Tras años de crisis en los que hemos asistido a la creación de nuevos movimientos sociales y al nacimiento de nuevos partidos, Daniel Innerarity plantea en su último libro, “La política en tiempos de indignación”, la necesidad de que este sentimiento que ha sido un revulsivo para la sociedad no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta “en un motor que fortalezca la política y mejore nuestras democracias”.
Tras años de crisis en los que hemos asistido a la creación de nuevos movimientos sociales y al nacimiento de nuevos partidos, Daniel Innerarity plantea en su último libro, “La política en tiempos de indignación”, la necesidad de que este sentimiento que ha sido un revulsivo para la sociedad no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta “en un motor que fortalezca la política y mejore nuestras democracias”.
En el diálogo que mantuvo con Josep Ramoneda el pasado 1 de octubre, y que moderó la investigadora de CIDOB Yolanda Onghena, el autor calificó este momento de indignación como un tiempo de confusión, donde lo viejo y lo nuevo compiten en un espacio donde “no tener experiencia política es un valor”. Un espacio político que se rige por criterios similares a la moda, por lo que únicamente la historia será capaz de determinar si lo que estamos viviendo –auge de la nueva política- es realmente un periodo de innovación.
Para Ramoneda, la novedad reside en que esta vez la indignación no ha quedado en actos de protesta testimoniales y efímeros sino que ha tomado cuerpo en movimientos sociales y, sobre todo, “ha buscado la transformación política dentro del sistema institucional” más allá de las esporádicas reacciones morales de los años anteriores a la crisis. Por otra parte, insiste en la defensa de la política, ya que “sin política, no hay estado; y sin estado, estamos a la intemperie”.
Esta visión es secundada por Innerarity, que apuesta por el fortalecimiento de la política, no de los políticos. Hasta ahora, se ha producido una renovación en los discursos pero todavía no en el gobierno: todo el mundo quiere ganar las elecciones, ¿pero quién quiere gobernar? Este nuevo lenguaje nos ha llevado a profundas reflexiones sobre cómo vender “el producto” pero poco sobre qué hacer si finalmente los ciudadanos lo compran. Si la política es la gestión de los límites, hoy ya no está claro quien ostenta la legitimidad, “quién decide qué y de quién son los partidos”.
En este sentido, Ramoneda apunta a otros de los tópicos que mayor confusión generan y que no deberían tratarse con frivolidad: la transparencia y la participación. “La cultura de la transparencia tiene límites si no se quiere caer en un totalitarismo consentido: sin espacio para la intimidad, por autoexposición”.