¿Será la Covid-19 el caballo de Troya que finalmente derribe el orden económico y político internacional levantado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y vigente en los últimos setenta años? Muchos analistas sostienen o temen que esto será así. A mi juicio, estos temores son exagerados; el cielo no se desplomará.
Pero lo que es muy probable que suceda es que la pandemia mundial provocada por el coronavirus acabe trayendo, después de un período de transición que es difícil predeterminar, y por caminos que tampoco es fácil vislumbrar, un nuevo equilibrio –estable, inestable o indiferente– entre las actuales fuerzas de la gobernanza global, la integración regional (Unión Europea) y los estados nacionales.
Mi pronóstico es que, en ese nuevo orden o desorden mundial, los estados nacionales y las comunidades “locales” irán adquiriendo un mayor espacio de acción y una mayor responsabilidad en la protección de las personas, así como en la gestión de la economía nacional del que han tenido en las últimas décadas. De la misma forma, los modelos de crecimiento económico tendrán un menor peso en el comercio internacional y un poco más en la demanda interior de cada país –o región económica, en el caso de la UE–.
Anteriormente a la pandemia global, la economía internacional se ha sustentado, de manera sintética, en los siguientes cuatro elementos:
En primer lugar, la estabilidad de las instituciones políticas y económicas creadas en el período de entreguerras y especialmente en los acuerdos alcanzados por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial en la pequeña localidad de Bretton-Woods, Estados Unidos, ha estado apoyada en el liderazgo hegemónico e indiscutible de Estados Unidos. A medida que ese liderazgo se ha ido debilitando, la gobernanza económica global ha experimentado la misma debilidad.
En segundo lugar, la etapa de globalización de los flujos comerciales y financieros que se intensificó a partir de los años ochenta con la incorporación de China al comercio internacional, ha llegado a sus límites naturales. Ahora los costes económicos, sociales y políticos que su continuidad ocasiona en las economías desarrolladas son evidentes.
En tercer lugar, el período de simpatía con el crecimiento de China se ha debilitado a medida que dejó de ser la fábrica de todos los cachivaches que el mundo desarrollado consumía a precios bajos, para pasar a convertirse en un competidor peligroso para la hegemonía de EEUU en sectores de bienes y servicios avanzados. La tecnología 5G es un buen ejemplo de ello. La rivalidad “5Geopolotics” es la próxima frontera.
En cuarto lugar, sin dejar de ser un factor importante, a lo largo de los últimos quince años el comercio internacional ha perdido la relevancia que tuvo en las décadas anteriores como motor del crecimiento económico mundial.
Acostumbramos a ver las crisis como situaciones apocalípticas, y realmente lo son para muchas personas e instituciones. Pero en el griego antiguo ese término era sinónimo de momentos de “revelación”. Momentos en los que el viejo orden manifiesta sus límites y fragilidades y en los que estos emergen a la superficie. La pandemia de la Covid-19 no ha hecho sino aflorar las cuatro corrientes de fondo o tendencias que estaban operando ya con anterioridad a la pandemia, y que acabo de señalar.
En este escenario, un esquema que nos puede ayudar a vislumbrar el futuro es el famoso trilema que enunció ya hace unos años el economista de Harvard Dani Rodrik: entre tres objetivos igualmente deseables como son la globalización, la cohesión de los estados-nación y la democracia, cada uno de nosotros, y cada país, debe elegir dos de ellos y el tercero ha de ajustarse. Mi pronóstico es que en los próximos años las sociedades desarrolladas darán prioridad a los objetivos de cohesión nacional y democracia y, por lo tanto, optarán por un poco menos de globalización, especialmente financiera. En este punto, un 20% menos de globalización puede ser una mejor globalización.
En todo caso, la Covid-19 es una levadura que acentúa el cambio. Pero no será un caballo de Troya que derribe todo lo construido y conseguido en las últimas décadas. Pero, las formas en como lo hará son, hoy por hoy, como los caminos del Señor: inescrutables.