El fin de la Guerra Fría trajo consigo un replanteamiento de la política migratoria europea. Durante unos 30 años el Telón de Acero y el relativo subdesarrollo de las redes de comunicación globales protegieron a los países de Europa Occidental de potenciales migraciones masivas. Estos mismos fenómenos obligaron a Occidente a actuar de manera reactiva ante los flujos migratorios, puesto que su capacidad de intervenir en terceros países era limitada. Con la ruptura de la vieja división Este-Oeste todo esto cambió.