HOMBRE DE PAZ EN TODA LA EXTENSIÓN DE LA PALABRA (Ribera y el Raval)

Fecha de publicación:
11/2017
Autor:
Núria Paricio
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La Fundación Tot Raval nació en 2002, pero ya desde el 2000, un grupo de personas –entre los que también se encontraba Josep Ribera– empezamos a trabajar en una idea loca, esto es, en crear un espacio, una organización (no sabíamos muy bien qué tenía que ser) que uniera a todos los colectivos y organizaciones, empresarios, comerciantes, vecinos, centros culturales, educativos, etc., del Raval para trabajar juntos por un proyecto: tejer complicidades para mejorar el barrio y la calidad de vida de sus habitantes. 

Era un momento complejo. El tejido social del barrio estaba cambiando muy rápidamente: por un lado, los jóvenes que apostaban por el Raval, por los cambios culturales que estaba sufriendo; por el otro, la inmigración que estaba llegando al barrio y empezaba a formar parte de nuestro paisaje, en las escuelas, en los comercios, en las viviendas; y, finalmente, los vecinos de siempre, los de toda la vida, los que no se fueron del barrio en los momentos duros de la droga y la marginalidad, los que vieron cambiar el barrio física y socialmente y que veían cómo sus calles y sus edificios se llenaban de gentes
de otros países, con otras lenguas, con otros olores, con otras culturas. Era un cóctel difícil de gestionar. 

Fue entonces cuando ese grupo de locos soñadores pensamos que si conseguíamos sentar entorno a una mesa a todos estos actores alrededor de un único objetivo, haríamos del Raval un barrio modelo, modelo de convivencia, de trabajo comunitario, un barrio donde nadie se sintiera de fuera. 

Josep Ribera fue en aquellos momentos un puntal para nosotros: su dilatada experiencia en la gestión de conflictos, primero en Chile, donde llevó a cabo tareas de ayuda y de integración social en barrios marginales, después en ACSAR (Asociación Catalana de Solidaridad y Ayuda al Refugiado), hacía de él una persona comprometida con la justicia social, la democracia y los derechos de los pueblos. Era el hombre tranquilo que nos ayudó a diseñar y a soñar el Raval de la convivencia. 

El CIDOB se convirtió en nuestra casa y Josep Ribera en nuestro anfitrión. Allí hacíamos las reuniones en las que imaginábamos el futuro del barrio y diseñábamos la arquitectura de esa nueva organización. Juntos fuimos llamando a todas las puertas, invitando a participar a todos en este sueño, invitando a las organizaciones de inmigrantes a sumarse. Juntos pensamos en proyectos en los que se visualizara la pluralidad del barrio, proyectos que sumaran varias organizaciones, proyectos sociales, culturales, de dinamización económica, educativos, etc. 

Recuerdo que la prensa nos preguntaba si hacíamos proyectos para inmigrantes, y nuestra respuesta era no, porque nosotros hacíamos proyectos para el barrio. Era la enseñanza de Josep; él siempre nos decía que nadie era inmigrante, todos éramos o vecinos, padres o comerciantes, y que teníamos que trabajar con aquello que nos unía. Y que cuando sientas alrededor de una mesa a unos comerciantes pakistaníes con otros catalanes, todos acaban viendo que lo que les une es más que lo que les separa, y terminan trabajando juntos para mejorar sus negocios, sus calles, pensando en acciones que les beneficiarán a ambos… y así fue. No había gente de aquí y de allá, había ravaleros mejorando el barrio. 

He de decir que fue un auténtico lujo contar con él en todos aquellos años y, por supuesto, con otras muchas personas, pero Josep, con su semblante tranquilo, tan seguro de lo que teníamos que hacer, tan convencido de que el Raval tenía que ser EL MODELO, fue quien nos ayudó, nos enseñó y nos acompañó hasta que se marchó de CIDOB.