La impresión que siempre me dejó el contacto y la relación con Pep es la de una persona excepcionalmente militante, generosa y entrañable. Quienes desde el otro extremo de la península admirábamos el ejemplo que representaba el modelo CIDOB, encontrábamos en Pep la comprensión y la empatía propias de quien sabe el inmenso esfuerzo que supone poner a andar proyectos como este desde abajo,
tantas veces a contracorriente si pones el acento en la independencia.
A Pep me lo he imaginado en muchas ocasiones como un discreto y afanoso cantero, picando piedra con tanto tesón como sentido de futuro. Como decía nuestro Castelao en un dibujo icónico: «no le pongáis chatas a la obra mientras no está acabada. El que crea que va mal que trabaje en ella, hay sitio para todos». Y en gran medida el CIDOB es su obra y la de todos los que en ella han colaborado.
Yo encontré siempre en Pep innumerables coincidencias a la hora de evaluar muchos aspectos de la realidad internacional, de imaginar proyectos y propuestas que pudieran contribuir a un mejor entendimiento cívico de nuestro entorno, de generar una mayor sensibilidad hacia esos temas que tomaban carta de naturaleza en nuestras agendas en un momento en que asomaba una gran convulsión global.
La trayectoria de Pep, con sus ambiciones y su experiencia, representaba en sí misma una hoja de ruta que advertía y orientaba a la vez. El CIDOB siempre iba un paso por delante y su capacidad para desatar procesos y tejer redes estaba fuera de toda duda. Esa cultura, hoy tan en boga, tenía su antecedente en militancias previas en las que Pep combinó renuncias con propósitos colectivos de los que hoy nos hace sentirnos plenamente orgullosos.
Aunque las realidades, orgánicas y contextuales, de ambas entidades, CIDOB e IGADI, eran bien distintas, nunca hubo dificultad para sincerarnos, intercambiando abiertamente experiencias e información, apoyándonos mutuamente para cuanto fuere menester. Ese proceso aportó un enorme valor cualitativo al propósito de configurar un centro de estudios internacionales en Galicia. La templanza que transmitía Pep ayudaba a cargar pilas a quienes la hostilidad ambiental conminaba una y mil veces a tirar la toalla ante la falta de complicidad encontrada. Pep estaba a nuestro lado siempre que se le necesitaba. Por eso, más que cualquier otra experiencia similar en la península, activa o no a día de hoy, la del CIDOB supuso siempre un referente inexcusable para nosotros.
En materias tan diversas como la cooperación internacional al desarrollo, la crisis y transformación de América Latina, la transición en el cosmos soviético y en Europa central y oriental o incluso en la acción exterior de las entidades subestatales, áreas de especial prioridad y atención para IGADI, Pep, en virtud de su dilatada experiencia, tenía siempre una sugerencia enriquecedora o un matiz oportuno que hacer.
Cuando nosotros decidimos apostar por los estudios chinos, fuimos también al encuentro del CIDOB para establecer sinergias y Pep nos brindó la ayuda precisa para avanzar por dicha senda, apoyándose en criterios y personas que siempre nos fueron de mucha ayuda.
En el área de análisis y publicaciones, Pep dejó también su impronta para fomentar y asegurar un intercambio y una colaboración mutuamente provechosa, un aspecto siempre fundamental en nuestro marco de actuación.
En Pep, como persona, encontré siempre un aliado natural, una sensibilidad comprometida, una vitalidad envidiable, una vocación inseparable de su trayectoria de servicio a los demás, al bien común, a una realidad que aspiraba a transformar con ideas de justicia, de libertad, de igualdad y de dignidad, nutridas e interiorizadas en los años oscuros. El CIDOB era y es expresión de ese compromiso más amplio,
como él quiso, y ese ideario de origen aporta un sello diferenciador que importa preservar.