró la pésima propaganda que podría crearle su hijo Khaled, encarcelado en junio y juzgado en plena campaña electoral por su presunta implicación en una red de narcotráfico.
Las
elecciones presidenciales, contestadas por el Hirak y boicoteadas por las Fuerzas del Pacto de la Alternativa Democrática (LADDH, RCD, FFS, PLD y MDS, entre otros partidos, asociaciones y miembros de la sociedad civil), que aducían la
ausencia de las mínimas garantías democráticas, acontecieron dos jornadas después de conocerse las sentencias contra los ex primeros ministros Ouyahia y Sellal, condenados respectivamente a 15 y 12 años de cárcel (Saïd Buteflika ya estaba cumpliendo su pena de 15 años). Tebboune fue
declarado vencedor en la primera vuelta con el 58,13% de los votos, mientras que la abstención marcó un record: la participación fue solo del 39,88%, casi 11 puntos menos que en la elección de 2014.
(Texto actualizado hasta diciembre 2019)