Para pedir refugio hay que cruzar al menos una frontera. Si no, estamos hablando de desplazados internos, que de hecho son la mayoría. Pero cruzar fronteras no es fácil. Hay que saltar muros cada vez más infranqueables, lanzarse al mar incluso a riesgo de perder la vida, estar dispuesto a pasar periodos en campos de detención, pagar a los pasadores por cada intento y no desfallecer por el camino, aunque no se llegue o se sea devuelto a la casilla de salida.

La industria o mercado de la frontera está en auge. Europa externaliza el control de sus fronteras a los países de origen y tránsito: promete ayuda al desarrollo, tratados comerciales o la liberalización de la política de visados a cambio de control fronterizo y acuerdos de readmisión. Europa paga también a una creciente industria fronteriza, desde las empresas que fabrican vallas, alambres y demás tecnología de frontera a las entidades que gestionan los centros de detención o las compañías aéreas que se ocupan de las deportaciones. Desde el otro lado, pagan también los refugiados e inmigrantes. De hecho, cuanto más altos y militarizados sean los muros, más pagan.

Desde esta perspectiva, la frontera es muro y mercado a la vez. ¿Qué significa esta mercantilización de la frontera para aquellos en busca de refugio? Debatiremos esta cuestión con Agus Morales, director de la Revista 5W y autor del libro ‘No somos refugiados’, Blanca Garcés, investigadora senior de CIDOB experta en migraciones, y Jad, catalán de origen sirio que fundó la ONG El Poble Ajuda al Poble para asistir a los refugiados, en un diálogo moderado por la periodista de La Xarxa Mònica Hernández 

>> La conferencia se emitirá en streaming aquí.