La convulsión política y social que desgarra Bolivia desde las fallidas elecciones de octubre de 2019 ha convertido en presidenta interina, de manera inopinada, a Jeanine Áñez, una poco conocida senadora de la oposición conservadora al Gobierno socialista de Evo Morales, ahora asilado en México. La subida en noviembre al Ejecutivo del Estado Plurinacional de esta dirigente del Movimiento Demócrata Social (Demócratas), fuerza de derecha liberal que gobierna el departamento oriental de Santa Cruz, vino a llenar el vacío de poder abierto por la renuncia forzada de Morales, acusado por sus adversarios de deriva autoritaria y fraude electoral. Sin embargo, la asunción de la hasta entonces segunda vicepresidenta del Senado, punto de arranque de una transición que debería dar una salida pacífica a la crisis, ha estado envuelta en confusión y rodeada de dudas sobre su pulcritud constitucional. Transcurridos diez días desde la irrupción de Áñez, la situación, ensombrecida por nuevos episodios de violencia que elevaron a 38 el balance de víctimas mortales, seguía sin normalizarse.
Para Morales y su partido, el MAS, lo sucedido es lisa y llanamente un "golpe de Estado" con visos de venganza política, más aún, clasista y racista. Para Áñez y su sector, en cambio, se trata de recuperar una institucionalidad democrática y un respeto a la Norma Suprema que bajo el anterior Gobierno eran "inexistentes". Aunque la presidencia de Áñez es solo transitoria, en teoría hasta el 22 de enero de 2020, si bien está por ver que para entonces Bolivia haya celebrado nuevas elecciones presidenciales (a las que Morales, subraya Áñez, no podrá presentarse, amén de hacer frente a sendas denuncias por "sedición" y "crímenes de lesa humanidad") y disponga de un jefe de Estado electo, sus disposiciones iniciales ya han alterado drásticamente la orientación regional del país, separado ipso facto del bloque bolivariano.
PROTAGONISTA INESPERADA DE UNA GRAVE CRISIS NACIONAL
Los prolegómenos y circunstancias del cambio de poder acontecido en la crispada y polarizada Bolivia son los siguientes. El
20 de octubre de 2019 el país celebró unas elecciones generales a las que
Evo Morales, tras ser habilitado por el Tribunal Constitucional, que en 2017 había accedido a su demanda de declarar inconstitucionales o inaplicables nueve artículos de la Carta Magna y de la Ley Electoral (sentencia que, por cierto, ignoró el resultado negativo del referéndum constitucional pro-reelección de 2016),
se presentaba por tercera vez consecutiva. En realidad, por cuarta vez, si se tomaba en cuenta el primer mandato de 2006-2010, iniciado bajo la vieja Constitución de 1967.
El retraso en la publicación de los resultados oficiales levantó las sospechas del principal competidor del presidente, su predecesor en el cargo (2003-2005)
Carlos Mesa, candidato del Frente Revolucionario de Izquierda (FRI, una formación centrista a pesar de su nombre) y de la coalición Comunidad Ciudadana, quien rechazó los datos desfavorables del conteo preliminar y
denunció un "fraude gigantesco" en su contra. Por cierto que los Demócratas de Áñez, eje de la Alianza Bolivia Dice No y partidarios de que Bolivia vuelva a ser una república nacional pero transformando las autonomías regionales en un sistema federalizado, obtuvieron un pésimo resultado: su aspirante, Óscar Ortiz, quedó cuarto con menos del 5% de los votos.
El 23 de octubre las protestas y disturbios de los partidarios de Mesa llevaron al Gobierno a declarar el estado de emergencia. Al día siguiente, el Tribunal Supremo Electoral, con el 99,99% escrutado, otorgó a Morales la
victoria en la primera vuelta con el 47,08% de los votos. Si bien no alcanzaba la mitad más uno de los votos, el postulante oficialista sí superaba el 40% y le sacaba una ventaja de al menos diez puntos (el 10,56%, exactamente) a su inmediato perseguidor, con lo que se ahorraba el balotaje del 15 de diciembre. En principio, Morales tenía vía libre para sumar otro ejercicio de cinco años a partir de enero de 2020, pero la furiosa reacción opositora vino a truncar ese escenario. Por de pronto, la presión de la calle e internacional obligó al mandatario, después de negarse a cualquier negociación sobre una repetición de las elecciones con el "delincuente" Mesa, a solicitar a la OEA una
auditoría internacional vinculante del proceso electoral.
El
10 de noviembre, mientras el clima de rebelión antigubernamental ganaba ímpetu con la violencia de los manifestantes y los motines policiales, a los que se sumaban los signos de descontento en la cúpula militar, la OEA comunicó los hallazgos preliminares de su análisis de integridad electoral, la cual "no le era posible garantizar" ante el "cúmulo de
irregularidades observadas". El informe precipitó los acontecimientos:
Morales aceptó repetir las elecciones; al punto, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas,
general Williams Kaliman, salió a "sugerir" al presidente que abandonara el cargo para detener la "escalada del conflicto" y permitir la "pacificación" del país; por último, Morales apareció en la televisión para anunciar que remitía su
carta de renuncia a la Asamblea Legislativa, decisión con la que esperaba que Mesa, Fernando Camacho (el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz) y otros opositores dejaran de "maltratar", "perseguir" y "amenazar" a sus hermanos del MAS y al pueblo de Bolivia, víctima según él de "grupos oligárquicos que conspiran contra la democracia".
A las dimisiones de Morales y el vicepresidente Álvaro García Linera, los cuales emprendieron una rocambolesca escapada del país hasta acogerse a la protección solidaria del Gobierno mexicano, les siguieron las
renuncias en cadena de las autoridades segunda y tercera en la línea de sucesión constitucional, la presidenta del Senado, Adriana Salvatierra, y el presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Borda, ambos del MAS. El siguiente dignatario del orden de prelación, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, José Antonio Revilla, no se pronunció y ocultó su paradero.
La deserción general de mandos oficialistas generó una profunda incertidumbre de la que surgió la voz, entre emocionada y voluntariosa, de la opositora Áñez, desde el mes de enero vicepresidenta segunda del Senado saliente (el vicepresidente primero, Rubén Medinaceli, había dimitido al igual que sus correligionarios): ella se ofrecía para
cubrir el vacío de poder, ejercer la Presidencia del Estado con carácter interino y convocar nuevas elecciones. "Lo que yo quiero es aportar, es darle una solución a esta situación tan horrible que estamos viviendo. Que quede bien claro que esto es una transición, es solamente para llamar a elecciones y que sean transparentes como el pueblo boliviano lo quiere", argüía la segunda vicepresidenta del Senado.
Aunque contaba con el
respaldo de los partidos de la oposición y los altos mandos del Ejército y la Policía, que empezó a desplegar soldados para ayudar a atajar los saqueos y disolver las protestas que ahora protagonizaban los enfurecidos seguidores de Morales, muchos de ellos indígenas y muy mayoritarios en la populosa urbe de El Alto, Áñez se topó con el obstáculo, aparentemente insalvable, de ser investida por una
Cámara de Diputados integrada en sus dos terceras partes por legisladores del MAS, quienes de hecho se negaban a sesionar. El
12 de noviembre la Cámara debía discutir la renuncia de Morales, pero la sesión fue suspendida por falta de quórum. Con todo, Áñez dio el paso de
proclamarse presidenta interina con el voto favorable del tercio de diputados de los Demócratas, la Unidad Nacional y el Partido Demócrata Cristiano, acto que fue rápidamente validado por el Tribunal Constitucional.
En la jornada que siguió, Áñez, ya instalada en el Palacio Quemado de La Paz y convertida en la segunda presidenta interina del país luego del registro de Lydia Gueiler en 1979-1980, tomó juramento a los miembros de su Gabinete. Uno de sus ministros, el empresario Arturo Murillo, anunció una "cacería" de líderes masistas para que la justicia les hiciera pagar por todo el "daño hecho al país". Se trataba de una retórica no chirriante con los pronunciamientos que la senadora Áñez, crítica acerba de Morales y de posturas ultracatólicas, venía realizando desde hacía años. El 15 de noviembre, mientras los
choques entre campesinos cocaleros y uniformados en Sacaba, Cochabamba, dejaban siete manifestantes muertos, el nuevo Gobierno adoptó un paquete de
medidas de gran calado exterior: reconoció a
Juan Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, expulsó a la delegación diplomática de
Nicolás Maduro, ordenó volver al personal diplomático boliviano en Caracas, canceló la misión médica cubana y anunció la ruptura inmediata con el ALBA, a la que en breve podría seguir la salida también de la UNASUR.
Nota de actualización: esta biografía fue publicada el 22/11/2019. Las previstas elecciones generales en Bolivia tuvieron lugar finalmente el 18/10/2020. La presidenta Jeanine Áñez anunció inicialmente su candidatura, pero posteriormente la retiró para favorecer las posibilidades del centro-derecha. Las elecciones fueron ganadas por el MAS y el 8/11/2022 Áñez fue sucedida en el cargo poro el presidente electo, Luis Arce. Tras retornar la formación izquierdista al Gobierno, Áñez quedó bajo el escrutinio de la justicia penal. El 12/3/2021 la ex presidenta fue detenida de manera inesperada por orden de la Fiscalía de Bolivia bajo la acusación de "terrorismo, sedición y conspiración", cargos que también recayeron en otros ex ministros y altos mandos militares y policiales. Áñez, quien se consideraba víctima de una persecución política, solicitó infructuosamente medidas cautelares a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). El 10/6/2022, en el marco de la causa Golpe de Estado II, el Tribunal Primero de Sentencia Anticorrupción de La Paz condenó a la ex presidenta a 10 años de prisión por los delitos de "resoluciones contrarias a la Constitución y las leyes e incumplimiento de deberes". |