Decir que Josep Ribera encarnó las virtudes del corazón y de la mente es una obviedad para quienes lo conocieron. Era realmente una fuerza tranquila, poseía una mente muy abierta, así como sentido de acogida y hospitalidad. El Otro era, para él, un recurso, una oportunidad y una riqueza. Su modestia era impactante y su altruismo singular. Combinó, a la vez, los valores del que escucha y del que actúa.
Tuve la oportunidad de conocerlo por primera vez en 1993, gracias a mi amiga Yolanda Onghena. Ella me había invitado a CIDOB ese año para participar en los cursos de Máster que esta institución organizaba para los estudiantes y las personas que buscaban conocimiento y descubrimiento intelectual. Tuve la suerte de venir a CIDOB después de un encuentro insólito e inesperado con Yolanda
en Hammamet (Túnez) en 1992, con motivo de una conferencia internacional, organizada por la Asociación Árabe de Sociología, dedicada a «la imagen del Otro», que fue un tema candente después de la segunda guerra del Golfo liderada por Estados Unidos contra Irak. Esta fue tanto un evento estratégico relevante como un choque cultural que reactivó las dicotomías: Oeste/Este, modernidad/ islam, derecha/violencia, identidad/diferencia. No sabía que la carta de invitación de Yolanda después de esta conferencia abriría una perspectiva intelectual extraordinariamente rica de reuniones, eventos culturales e intercambios en torno a las cuestiones de la imagen del Otro, de lo intercultural, la globalización, la justicia y los medios. Algo que me permitiría acercarme a Josep Ribera con quien tejí, poco a poco, una verdadera relación de estima y de simpatía compartidas.
Gracias a los cursos impartidos en el marco de los seminarios, Josep Ribera y Yolanda decidieron publicar una parte, en 1995, en una edición bilingüe español/catalán y catalán/árabe bajo el título: Occidente en el pensamiento árabe moderno. Esta primera iniciativa dio a luz a un desarrollo fantástico de intercambio intelectual entre los pensadores e investigadores de ambos lados del Mediterráneo como parte del «espacio de comunicación intercultural», propuesto y dirigido por Yolanda Onghena y apoyado con entusiasmo por Josep Ribera. Estoy convencido de que aquellos que participaron en las reuniones organizadas por este espacio/red recordarán siempre los intensos momentos de intercambios, debates de ideas y de convivialidad. En ese sentido, los números de Revista CIDOB d’Afers Internacionals reflejan la riqueza y diversidad de los temas abordados por los participantes, ya sea en Barcelona, en Rabat, en Toulouse o en Gante. Pero era Barcelona la plataforma clave de esta red gracias a la determinación de su animadora y a la complicidad institucional y el compromiso personal de Josep Ribera.
Por todo ello, considero que este hombre excepcional dio un significado particular a CIDOB, trabajando para la creación de espacios de encuentro entre hombres y mujeres de ciencia y cultura. Creyendo en la relevancia de las ideas para hacer avanzar las cosas, obró para fomentar las condiciones que permitirían invitar a las grandes figuras del pensamiento en todo el mundo. Porque, según él, la palabra y el compromiso son inseparables y las ideas deben encarnarse en el rastro que dejan y en acciones.
Por último, Josep Ribera hizo de CIDOB –y fui testigo de ello desde 1993 hasta 2010– un lugar de producción de ideas sin ninguna pretensión de constituir un llamado «think tank». Creía firmemente en la necesidad de integrar la dimensión cultural a la comprensión del mundo de hoy y a la apreciación de la gravedad de los conflictos en nombre de consideraciones étnicas y culturales. Desde su punto de vista, esta comprensión permite evitar los dramáticos desajustes que experimentan ciertas partes del mundo en nombre de las diferencias culturales, de intereses descontrolados, de manipulación política de las identidades y de estrategias extremas.