Días después del lanzamiento del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), el 1 de diciembre de 2010, una serie de revoluciones y levantamientos recorrió el norte de África y Oriente Medio. Las estructuras y los cambios introducidos por el Tratado de Lisboa en asuntos de política exterior y de seguridad fueron puestos a prueba. Y hay poca unanimidad en poner buena nota al SEAE y a su máximo responsable, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, que también es vicepresidenta de la Comisión Europea.
El telón de fondo era una profunda crisis financiera, económica y política cuya gestión de emergencia absorbía la energía de los líderes de la UE. La crisis no sólo provocó una serie de recortes en el presupuesto de la política exterior y de defensa, sino que también exacerbó la percepción de la irrelevancia y el declive global de Europa. La crisis puso de manifiesto un proceso estructural más amplio de un relativo declive del poder europeo y occidental, que hace que sea importante discernir cuáles son las causas a largo plazo y los factores desencadenantes a corto plazo. En apariencia, la crisis asestó un duro golpe a la ya menguante “atracción” que la UE ejercía en el resto del mundo. Esto implica una pérdida de peso político y un debilitamiento de su posición como normatizadora, lo que, combinado con su continua incapacidad a la hora de jugar el juego del poder en un escenario global cambiante y cada vez más asertivo, ha llevado a la UE a parecer una burda imitación de ella misma durante un año cargado de acontecimientos.