El hoy 126º emperador del Japón nació en febrero de 1960 en el Hospital de la Agencia de la Casa Imperial (Kunaicho), aledaño al Palacio Imperial de Tokyo. Sus padres, el entonces príncipe heredero
Akihito y la entonces princesa Michiko, solo llevaban diez meses casados, y tras alumbrarle a él tuvieron otros dos hijos, el príncipe Fumihito (1965) y la princesa Sayako (1969). Los abuelos paternos del niño, llamado príncipe Hiro (
Hiro-no-miya) siguiendo las convenciones dinásticas, eran el emperador Hirohito y la emperatriz consorte Nagako.
El retrato que suele hacerse de Naruhito en la edad infantil es el de un muchacho alegre, curioso y participativo, como despegado de los encorsetamientos, muchas veces sofocantes -en especial para los miembros femeninos de la familia imperial- que imponían la tradición y el protocolo propios de la antiquísima monarquía nipona. Su padre, un hombre con inquietudes científicas ducho en biología marina, le alentaba a que practicara actividades deportivas al aire libre, como el tenis, la hípica, el esquí y el montañismo. Naruhito le cogió también afición a las artes marciales, a tocar el violín y a estudiar cuestiones relacionadas con los transportes y las comunicaciones, en particular las vías acuáticas.
Siguiendo los pasos de sus mayores, el príncipe cursó todos los tramos de su formación académica, desde la escuela elemental hasta la universidad, en la Gakushuin, la más selecta institución educativa del país, cuyos alumnos eran los vástagos de la Casa Imperial, la nobleza y, últimamente también, plebeyos de la nueva alta burguesía, rápidamente enriquecida en los años del
boom económico. En Gakushuin, Naruhito estudió Historia, disciplina por la que se graduó en 1982, dos años después de la ceremonia de su mayoría de edad, tras la cual empezó a desempeñar funciones oficiales.
Entre 1983 y 1985 el príncipe tomó clases de posgrado en el Merton College de la Universidad de Oxford, prolongada estadía en Inglaterra que aprovechó para conocer varios países del continente y relacionarse con buena parte de la realeza europea. El recuerdo que Naruhito dejó allí fue el de un joven agradable, sociable, sencillo y humilde, sin asomos de altanería o de hermetismo habida cuenta de su estatus. Tras volver a Japón, Naruhito regresó a las aulas de la Universidad Gakushuin y en 1988 sumó a su currículum una maestría en Historia. Poco después, publicó un voluminoso trabajo académico sobre la historia de la navegación fluvial por el Támesis, entre el siglo XVIII y 1989. En 1993 salió a la venta un inusual libro de carácter semiautobiográfico, titulado
El Támesis y yo, en el que Naruhito, llamado por algunos el "príncipe anglófilo", contaba aspectos de su experiencia británica.
La esposa y la hija del heredero al trono: las princesas Masako y Aiko
El fallecimiento del abuelo Hirohito convirtió al padre Akihito en emperador y al nieto e hijo Naruhito, con 28 años, en heredero al trono el 7 de enero de 1989. Desde ese momento, se hizo apremiante casar al príncipe y que su matrimonio tuviera descendencia, a fin de asegurar la continuidad del linaje imperial. La tradición consideraba deseable una transmisión del trono al primogénito del emperador, pero por otro lado regía la ley sálica, establecida inicialmente por la Constitución Meiji de 1889 y luego fijada por la Ley de la Casa Imperial de 1947, de manera que las mujeres estaban excluidas de la línea de sucesión.
Eso suponía que si Naruhito y su esposa no concebían hijos varones, entonces los derechos sucesorios pasarían a la eventual descendencia masculina de su hermano menor, el príncipe Fumihito, quien en 1990 se le adelantó en la finalización de la soltería contrayendo matrimonio con Kawashima Kiko. En estos momentos, el primero en la línea de sucesión era Naruhito, el segundo Fumihito -quien a raíz de su boda con Kiko tomó el título de príncipe Akishino y pasó a encabezar su propia rama de la familia imperial- y el tercero el tío paterno de ambos, el príncipe Masahito Hitachi. La condición de Naruhito como príncipe heredero solo se hizo oficial el 23 de febrero de 1991 mediante el preceptivo ritual de investidura; hasta entonces, su tratamiento siguió siendo el de príncipe Hiro.
Los funcionarios de la Corte trabajaban con un perfil bastante preciso de las características, cortadas por un patrón tradicionalista y conservador de la mujer, que debía reunir la consorte de su alteza imperial. Se trataba de un perfil deseable, aunque también se entendía que al final, una vez escuchadas todas las sugerencias y recomendaciones del personal a su servicio, prevalecería el criterio del príncipe de común acuerdo con su padre el emperador.
Sin embargo, Naruhito ya hacía tiempo que le tenía echado el ojo a una joven alejada de los cánones áulicos: ella era Masako Owada, nacida en 1963 y la hija mayor del magistrado y diplomático Hisashi Owada, anterior secretario privado del primer ministro Takeo Fukuda, dignatario que había tratado en persona con el emperador Hirohito y quien aún tenía por delante una brillante carrera como viceministro de Exteriores, embajador ante la ONU y juez y presidente del Tribunal Internacional de Justicia.
Naruhito y Masako se conocieron por primera vez en 1986, cuando ella, ya licenciada en Economía por la Universidad de Harvard, cursaba un posgrado de Derecho en la Universidad de Tokyo y se preparaba para conseguir una plaza de funcionaria diplomática en el Ministerio japonés de Asuntos Exteriores. El encuentro fue durante un té obsequiado por la familia imperial a la infanta Elena de España, de visita privada en Tokyo. Según narran las crónicas periodísticas, Naruhito, descrito por las plumas del momento como un hombre más bien tímido, quedó inmediatamente prendando de la políglota y viajada Masako, que irradiaba inteligencia y modernidad, tal que empezó a cortejarla.
Durante una larga temporada, Masako puso reparos a las declaraciones y ruegos del príncipe heredero, y albergó serias dudas sobre una relación sentimental que tendría que desembocar en un matrimonio real y que inevitablemente pondría final abrupto a su prometedora carrera de diplomática, tras lo cual ella podía tener una vida hogareña con amor conyugal y filial, pero también de sometimiento al rígido protocolo palaciego, capaz de anular la libertad y la personalidad individual de una mujer. Ser emperatriz de Japón equivalía a renunciar a los más nimios detalles de una vida autónoma que Masako, como cualquier ciudadana privada, consideraba normales.
De hecho, las presiones negativas empezaron de inmediato, pues los cortesanos de la Agencia de la Casa Imperial, que se habían tomado la molestia (o arrogado el privilegio) de seleccionar a unas 300 candidatas para desposar a Naruhito, no dejaron de transmitir el mensaje, pregonado por los medios de comunicación, de que Masako en modo alguno era una novia idónea para el heredero al Trono del Crisantemo. En su contra pesaban los rasgos personales y también ciertos aspectos familiares. El hecho de que fuera plebeya no jugaba a su favor, aunque tampoco era un obstáculo decisivo: la misma emperatriz Michiko, antes de casarse con Akihito, no tenía condición noble o aristocrática, amén de que había recibido una educación religiosa católica, por lo que al emparejarse con el príncipe heredero debió convertirse al Shintoísmo.
Masako se hizo de rogar durante años, tiempo en el cual siguió capacitándose en Oxford, donde estudió Relaciones Internacionales, y trabajó en la Cancillería nipona como especialista en cuestiones de la OCDE, pero en diciembre de 1992 accedió finalmente a las insistencias de su incansable pretendiente, tal que el 19 de enero de 1993 el Consejo de la Casa Imperial hizo público el compromiso. El 12 de abril del mismo año Naruhito y Masako, quien como estaba previsto causó baja en el Ministerio de Exteriores, realizaron la ceremonia del enlace o concertación de los esponsales (
Nosai no Gi) y el 9 de junio siguiente quedaron unidos en matrimonio. A la ceremonia nupcial en Tokyo con arreglo al rito shintoísta asistieron 800 invitados, incluidos la mayoría de los grandes nombres de las familias reales de todo el mundo.
Naruhito menudeaba las muestras públicas de cariño hacia su esposa, pero la princesa imperial no tardó en dar señales de estrés (algo que ya le había sucedido a su suegra Michiko) debido a las severas restricciones de la vida en Palacio y por la presión para que se quedara embarazada. La prensa habló de tratamientos de fertilidad. En diciembre de 1999 la Agencia de la Casa Imperial comunicó que Masako estaba encinta, nueva que causó alborozo general. Pero a los pocos días llegó la triste noticia de que la princesa había sufrido un aborto natural. Entre tanto, los príncipes Akishino y Kiko ya hacía tiempo que eran padres, de dos niñas, las princesas Mako y Kako, nacidas en 1991 y 1994.
El 16 de abril de 2001 la Casa Imperial anunció que Masako estaba embarazada de nuevo. Si le nacía un varón, el bebé ocuparía el tercer puesto en la línea sucesoria, por detrás de su padre Naruhito y de su tío Fumihito, y desplazando al cuarto lugar a su tío abuelo el príncipe Masahito. La gestación transcurrió sin problemas y el 1 de diciembre de 2001 los príncipes herederos estrenaron la paternidad con una hija, Aiko, llamada la princesa Toshi. Aiko era motivo de felicidad para la pareja, pero el caso era que Palacio seguía aguardando el alumbramiento de un príncipe varón; el último nacimiento de un chico, Fumihito, en la familia imperial se remontaba a 1965.
El nacimiento en 2001 de la princesa Toshi, unido a la consideración de que su madre pronto cumpliría los 40 años y que su tía Kiko tenía 35, suscitó un debate nacional sobre la necesidad de promover una reforma legal que aboliera la ley sálica y permitiera a las mujeres ocupar el trono. En su milenaria historia, Japón había tenido ocho emperatrices reinantes, siendo la última Go-Sakuramachi, entre 1762 y 1771. El emperador Akihito y el príncipe heredero Naruhito mantuvieron una cautelosa reserva ante una cuestión que adquirió máxima relevancia en 2004, cuando el Gobierno del primer ministro
Junichiro Koizumi anunció su intención de abordar una revisión de la Ley de la Casa Imperial con el objeto de equiparar los derechos sucesorios y dinásticos de los príncipes y las princesas. Según encuestas periodísticas del momento, hasta el 80% de los japoneses estaba a favor de esa reforma.
El 20 de enero de 2006, Koizumi, luego de hacerle una recomendación en tal sentido el panel de expertos nombrado por el primer ministro en octubre del año anterior, confirmó la intención del Ejecutivo de enviar a la Cámara de Representantes de la Dieta o Parlamento un proyecto de reforma de la Ley de la Casa Imperial, que también se encaminaría a permitir a las mujeres mantener su estatus monárquico si contraían matrimonio morganático, tal como ocurría con los miembros masculinos. En ese momento, los japoneses seguían con vivo interés el hervidero de informaciones y rumores a que estaba dando pie la en otro tiempo sepulcral familia imperial.
Para empezar, causaba inquietud la situación de la princesa Masako, que llevaba tiempo desaparecida de los actos públicos y se encontraba enclaustrada en Palacio. Desde 2003 la esposa del heredero imperial, de la que se sabía que había contraído una infección cutánea de etiología psicosomática, un doloroso herpes zóster, no atendía sus cometidos oficiales. En mayo de 2004 Naruhito viajó solo a la boda de
Felipe de Borbón y Letizia Ortiz en España, episodio que dio bastante que hablar. Tras el eclipse de la "princesa triste", señalaron los medios, estaría una depresión mórbida motivada por sus dificultades, o quizá pertinaces reticencias, para amoldarse a las retrógradas reglas de la Corte y, tanto o más importante, por las urgencias para que diera a luz un heredero varón. De hecho, en agosto de 2004 los médicos de la Casa Imperial le diagnosticaron a Masako un "trastorno adaptativo", con síntomas de ansiedad y estrés.
Ahora, la opinión pública detectaba entre las princesas cuñadas Masako y Kiko una rivalidad soterrada que tenía su correlato en el enfrentamiento sostenido, en este caso abiertamente, por sus respectivos maridos, los príncipes Naruhito y Fumihito, protagonistas de una insólita trifulca imperial de la que su prudente padre prefirió guardar distancia. Así, el mayor de los hermanos se quejó en varios despachos de prensa de las "presiones" y las "descortesías" de la Casa Imperial, implícitamente presentada como una institución gélida, insensible y hasta cruel, para con su pareja, mientras que el hermano menor, también ante los periodistas, recriminó a su deudo que hiciera público su descontento sobre ese asunto sin previamente haberlo consultado con el emperador, actitud que calificó de "lamentable".
En mayo de 2004 Naruhito, en unas declaraciones sin precedentes, llegó a sugerir que ciertos funcionarios de la Corte, de los que no dio nombres, eran los responsables directos de los desarreglos que padecía la princesa heredera. "No pretendo criticar acciones de individuos. Lo que quiero es que la gente comprenda la situación", afirmó el heredero al trono, metido en el papel de esposo amantísimo, defensor y comprensivo, que añadió sobre su afligida cónyuge: "En estos diez años Masako ha intentado ajustarse todo lo mejor posible a la vida en Palacio, pero ha quedado agotada. Es cierto que ha habido movimientos para negarle su carrera y su personalidad".
La denuncia levantó tal revuelo que el príncipe hubo de salir a disculparse ("me rompe el corazón saber que he causado preocupación a tantos, incluidos el emperador y la emperatriz", corrigió Naruhito entonces). Sin embargo, su irritación por la actitud de la Agencia de la Casa Imperial en lo que atañía su mujer, seguía intacta: "Por el bien de la recuperación de Masako, hablaré con la Agencia sobre la manera de realizar nuestros deberes oficiales. Quiero que nuestras actividades reflejen una nueva era", apuntó el príncipe. En febrero de 2005, de nuevo, Naruhito pidió públicas excusas a la familia y a los funcionarios imperiales por las quejas vertidas el año anterior.
En noviembre de 2005 un tío de Naruhito y Fumihito en segundo grado, el príncipe Tomohito de Mikasa, de perfil muy conservador (y fallecido en 2012, siendo de hecho sobrevivido por su padre, el príncipe Tahakito Mikasa, hermano de Hirohito, quinto en la línea de sucesión y muerto en 2016 a los 100 años), echó más leña en la polémica al expresar su oposición a la abolición de la ley sálica y sugerirle a Naruhito que retomara la tradición imperial de las concubinas, si su deseo era engendrar un heredero varón. Esta serie de noticias y pronunciamientos de algunos de sus más importantes miembros abrieron grietas en el proverbial secretismo en torno a las interioridades de la familia imperial, pero no para mostrar un cuadro de armonía o calidez, precisamente.
El 7 de febrero de 2006 el plan de reforma de la Ley de la Casa Imperial que otorgaría a la princesa Toshi derechos sucesorios quedó frenado en seco al anunciar la institución que la princesa Kiko, a los 39 años, estaba embarazada de su tercer retoño. Si a Kiko le naciera un niño, la urgencia legal se volatilizaría al quedar asegurado el futuro de la línea sucesoria, tras los eslabones de los príncipes Naruhito y Akishino. El Gobierno paralizó el procedimiento parlamentario hasta conocer el sexo del bebé. Días antes del parto, dos tabloides de la prensa sensacionalista aseguraron que se trataba de un chico, confidencia que el padre le habría hecho a un amigo, el cual a su vez habría filtrado la primicia a la prensa.
No hubo ningún pronunciamiento oficial hasta el día del parto de Kiko, el 6 de septiembre de 2006, cuando se supo que, en efecto, el emperador era por primera vez abuelo de un príncipe: el bebé recibió el nombre de Hisahito. Entonces, el sucesor de Koizumi en la jefatura del Gobierno,
Shinzo Abe, un nacionalista conservador partidario de dejar las cosas tal como estaban, pospuso sine díe la reforma de la Ley de la Casa Imperial. El 3 de enero de 2007, por último, el Ejecutivo informó que su propuesta de reforma quedaba cancelada. Muy probablemente, la hija unigénita de Naruhito y Masako nunca sería emperatriz. En los años que siguieron, Hisahito empezó a ser educado con vistas a su futuro rol de príncipe heredero, circunstancia que, comentaron los periodistas, no contribuyó a mejorar el estado de ánimo depresivo de su tía Masako, quien recibía tratamiento y tomaba medicación.
En abril de 2013 la princesa que un día fuera diplomática y mujer cosmopolita salió de su melancólico encierro palaciego y, por primera vez en 11 años, acompañó a su marido en un viaje al extranjero, una estadía de seis días en Holanda para asistir a la coronación del nuevo rey
Guillermo Alejandro. En octubre de 2014 Masako, con 50 años, volvió a mostrarse en público con motivo de un banquete oficial ofrecido por los emperadores en el Palacio de Tokyo a, precisamente, los reyes Guillermo Alejandro y Máxima de los Países Bajos.
Sucesión imperial en 2019 por la abdicación del padre Akihito
Al iniciarse 2016, la acumulación de dolencias de salud y achaques físicos sufridos por Akihito en las últimas dos décadas desató el rumor de que el octogenario emperador podía estar barajando ceder el trono a su primogénito. De hecho, Naruhito, metido en la cincuentena de edad, ya venía asumiendo parte de la carga de trabajo de su anciano padre, sin faltar el total desempeño de las funciones del jefe del Estado las veces en que este había pasado por el hospital y el quirófano, como las operaciones de 2003 para removerle un tumor maligno en la próstata y de 2012 para el implante de un
bypass coronario.
Japón no había vivido una abdicación desde 1817, cuando el emperador Kokaku renunció voluntariamente en favor de su hijo Ninko. Es más, la posibilidad de una transmisión del trono en vida del monarca por motivos que no fueran una grave enfermedad incapacitante ni siquiera era contemplada por la Ley de la Casa Imperial. Para hacerse efectiva, una abdicación como las producidas en los últimos años en Holanda, Bélgica, España o Qatar precisaría de una reforma que primero tendría que ser discutida por el Consejo de la Casa Imperial, del que formaban parte entre otros dignatarios el primer ministro y el príncipe Akishino, luego elaborada como proyecto de ley por el Gobierno y finalmente aprobada por la Dieta. También cabía la opción de redactar una ley especial solo para cubrir esta contingencia y que no sería aplicable a los futuros emperadores.
Los portavoces de la Corte salieron a desmentir que hubiera preparativos al respecto, pero medios de la prensa insistieron en que Akihito estaba completamente decidido a abdicar en favor de Naruhito al saberse falto de fuerzas, y que si no se hacía un anuncio oficial todavía era porque antes había que resolver espinosas cuestiones normativas, de procedimiento y de calendario.
El 8 de agosto de 2016 el emperador en persona disipó las incertidumbres con un insólito mensaje televisado de 10 minutos de duración y grabado en la víspera donde, sin llegar a ser explícito, sí dejaba bastante claro su deseo de que se le jubilara del supremo cargo dentro en un horizonte temporal no lejano: "Ya he cumplido los 80 años y ahora, afortunadamente, gozo de buena salud. Sin embargo, cuando considero que mis capacidades declinan gradualmente, me preocupa que pueda resultarme difícil desempeñar mis obligaciones como símbolo del Estado con todas mis fuerzas, como lo he hecho hasta ahora".
La palabra abdicación no fue mencionada por Akihito en su alocución, la segunda dirigida directamente al pueblo japonés y transmitida por la televisión en 27 años de reinado, pero la sobrevoló en todo momento. "Creo que tenemos que pensar detenidamente qué podemos hacer para dar respuesta a las preocupaciones de su majestad, teniendo en cuenta su edad y la carga que conllevan sus obligaciones oficiales", fue la reacción medida del primer ministro Abe.
En octubre siguiente, un grupo de expertos nombrados por el Gobierno empezó a estudiar los mecanismos legales que permitiesen la renuncia imperial. El panel se inclinaba por evitar sendas reformas de la Ley de la Casa Imperial y de la Constitución, y por salvar la situación con una legislación especial ad hoc, a fin de no sentar un precedente para futuras renuncias. Los tradicionalistas consideraban que, con la cuestión sucesoria, la prevalencia del príncipe Hisahito sobre su prima la princesa Aiko, no del todo zanjada, en modo alguno convenía realizar reformas legales de carácter permanente que pudieran arrojar más incertidumbre sobre la institución imperial.
En diciembre, Akihito cumplió los 83 y aprovechó la onomástica para expresar su "profundo agradecimiento" porque "muchas personas" hubieran "prestado atención a mis palabras" y estuvieran "pensando sinceramente sobre el tema desde sus respectivas posiciones". En febrero de 2017 Naruhito dio una rueda de prensa con motivo de su 57 cumpleaños e hizo unas ecuánimes y cuidadosas reflexiones, adobadas de lirismo, con las que deslizaba su deseo de que la Casa Imperial se abriera a los aires modernizadores: "Creo que al igual que los vientos nuevos soplan en todas las edades, el papel de la familia imperial cambia también en cada edad. Me gustaría aprender varias cosas del pasado y seguir con firmeza las tradiciones que se han transmitido desde la antigüedad, a la vez que busco el papel ideal que la familia imperial debería asumir en el futuro".
La cuenta atrás para la abdicación, que, según las encuestas, contaba con el apoyo de la gran mayoría de los japoneses, arrancó oficialmente el 19 de mayo de 2017. Aquel día, el Gobierno Abe aprobó el proyecto de ley de abdicación solo para el caso particular de Akihito, quien, según los medios locales, podría concluir su reinado y entregar el trono a Naruhito en diciembre de 2018. El 9 de junio la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad la pieza legal y de paso propuso al Gobierno que considerase la derogación de la ley sálica a fin de conferir a las princesas derechos sucesorios. El 1 de diciembre, por último, el Ejecutivo comunicó que la abdicación tendría lugar el 30 de abril de 2019; al día siguiente, 1 de mayo, Naruhito sería proclamado nuevo emperador, poniendo fin a la era
Heisei (
paz universal) e inaugurando una era cuyo nombre aún debía decidirse.
El 23 de diciembre de 2018 Akihito, en su octogésimo quinto cumpleaños, se despidió de los ciudadanos con un último discurso oficial en el que volvió a entonar palabras de marcado tono pacifista y moral, inclusive el recuerdo piadoso de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. El contacto físico con el pueblo, las expresiones de unidad y aliento a sus paisanos en los momentos de adversidad (como cuando el terremoto y tsunami de 2011) y los gestos internacionales de compunción por los crímenes cometidos en Asia por el Ejército Imperial japonés entre 1931 y 1945 habían sido la tónica en sus tres décadas de reinado.
El 1 de abril de 2019, faltando un mes para la abdicación, el Gobierno anunció que la era imperial de Naruhito se llamaría
Reiwa, expresión inspirada en un poema de la literatura clásica nacional y que debía entenderse por
bella armonía. Además, Akihito seguiría recibiendo tratamiento de majestad imperial en tanto que emperador retirado o emérito,
Joko, abreviatura que era de
Daijo Tenno. Y lo mismo Michiko, en adelante emperatriz consorte emérita.
El capítulo I de la Constitución de 1947 establecía con precisión el rango de atribuciones y funciones, de naturaleza meramente representativa y estrictamente apolítica, que como jefe del Estado nipón Naruhito iba a poseer. El artículo primero de la Carta Magna poco menos que dictada por Estados Unidos en la posguerra definía al emperador como el símbolo del Estado y de la unidad popular, cuya posición derivaba "de la voluntad del pueblo, en quien reside el poder soberano".
El emperador carecía de cualquier poder relacionado con las leyes y el Gobierno, todos sus actos de carácter estatal requerían el consejo y visto bueno previos del Gabinete, el cual luego asumía toda la responsabilidad por tales actos, y se limitaba a nombrar al primer ministro designado por la Cámara de Representantes. Su sello era requerido para los principales trámites de la democracia parlamentaria: la apertura y disolución las cámaras de la Dieta; la convocatoria de las elecciones generales; la promulgación de las leyes; el nombramiento y cese de los miembros del Gobierno; la acreditación de los embajadores extranjeros; y los instrumentos de ratificación de los tratados y otros documentos jurídicos internacionales. El emperador, además, representaba a Japón en las visitas oficiales al exterior y las recepciones de dignatarios de otros países, y jugaba un papel señero en una serie de ceremonias y rituales tradicionales, como los relacionados con el culto shintoísta.
Sin novedad, el 30 de abril y el 1 de mayo de 2019 tuvieron lugar las ceremonias, con la tradicional estética nipona de austeridad y quietud a la par que unas profundas solemnidad y reverencia, de abdicación del viejo emperador de 85 años y de asunción del nuevo monarca de 59, cuya entronización formal tendría lugar el 22 de octubre, ocasión en la que sí habría fastos, invitados extranjeros y vítores del pueblo. Junto con él accedió a la dignidad de emperatriz consorte su esposa Masako, quien a sus 55 años se mostró a las cámaras con un talante mucho más relajado y jovial que en el pasado, como si ya hubiera recuperado el bienestar emocional y la seguridad en sí misma.
En su primer discurso como emperador, Naruhito pronunció las siguientes palabras de homenaje y compromiso: "Desde que llegó al trono, [el emperador Akihito] se entregó a cumplir cada uno de sus deberes durante treinta años, al tiempo que rezaba por la paz mundial y la felicidad del pueblo, y en todo momento compartió las alegrías y las penas de la gente. Mostró una profunda compasión. Al acceder yo al trono, juro que reflexionaré profundamente sobre el camino que siguió su majestad el emperador emérito, que tendré en cuenta el camino seguido por los anteriores emperadores y que me dedicaré de continuo a perfeccionarme. Juro también que actuaré de acuerdo con la Constitución y que cumpliré mis responsabilidades como símbolo del Estado y de la unidad del pueblo de Japón, llevando siempre en mis pensamientos a la gente y estando con ella".
Por su parte, el primer ministro Abe afirmó que: "Nosotros, el pueblo, en medio de las turbulencias de la situación internacional, estamos decididos a forjar el brillante futuro de Japón, lleno de una paz y una esperanza de los que podemos estar orgullosos".
El emperador Naruhito posee un elenco de condecoraciones nacionales e internacionales. Por Japón es, entre otros honores, Gran Maestre con Collar y Gran Cordón de la Suprema Orden del Crisantemo y Gran Maestre de la Orden del Sagrado Tesoro. En cuanto a las distinciones foráneas, caben destacar la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania, la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana, la Orden del Defensor del Reino de Malasia, la Gran Cruz de Caballero de la Orden de Carlos III de España, la Gran Cruz de la Orden de la Corona de los Países Bajos, el Gran Cordón de la Orden de Leopoldo de Bélgica y la Gran Cruz de la Orden de San Olaf de Noruega.
Muy interesado en la conservación del agua y las políticas hídricas, Naruhito ha participado en numerosos encuentros internacionales sobre la materia y mantiene relación con redes y organismos específicos como la World Commission on Water (WCW), el World Water Council (WWC) y la Global Water Partnership (GWP). Es asimismo licenciado honorífico por la Universidad de Oxford y vicepresidente de honor de la Sociedad de la Cruz Roja Japonesa.
(Cobertura informativa hasta 1/6/2019)