“Ha aumentado la movilización en Europa en los últimos años, pero la capacidad de incidencia es cada vez menor. Se dan varios fenómenos: un malestar acumulado, un desencadenante y cómo hacer sostenible la protesta y que sea motor de cambio. El estudio Mass Movilization Project de Harvard nos dice que en 2020 y 2021 solo un 8% de las protestas tuvo éxito, frente un 42,4% de la década pasada. Son movilizaciones más frecuentes pero más cortas por la acumulación de crisis. Cuesta estructurarla y que se traduzca en una política concreta”, explica Carme Colomina, investigadora senior de CIDOB especializada en Unión Europea, desinformación y política global. “Hay un malestar latente y emerge pero de forma efímera. Acaban siendo protestas fragmentadas. La erosión de la cohesión social es llamativa, según el Global Risk Report. Hay más protestas pero se dan en sociedades más fragmentadas. El telón de fondo es el mismo: el coste de la vida, la pérdida del estado del bienestar, la crisis en la representatividad, la polarización de la sociedad y una fuerte sensación de desapego”, añade Colomina.
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