Un año es un espacio de tiempo siempre cargado de simbolismo en términos de política internacional, pero también arbitrario, y si es interesante estudiarlo es porque el anual es un ritmo significativo para el hombre, y porque, como ha ocurrido con 1997, puede contener en su seno acontecimientos significativos, desarrollos que ya han madurado y protofenómenos históricos, como los llamaba Unamuno, es decir, semillas que pueden contener brotes de futuros. En este mundo de 1997, la dicotomía potencia-impotencia de EEUU ha sido un elemento central. A la vez, todo una parte del mundo, al menos una visión de él, pareció derrumbarse con el cambio de perspectivas provocado por la crisis de algunas economías asiáticas, un cambio que ha puesto un punto de interrogación sobre lo que se anunciaba como el próximo siglo del Pacífico.