Difícil encontrar palabras si aquel que te ha ayudado tantas veces a encontrarlas se ha ido. Cuando se muere una persona es muy fácil caer en discursos vacíos de loas por compromiso como algo que se acostumbra hacer y punto. Pero estos dos días algunas personas que conocieron a Pep Ribera o trabajaron con él me han enviado whatsapps para hablarme de su tristeza por la noticia de su muerte. Personas con las que no tengo más contacto que el haber entablado una relación a través de Pep en algún momento dado pero que, de alguna manera, querían compartir esta tristeza con alguien.
Son estos comentarios los que me han motivado a escribir algo. Me pregunto ¿por qué la mayoría de la gente conectaba enseguida con Pep? Personas muy diferentes pero con algo en común: eran personas que no predicaban sus méritos, sino que los vivían y los dejaban vivir a los demás. ¿Por qué cuando alguien entraba en el despacho de Pep salía horas después, habiendo conversado de muchos temas más allá de la pregunta en concreto que había motivado la visita? Él siempre encontraba tiempo y espacio para una conversación con aquel que le venía a consultar. Es decir, dejaba a un lado las ideas fijas para poder compartir por un momento otro horizonte donde la gente se escucha y se encuentra. Además, creía en las personas y esto se notaba enseguida. No defraudar esta fe era un desafío muy elevado. Pero él nunca te iba a defraudar: cualquier proyecto, cualquier texto que le dejabas para que diera su opinión, te lo devolvía con anotaciones, con comentarios y críticas que conseguían que las ideas crecieran a su lado. Esto lo sabíamos los que trabajábamos con él: compartía contigo su mirada crítica y te permitía crecer en tu propio horizonte. Quizás eso es para mí lo más bonito: haber podido compartir esta manera tan humilde de dirigir delegando, algo que no se llama poder sino empoderamiento. Su manera de transmitir sus ideas no era imponer verdades sino invitarte a que dieras tu opinión.
Sigo hablando de Pep, mi director, aunque creo que no existiera una persona que se llamaba Pep y otra que fuera el director de CIDOB. Ambos eran una misma persona de sabiduría silenciosa que, de golpe, podía poner un grito al cielo para dejar claro, siempre con la misma tranquilidad, que algo no tenía pase. Su vehemencia aparecía ante una falta de respeto hacia la dignidad humana, que él consideraba una injusticia más allá de lo personal o lo institucional.
Aunque sí, había otro Pep Ribera, de una época previa a CIDOB. He podido constatarlo en diversas ocasiones, de las que me gustaría destacar tres vivencias personales que me acercaron a ese Pep anterior. Recuerdo que, en un encuentro sobre Interculturalidad y Teología en la ciudad alemana de Aachen, un obispo camerunés –referencia de la teología de la liberación en la época de Pep en Camerún– me vino a preguntar por su «amigo» José Ribera con el que había formado lo que después se conoció como la plataforma humana Agermanament, un lugar de encuentro entre personas de tendencias diversas para la solidaridad en la lucha contra la dictadura. Años más tarde, fui invitada por Giuliano Carlini, sociólogo de la Universidad de Génova, a un encuentro sobre diversidad cultural con asociaciones ciudadanas. Cuando le pregunté el porqué de la invitación, ya que no me conocía de nada, su respuesta fue clara: «El hecho de trabajar con Josep Ribera era garantía suficiente» contestó él. Se habían conocido y compartido militancia por el «derecho de los pueblos ». Pero quizás la anécdota que más me impactó es la más reciente. Un día, no hace mucho, vinieron a verme una pareja de chilenos estudiantes de doctorado. El chico decía que le impresionaba estar en CIDOB. Al preguntarle el motivo, me contestó: «Tantas veces en mi casa se ha mencionado el nombre de Josep Ribera… Mi padre siempre decía “es gracias a él que estoy vivo”». Así es el legado de Pep.
Acabo de trabajar en un proyecto que plantea la solidaridad. Es un tema sobre el que Pep reflexionó mucho y me doy cuenta de que, todavía hoy, en mi interior, le sigo preguntando si realmente mis propuestas van a aportar algo al debate; le sigo comentando por dentro mis ideas porque, para mí, uno de sus grandes méritos era tener esta visión tan realista para no «fer volar coloms», pero a la vez tan poética como para motivarte a creer en la posibilidad de «fer volar coloms». Podemos estar tristes pero no por mucho rato porque, como decía uno de los whastapps que me envió un colega, «en
parte y de diferente manera, cada uno de nosotros somos un poco su legado. ¿Sabremos mantenerlo?»